Sobre las tareitas

No olviden enviar las respuestas por correo electrónico,
con nombre y curso,
y no olviden las primeras preguntas también...
¿que episodios de la historia de la humanidad mencionan en el video Do The Evolution?

Mas tareitas

¿que tienen de malo los jóvenes de hoy en día?

Otra tareita...

Quien se le apuntara a contestar lo siguiente...
1. Por 10 puntos...como se llaman los creadores de la serie 500 años que escuchamos en clase????
2. Por 10 puntos...que buscaba colon tan lejos?, adonde fueron Hernan Cortes y Francisco Pizarro en su afán de oro y plata???
3. Por 10 puntos...donde queda exactamente Potosí??, que idioma hablan los indígenas de Perú y ecuador???, porque decían los españoles y europeos en general que los indios no tenían alma???
4. Por los últimos 10 de hoy...cuenten la historia de un tal José Gabriel Condorcanqui mas conocido como T.....A....

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Comenta en este espacio tus opiniones acerca de..500 años... ¿como suena la historia?¿se aprende?¿te gusta?...¿que aporta a la historia de América Latina?¿es productivo escucharla historia?¿es una nueva historia o es mas de lo mismo?
No olvides colocar tu nombre en tu comentario...pongamosla mas interesante... quien primero envíe un correo a latinoamericasociales@gmail.com con su opinión, con el nombre del grupo del segundo vídeo "do the evolution" y una explicación del vídeo se ganara 10 puntos extras...no olviden colocar nombre y curso...

THE MANIFEST DESTINY OF A GREAT NATION El destino manifiesto de una gran nación

ESTATUA —¡Hello! Les habla la Estatua de la Libertad. Esa señora de piedra que está a la entrada de la ciudad de Nueva York. ¿Me conocen, verdad? Me encuentran muy bonita, ¿verdad? Gracias, muchas gracias. Con mi antorcha, alumbro para todos el camino de la libertad. Vengan, vengan a mí los que están sin dinero y sin trabajo, sin chicle y sin hamburguesa, los que sueñan con ser felices... ¡les doy la bienvenida a los Estados Unidos de América! ¡Oh, welcome to the United States of America! ¡Y que empiece el desfile, la alegre cabalgata americana!
VECINA —¡Ay, qué bonito está esto!
ABUELO —Mire, mire esas luces de colores que dan vueltas... Yo no sé cómo se las arreglan estos americanos, pero tienen unos adelantos que te dejan frío...
VECINA —Ahí tiene a mi vecina la Juliana. Se fue a los Estados Unidos hace como tres meses, y ya está mandándole dólares a los sobrinos... Y hasta escribe en inglés diciendo «fray chiquen» y cosas de esas.
ABUELO —Mire, mire qué bonita carroza que viene con los indios y los vaqueros... ¡Qué maravilla!
BUFFALO BILL —¡Soy Buffalo Bill, el gran Buffalo Bill, el mejor entre cien mil! Vengo cabalgando desde las praderas del Lejano Oeste... y sin fallar ni un solo tiro, ¡ni uno sólo!
VECINA —¿Y ese ruido qué es?
ABUELO —¡Supermán, señora! ¡Supermán nos está volando por arriba! ¡Mire, mire cómo sube...!
VECINA —Ya ve ese mismo Supermán: es un oficinista, ¿no? Pero sube hasta el cielo. Es que en los Estados Unidos así es la cosa, uno empieza vendiendo papas fritas y termina de presidente.
ABUELO —Mire, mire quién viene ahora, el ratón Mickey, Pluto, el Pato Donald...
PATO DONALD —Cuac, cuac, cuac... ¡Soy Donald Duck, el pato Donald! ¡Vengan, vengan a visitar este país, un país para ser feliz!
VECINA —¡Ay, mire qué gracioso, cómo habla! Mi hermana le mandó de allá un Pato Donald a mi nieto, que se le movían los ojos, y llevaba unas pilas...
ABUELO —¡Mire los globos que están soltando! ¡Mire arriba!!
VECINA —¡Ay, qué belleza!
ABUELO —Hay que reconocerlo: los americanos son los americanos. Eso no se lo quita nadie.

Con más de 9 millones de kilómetros cuadrados de superficie, los Estados Unidos de Norteamérica son la potencia industrial, financiera y militar mayor del mundo. En este joven país, 250 millones de norteamericanos gozan de un nivel de vida más alto que el de cualquier otra nación desarrollada. En este sorprendente país, se han dado cita hombres y mujeres de todas las razas, unidos por el común deseo de la libertad, el progreso y la paz.

