Juan Domingo Perón

Argentina: Juan Domingo Perón (1946-1955)
Militar y político argentino, presidente de la República entre 1946-1955 y 1973-1974). Ffundador del peronismo (movimiento político actualmente aglutinado bajo la denominación de Partido Justicialista), y una de las figuras latinoamericanas más destacadas del siglo XX, que influyó decisivamente en la historia política de Argentina. Nació en Lobos, provincia de Buenos Aires, el 8 de octubre de 1895. Desde 1911 hasta 1913 estudió en el Colegio Militar, en 1924 fue ascendido a capitán y entre 1926 y 1929 completó su formación en la Escuela Superior de Guerra. En 1930 participó -a las órdenes del general José Félix Uriburu- en el golpe de Estado militar que derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen, y fue nombrado secretario privado del ministro de la Guerra, cargo que ocupó entre 1930 y 1935. Más tarde impartió clases en la Escuela Superior de Guerra. Pasó un año en Chile como agregado militar y publicó cinco libros sobre historia castrense y viajó a Italia para estudiar métodos militares para la alta montaña. A su regreso a Argentina en 1941, recibió el ascenso a coronel. Admirador del dictador fascista italiano Benito Mussolini, en marzo de 1943 participó en la creación del Grupo de Oficiales Unidos (GOU), que en junio de ese año protagonizó un golpe de Estado que depuso a Ramón Castillo. Desde su posición al frente del recién instituido Departamento Nacional de Trabajo (embrión del futuro Ministerio de Trabajo y Previsión) procedió a transformar el movimiento sindical, debilitando la influencia que ejercían sobre él los partidos de izquierdas, para lo que promulgó nuevas leyes, reformó las existentes y creó nuevos sindicatos. Cuando en febrero de 1944 el GOU formó la Junta Militar que llevó a la presidencia de la República al general Edelmiro Julián Farrell, Perón fue nombrado vicepresidente, además de ministro de la Guerra y de conservar el citado cargo en Trabajo.
Alcanzó una enorme popularidad entre las clases obreras, pero según crecía su poder aumentaba la oposición entre las Fuerzas Armadas. El 9 de octubre de 1945 fue desposeído de todos sus cargos, detenido y finalmente confinado en la isla Martín García, en el estuario del Río de la Plata. Todo ello provocó una crisis de gobierno que fue resuelta el día 17 de ese mismo mes, cuando sus seguidores sindicalistas, especialmente los miembros de la Confederación General del Trabajo (CGT), lograron su puesta en libertad y su regreso triunfal a Buenos Aires. Cuatro días más tarde, Perón, que era viudo, se casó en segundas nupcias con su compañera, María Eva Duarte, más conocida por el nombre de Evita, quien había colaborado en la campaña por su liberación. Tras una campaña electoral represiva y violenta, en la que se había presentado candidato de su propio movimiento político, aglutinado formalmente bajo la denominación inicial de Partido Laborista, fue elegido presidente en febrero de 1946 con el 56% de los votos emitidos. Creador de su propio movimiento, el peronismo, siguió políticas sindicalistas de carácter nacionalista y populista con la ayuda de su esposa, que pasó a ser un miembro influyente, pero informal, de su gobierno. Instituyó desde entonces un régimen político cercano al corporativismo fascista.
En 1949 consiguió la aprobación de una reforma constitucional que amplió sus poderes al tiempo que le permitió optar a un segundo mandato presidencial. De hecho, en noviembre de 1951 logró ser reelegido presidente de la República, esta vez por una amplia mayoría obtenida por la aplicación de severas restricciones ejercidas sobre los partidos opositores. Sin embargo, a principios de la década de 1950 comenzaron a disminuir las ventajas de que gozaba la clase trabajadora de las ciudades. La muerte de Evita (ocurrida en 1952, el año en que Perón comenzó su segundo mandato presidencial), las dificultades económicas, la creciente agitación laboral y su excomunión por parte de la Iglesia católica debilitaron aún más su gobierno. En septiembre de 1955, un golpe de Estado encabezado por el general Eduardo Lonardi forzó su dimisión. Comenzó entonces un largo exilio que le llevó sucesivamente a Paraguay, Venezuela, República Dominicana y, finalmente, a España. Perón contó durante todos esos años con la adhesión de los sindicatos y ejerció su influencia en la política argentina apoyando a sus seguidores en su intento por alcanzar el poder. En 1961 contrajo en España terceras nupcias con María Estela Martínez. Once años más tarde se le permitió regresar a Argentina, pero de inmediato regresó a su exilio español. Una vez que los peronistas, agrupados en el Frente Justicialista de Liberación, lograron la victoria de la candidatura de Héctor José Cámpora en las elecciones presidenciales de 1973, Perón regresó definitivamente a su país en junio de ese año. Tras la renuncia de Cámpora, en junio de ese año fue nuevamente elegido presidente (obteniendo más del 61% de los votos emitidos), en tanto que su esposa lograba la vicepresidencia. Falleció en el ejercicio de ese cargo el 1 de julio de 1974, y su viuda le sustituyó al frente de la presidencia.