ABUELO —La verdad es que los americanos tendrán sus cosas, pero son un país tan grande que hay que quitarse el sombrero.
COMPADRE —No, no se lo quite tan pronto. Usted no lo va a creer, pero al comienzo de la historia americana, toda la tierra de ese país tan «grande» cabía en el patio de su casa.
VECINA —¿En el patio de mi casa? ¡Pero sí ahí no me alcanza ni para sembrar cuatro tomates!
COMPADRE —Sembrar cuatro tomates: eso, eso mismo es lo que ellos dijeron. La historia de este país empieza con una tierra muy pequeña y una mentira muy grande.

A comienzos del siglo 17, llegaron a las costas de la América del Norte, a lo que hoy es Nueva York, los primeros ingleses y holandeses. Aquellas tierras eran de los indios delaware.

INDIO —Los vimos llegar por el mar. Sus barcos parecían una isla andando sobre las olas. Después, nos acercamos en las canoas. Dispuestos íbamos a recoger fresas de aquella isla. Pronto vimos que eran hombres blancos. Los recibimos en la tienda mayor. Les oímos hablar. Y mucho hablaron. ¿Por qué les creímos, entonces? Dijeron que querían sólo una tierra pequeña, pequeña, para sembrar las verduras de su sopa. Eso dijeron. Dijeron que les bastaba con la tierra que una piel de búfalo puede cubrir. Les dimos la tierra que pedían. Sólo escuchándolos, debimos darnos cuenta de que eran hombres de alma mentirosa.

Una tierra tan pequeña como una piel de búfalo, un huerto para hacer la sopa. Así empezaron a formarse los Estados Unidos.

PURITANO —¡La voluntad de Dios nos señalaba el destino! Lo que es común a todos no tiene dueño. Y aquellos indios salvajes mandaban sobre tierras enormes, sin título ni propiedad. Dios todopoderoso ha dispuesto que unos hombres sean ricos y otros pobres, unos amos y otros esclavos.

COMPADRE —Así era como pensaban aquellos primeros colonos que pidieron a los indios aquel primer pedacito de tierra. Y claro, porque pensaban así, no se conformaron sólo con eso...
ABUELO —La verdad es que yo no sabía que los americanos habían empezado teniendo tan poco territorio. Pero ahí precisamente está el valor de esa gente. Uno no pasa de tener la tierra de un patio a esas enormidades chupándose el dedo. Hay que reconocer que el americano es un pueblo trabajador, más trabajador que nosotros...
COMPADRE —¿Y de dónde se saca usted eso? ¿Quién le ha dicho que los latinoamericanos hemos trabajado menos que ellos? Lo que pasa es que aquellos primeros colonos que llegaron a la América del Norte hace 400 años, tuvieron la suerte de encontrar unas tierras muy pobres, donde no habla ni oro ni plata, donde cuentan que había que sembrar las semillas a tiros...
VECINA —¿Y qué suerte tan rara es ésa?
COMPADRE —Es la suerte de no tener suerte. La importancia de no nacer importante.
ABUELO —Oiga, ¿verdad que a usted le gusta bastante enredarle la pita al trompo?
COMPADRE —Es que esto parece mentira, pero es una gran verdad. Una gran verdad que explica muchas cosas de cómo empezó esta historia, de por qué ellos los americanos son hoy ricos y nosotros pobres. Mire, cuando los europeos invadieron América, el sur, América Latina, era más rica en todo que el norte, que aquel pedazo de tierra de costa con el que empezó a formarse Estados Unidos. Aquí al sur, había de todo: tesoros fabulosos, minas riquísimas, tierras muy fértiles, que producían lo que ni se conocía ni se cosechaba en Europa: el azúcar, el café, el cacao... Civilizaciones con mucho desarrollo, con mucha gente, organizadas para el trabajo. Al norte no había nada de eso. Por eso, los españoles y los ingleses y todos los europeos preferían nuestras tierras. El norte no les interesaba. Aquí en América Latina robaron mucho porque aquí había mucho. No, no es que en el norte hayan trabajado tanto, sino que los dejaron en paz. Que los dejaron crecer. A nosotros, no. Mientras en el norte se desarrollaban, nosotros nos quedábamos enanos. No, los primeros yanquis no trabajaron más que ninguno de nuestros indios o de nuestros negros. Progresaron. Pero no porque trabajaran más, sino porque les robaron menos.
ABUELO —Está bien. No eran grandes al principio. Tampoco su progreso fue cuestión de trabajo ni de la riqueza de la tierra. ¿Entonces, cómo se explica que ese país haya llegado a donde ha llegado?
COMPADRE —Mire, mire esa bandera americana... ¿cuántas estrellas tiene?
VECINA —¿Y qué se yo cuántas? ¡Un montonón!
COMPADRE —Un montón, 50 estrellas. Y cada estrella, un Estado de los Estados Unidos. Pero no siempre fue así. No siempre fueron 50 estrellas...

Cuando, a fines del siglo 18, los colonos de Estados Unidos se separaron del gobierno de Inglaterra, tenían sólo 13 estrellas en su bandera. Eran 13 estados, unidos por la fiebre de crecer.

YANKI —Comunique al gobierno de Francia que les compramos estos territorios vecinos de la Luisiana. Les guste o no les guste.

Más tenían, más querían.

YANKI —Comunique al gobierno de España que nuestro ejército ha ocupado esos territorios vecinos de La Florida. Dígale que ya son nuestros. Les guste o no les guste.

A los 25 años de su independencia, los Estados Unidos multiplicaron por dos su tamaño, apropiándose de dos millones de kilómetros más de la América del Norte.

INGLES —¿Deseaba algo la Reina de Inglaterra?
REINA —Oh, sí, mi lord. Deseaba preguntarle si ha visto las astucias que andan haciendo los yanquis. ¡Nos han salido aventajados esos muchachitos! ¡Son mejores piratas que nosotros!

COMPADRE —Y es que de tal palo, tal astilla. Los norteamericanos habían salido calcaditos a su madre patria Inglaterra. Habían aprendido todas las malas mañas de los ingleses. Pero más tenían, más querían. ¡La gloriosa conquista del Oeste! ¡Tantas películas que hemos visto! Pero todas dicen lo mismo: que los americanos eran unos valientes y que los verdaderos dueños del Oeste, los indios, eran unos salvajes. El problema es que todas esas películas de indios y vaqueros... las han hecho los vaqueros.

INDIA —Nos equivocamos con los hombres blancos. Era malo su corazón. Al principio querían la piel de los animales del bosque, que son el castor y la nutria. Después, ya querían el bosque entero. Mataban los animales y mataban el bosque. Mataron también nuestros búfalos. Nos fueron empujando hacia el poniente del sol, más y más y más. Siempre querían más tierra. Después, Dios nos dijo que peleáramos contra ellos. Y peleamos. Pero ya era demasiado tarde.

Apaches, iroqueses, algonquinos, cheyenes, comanches, sioux, mohicanos... Cientos de miles de indios americanos fueron exterminados por los colonizadores yanquis. Morían de viruela y contagiados por otras enfermedades que no conocían. Morían en las guerras contra los invasores. Morían cuando se morían sus bosques y sus animales. La conquista del Oeste se hizo a costa del exterminio de millones de personas, de millones de animales y de millones de praderas y bosques valiosísimos.

MONROE —Ciudadanos de los Estados Unidos de América: ¡este es el destino que Dios nos ha confiado! ¡Crecer, crecer, ser grandes! ¡Este es el destino de nuestra gran nación: ¡América para los americanos!

A los 50 años de su independencia, Estados Unidos, que ya tenía unas 40 estrellas en su bandera, se lanzó a la conquista de las ricas tierras de América Latina. En 1823, el presidente Monroe proclamó que el Destino Manifiesto de su país era: «América para los americanos»...

MONROE —¡Que quiere decir: América para los norteamericanos! ¿Y por qué no? ¿Por qué no? ¡Si nuestro gran país necesita lo que aún no tiene, lo que hay en esos países de América Latina! Yo lo necesito, yo te lo quito. Empezaremos por México: Texas tiene minerales, wonderful tierras y... ¡petróleo! México tiene además algunos políticos que nos ayudarán a cumplir ¡con nuestro destino manifiesto!
MEXICANO —¡Orale, manito, que de fuera vendrán los que de casa te echarán! No respetaron nada esos gringos, hijos de la tiznada! Nos robaron la mitad del país, dos millones de kilómetros. ¡Echele, mano, una tierra grandotota, del tamaño de toda la Argentina! Nos quitaron Texas, California, Colorado, Arizona, Utah, Nevada, y ese otro estado que le siguen llamando «Nuevo México». Siete estrellitas más para su banderita... Tierras reterricas de oro, petróleo, minerales... por eso nomás se las robaron. ¡Pobrecito México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos!

Al fin de la guerra de despojo de México, el presidente americano Polk anunciaba al mundo que los Estados Unidos eran ya más grandes que toda Europa.