La tercera posición de la era peronista (1946-1955)
En febrero de 1946 el coronel (R) Juan Domingo Perón triunfaba en la elección para presidente en comicios limpios sobre la coalición opositora, la Unión Democrática, que había congregado a todo el espectro de los partidos tradicionales de la Argentina, es decir radicales, socialistas, demócratas progresistas y comunistas, con el apoyo de los conservadores. Llegaba pues con un enorme apoyo popular, pero no tendría la colaboración de fuerzas políticas que tuvieran experiencia de gobierno. Debió por lo tanto encarar la acción política con hombres nuevos. La filosofía nacionalista, junto con sus simpatías hacia Italia y Alemania, que había sido su guía en los días en que organizaba el GOU para preparar el golpe de estado de 1943 debía ser repensada. El Eje había perdido la guerra y el gobierno militar de Farrell-Perón se había visto obligado a cumplir con una serie de requisitos dispuestos por la Conferencia de Chapultepec para poner fin a su aislamiento internacional, entre ellos declarar la guerra a las potencias del Eje y dar los pasos para eliminar la influencia de éstas en su territorio. En la Conferencia de las Naciones Unidas en San Francisco, luego de arduas negociaciones la Argentina había logrado ser aceptada como miembro del nuevo organismo internacional.
Pero a pesar de los acuerdos logrados en las mencionadas conferencias, el año de 1945, como se ha visto en un capítulo anterior, fue sumamente conflictivo en las relaciones con Estados Unidos. Una vez adoptada la Carta de las Naciones Unidas, los estados americanos comenzaron a poner en marcha los planes que se habían aprobado en la Conferencia de Chapultepec: la suscripción de un pacto defensivo y el borrador de una carta para el sistema interamericano, considerando en ambos casos las obligaciones contraídas como miembros del nuevo organismo mundial. Para negociar el tratado de defensa, se dispuso que en octubre se reuniría una conferencia en Río de Janeiro. Sin embargo, a dos semanas de su iniciación, Estados Unidos pidió su aplazamiento, debido a nuevos problemas con la Argentina. El gobierno de Harry S. Truman acusó a la Argentina de no cumplir con sus obligaciones internacionales y declaró abiertamente que Estados Unidos no se vincularía con el régimen argentino en el tratado de asistencia militar que debía negociarse. Propuso en cambio que el tratado se negociara por consultas diplomáticas bilaterales entre Estados Unidos y los demás países latinoamericanos, posición que concitó una fuerte oposición.
Hasta agosto de 1945, Spruille Braden había sido el embajador de Estados Unidos en Buenos Aires. En pocos meses había tratado de fortalecer la oposición al régimen Farrell-Perón, llevando a cabo una ostentosa campaña en contra del gobierno argentino que constituyó una abierta intervención en los asuntos internos del país. Sin embargo, su vuelta a Washington no se debió a un llamado de atención sino a una promoción en su carrera, pues fue designado secretario asistente de Estado para Asuntos Latinoamericanos. El secretario de Estado, James F. Byrnes, declaró que su designación era “un reconocimiento a su fiel interpretación de la política de este gobierno en sus relaciones con el actual gobierno de Argentina”. Su deber sería “cuidar que la política que apoyó tan valerosamente en la Argentina continúe con valor indeclinable”. (2) De este modo, el gobierno norteamericano daba un claro respaldo a las actividades de Braden en la Argentina, lo cual implicaba que vería como deseable un cambio de gobierno en este país.

No obstante, y a pesar de todas las presiones en su contra, principalmente la publicación del Libro Azul por el Departamento de Estado en febrero de 1946, Perón resultó electo. Esto cambiaba radicalmente las cosas en la relación bilateral. En adelante, el gobierno argentino podía esgrimir su legitimidad de origen, a la vez que su par norteamericano no tendría otro camino que avenirse a tratar con aquél. De todos modos, para el gobierno argentino la recomposición de las relaciones no sería tarea fácil en tanto Byrnes y Braden permanecieran en sus cargos en el Departamento de Estado. Por otro lado, el contexto de la mala relación con Estados Unidos era muy poco funcional para la Argentina en el mundo que se gestaba en la posguerra. A fines de 1945 se hizo evidente que los lazos que habían unido al gobierno norteamericano y al gobierno soviético en tiempos de guerra ya no existían. El presidente Truman, casi inexperto en cuestiones internacionales, trataba de encontrar el mejor camino. A su vez, Stalin declaraba que el comunismo y el capitalismo eran incompatibles y que la paz sólo sería posible si el primero reemplazaba al segundo. La opinión pública norteamericana recibió sus palabras como un llamado a la confrontación. Winston Churchill replicó con su conocido discurso de la “cortina de hierro” en Fulton, Missouri, donde señaló que los rusos no deseaban la guerra sino los frutos de la misma y la expansión sin límites de su poder y sus doctrinas. La respuesta adecuada, en opinión del Churchill era una exhibición de fuerza militar.