COMPADRE —La hija le había sacado una buena ventaja a su madre Inglaterra.
VECINA —Pues me va sonando esta historia a aquello de «sí puta la madre, putísima la hija»...
ABUELO —Señora, por favor, que esto lo está leyendo mucha gente...
NICARAGÜENSE —No, señor, diga todos los verbos que guste, que aquí de esos gringos estamos hasta el hígado. ¿Usted no a oído el himno. «Enemigos de la humanidad»...
ABUELO —Oigame, ¿y de dónde es usted?
NICARAGÜENSE —De Nicaragua, pues.
GRINGO —¡Hace falta un canal por Nicaragua! ¡O por cualquier otro lugar de Centroamérica! Nuestro comercio internacional crecerá como la espuma. Por eso, hace falta que nosotros controlemos totalmente ese canal.
NICARAGÜENSE —¿Escuchó? El «bisnes» del Canal, esa era la chochada. Y hasta metieron en Nicaragua a un chele, a ese rubio de William Walker, que por la traición de unos matamamas, llegó a presidente de la República. Sí, los gringos torcieron el camino de nuestro país...

Desde mediados del siglo pasado, Centroamérica se convirtió en el patio trasero de los Estados Unidos. Repúblicas bananeras, enclaves de la United Fruit, tierra de invasiones, de intervenciones militares, de deudas impuestas, de tratados humillantes firmados a punta de pistola y con las cañoneras en los puertos...

PANAMEÑO —Pero, oigame, el Canal no lo llegaron a abrir por Nicaragua, sino por aquí, por nuestra tierra...
VIEJO —¿Y de dónde es usted?
PANAMEÑO —Panameño, mi hermano. Por mi sangre que yo nunca entendía aquella vaina que terminó con la abridera de este canal. Fue todo rapidito. Nos separamos de Colombia y, bungundún, caímos en manos de los americanos. Hasta una banderita igual a la suya quisieron clavarnos aquí.
TAFT —Ciudadanos de este gran país: ¡no está lejano el día en que tres banderas de barras y estrellas señalen en tres sitios la expansión de nuestro territorio! ¡Una en el polo norte! ¡Otra en el canal de Panamá! ¡Y la tercera en el polo sur! ¡Todo este continente será nuestro políticamente, como ya es nuestro moralmente, gracias a la superioridad de nuestra raza!
VECINA —¿Y esa barbaridad quién la dijo?
COMPADRE —Pues uno de los tantos presidentes de Estados Unidos, el presidente William Taft. Eso es histórico, eso está escrito.
VECINA —¡Pero esa gente roba y no tiene vergüenza en decir que lo hace!
CUBANO —¡Que nos lo digan a nosotros, chico, a los cubanos! Martí lo avisó. Martí le conocía la entraña a ese monstruo. ¡Aquí en Cuba los yanquis se colaron en una guerra donde nadie los llamó para sacar su buena tajada!
PUERTORRIQUEÑA—¡Ay, bendito, se colaron en la guerra de Cuba, y al final se robaron a Puerto Rico! Los cubanos ya se zafaron de los yanquis, pero a nosotros, mira cómo nos tienen todavía, ¡vueltos una burundanga!

A fines del siglo pasado, en 1898, Estados Unidos intervino en la guerra de independencia de Cuba. Terminada la guerra, se reservó el derecho de seguir interviniendo en Cuba y se apropió de la isla de Puerto Rico en el Caribe y de las islas Filipinas en Asia...

MCKINLEY —Yo caminaba por la Casa Blanca, noche tras noche, y suplicaba al Dios todopoderoso que me iluminara. Y una noche, no sé cómo, recibí la orientación de Dios. El me dijo que no debemos dejarles las islas Filipinas a los filipinos, que no están preparados para gobernarse, sino que nosotros somos los que tenemos que educarlos y cristianizarlos. Y entonces, reconfortado, volví a la cama y dormí profundamente...
VECINA —¿Y quién fue el que dijo esa otra barbaridad?
COMPADRE —Otro presidente americano, el presidente MacKinley. Eso está escrito también. Auténtico.
VECINA —¡Lo último que me faltaba por oír! ¡Qué poca madre tiene esa gente! Oigalo: ¡que Dios le dijo que se robara un país ajeno!