En marzo de 1947, en su mensaje al Congreso, el presidente Truman advirtió que Estados Unidos no alcanzaría sus objetivos a menos que estuviera dispuesto a “ayudar a los pueblos libres a mantener sus instituciones libres y su integridad nacional”. Esto significaba reconocer que “los regímenes totalitarios impuestos sobre pueblos libres mediante agresiones directas o indirectas, socavan los fundamentos de la paz internacional y en consecuencia la seguridad de los Estados Unidos”. El presidente norteamericano enunciaba así la Doctrina Truman, por la cual la seguridad de Estados Unidos, el principio de mayor importancia de su política exterior, se fundaba en la paz internacional y dependía de la seguridad de países menores, como era en ese momento el caso de Grecia y Turquía. Así, la seguridad de cada estado resultaba de suma importancia para la seguridad de todo el sistema.
Pero la declaración del presidente norteamericano implicaba mucho más que un simple universalismo, pues la amenaza a la seguridad internacional se definía en relación a los regímenes internos de otros estados. De esta manera, la naturaleza de los sistemas políticos y económicos, es decir los asuntos internos de otros países, se transformaban en parte esencial del orden internacional. La intervención se consideraría legítima para preservar esa concepción del mencionado orden. El presidente consideraba que la ayuda a otorgar debía ser fundamentalmente económica y financiera. Esta estaba además subordinada al establecimiento de un orden económico internacional basado en la reducción de tarifas para alcanzar el comercio libre. Para evitar una crisis como la sufrida en la década de 1930, se percibía como deseable la erección de una estructura estable de los asuntos monetarios internacionales. Esto daría origen a un conjunto de instituciones, que pretendieron fundar las bases de un orden económico internacional estable, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF, llamado luego Banco Mundial) y el General Agreement on Tariffs and Trade (GATT). En este aspecto, la Doctrina Truman insinuaba que la aplicación de la política de seguridad podía llegar a no considerar los asuntos económicos y políticos como ámbitos separados.
A su vez, América latina había surgido de la guerra más dependiente del comercio, el capital y la ayuda militar norteamericana que nunca antes. Desbaratado en gran medida el tradicional comercio con Europa, los países latinoamericanos no habían tenido otra alternativa que acudir a Estados Unidos para la provisión de bienes manufacturados. Pero las economías latinoamericanas no podían solventar estas adquisiciones si no vendían sus productos, y pocos de éstos eran necesarios a Estados Unidos. A ello se sumaba que la aumentada producción de materiales estratégicos, incentivada por Estados Unidos en los países latinoamericanos durante la contienda, también debía ser detenida. Incluso estaba presente el hecho de que, por medio del comercio estatal, los norteamericanos habían adquirido productos en América latina a precios inferiores a los del mercado y ahora, ganado el conflicto, pretendían imponer el comercio libre. La consecuencia de esto fue muy grave para América latina. Los precios de las materias primas se derribaron, en tanto los costos de las importaciones de manufacturas aumentaron, a tal punto que el desfase llevó a algunos países al borde de la bancarrota. Por todo esto, la prédica en favor del libre comercio no era bien recibida en la región.
En este marco contextual, el presidente Perón asumía la presidencia. No es difícil percibir que además del trasfondo conflictivo que existía con el gobierno norteamericano, las ideas nacionalistas, estatistas, de autarquía económica, de preferencia por el bilateralismo, de equidistancia frente a los nuevos polos de poder mundiales y de liderazgo regional del presidente argentino eran inconciliables con la concepción del sistema internacional que estaban gestando los principales funcionarios en Washington. Es decir que, aunque los miembros del gobierno norteamericano hubieran decidido olvidar lo ocurrido con la Argentina durante la guerra, todas estas cuestiones necesariamente anunciaban nuevas dificultades en la relación bilateral. Con todo, el relativo poder económico con que la Argentina emergió de la guerra le permitiría al gobierno peronista tratar de imponer su proyecto en los primeros años de gestión.

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