1904: Estados Unidos interviene militarmente en la República Dominicana y Panamá.
1905: tropas norteamericanas desembarcan en Honduras.
1906: los marines desembarcan en Cuba.
1907: desembarco de marines en seis puertos de Honduras.
1910: intervención militar en Nicaragua.
1911: nueva intervención militar en Nicaragua y en Honduras.
1914: intervención militar en Haití, en República Dominicana y en México.
1915: masivo desembarco de tropas norteamericanas en Haití. El país permanece ocupado durante 20 años.
1916: masivo desembarco en la República Dominicana. El país ocupado durante 8 años.
En el mismo año, doce mil soldados norteamericanos cruzan la frontera con México.
En siete años, entre 1918 y 1925, seis intervenciones militares, dos en Panamá, tres en Honduras, una en Guatemala.
1926: los marines desembarcan en Nicaragua y ocupan el país. Al grito de «Patria libre o morir», el general Sandino los enfrenta y los derrota después de siete años de lucha guerrillera.
1934: Estados Unidos vianda a asesinar a Sandino.
1937: intervención militar en Puerto Rico.
1954: intervención de Estados Unidos en Guatemala para derrocar al gobierno de Jacobo Arbenz.
1961: intervención de Estados Unidos en Cuba para derrocar al gobierno de Fidel Castro. Los cubanos derrotan a los invasores.
1965: cuarenta mil marines desembarcan en República Dominicana para contener la insurrección popular.
1983: intervención militar de Estados Unidos en la isla caribeña de Granada para derrocar al gobierno de Maurice Bishop.
1989: intervención militar en Panamá para no entregar el Canal a los panameños...

COMPADRE —Ya ven de dónde ha salido tanta grandeza... Ya ven cómo aquella pequeña piel de búfalo se fue estirando... Cómo se hicieron ricos, cómo siguen haciéndose ricos... ¡América para los americanos! Y lo que no es América también. Bases militares en toda Europa, en Asia, en Africa. Les interesaba el Vietnam, porque allí hay minerales que ellos no tienen. Y les interesa Sudáfrica por la misma razón. Así fueron llenando de estrellas su bandera. Y de sangre la historia de nuestro tiempo. La mancha es tan grande que no hay jabón que la lave. Sí, ese es el destino manifiesto de los Estados Unidos.
VECINA —¿Estados Unidos?¡Estados Podridos!... ¡El destino de esa gente es jodernos a nosotros!
ABUELO —Señora, por favor...
COMPADRE —Pues mire que hace 150 años, Bolivar ya dijo algo parecido. El Libertador de América pensaba igual que usted, señora. El decía: «Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad».

LOS 10 MANDAMIENTOS DE TODO BUEN BURGUES ¡Ay, parece que van a hablar de nosotros!

En aquellos tiempos, un jovencito rico se acercó a Jesús y le dijo:

JOVEN —Maestro, ¿qué debo hacer yo para colarme también en el cielo?

Jesús le respondió:

JESUS —Está bastante claro, ¿no? Cumple los mandamientos.
JOVEN —¿Cuáles mandamientos, teacher?
JESUS —¿Cuáles van a ser? Los diez mandamientos: no robarás, no matarás, no dirás mentiras, honrarás a tu padre y a tu madre...
JOVEN —Ah, no, no, no, no... Cambia el disco, moreno. Esos mandamientos no me gustan. Yo prefiero cumplir los míos.

Y dando media vuelta, el jovencito rico se fue.

VECINA —¿Y qué parte del evangelio es ésa, eh? Yo nunca la había oído.
ABUELO —Ni yo tampoco, señora. Seguramente se trata de una tergiversación de la Biblia.
COMPADRE —Qué va, se trata de otra Biblia.
VECINA —¿Cómo que de otra Biblia?
COMPADRE —Claro. Hay la Biblia de los cristianos. Y hay la Biblia de los burgueses. Hay diez mandamientos para unos y diez mandamientos para los otros.
ABUELO —Como no se explique mejor, cambio de programa...
COMPADRE —¿Sabe qué? Nosotros los latinoamericanos siempre le echamos la culpa de lo que nos pasa a Inglaterra, a los yanquis, a los de fuera. Y es verdad. Ellos no vienen aquí más que a robar. Pero las puertas de nuestros países tienen la cerradura por dentro. ¡La burguesía de nuestros países! ¿Qué harían los de fuera sin la llavecita que les dan los de dentro? ¿Qué habría hecho aquel inglés Míster North sin los burgueses chilenos?
ABUELO —Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con la Biblia? ¿De qué está hablando usted?
COMPADRE —Estoy hablando de la Guerra del Pacifico, una página bien fea de la historia latinoamericana. Ocurrió hace cien años solamente. La guerra entre Perú, Bolivia y Chile. Aquella guerra en la que los burgueses de Perú, los de Bolivia y los de Chile hicieron lo que hacen siempre, cumplieron fielmente... «los 10 mandamientos de todo buen burgués».

Esta historia comienza en Europa. Bueno, la mayoría de las historias de América Latina comienzan en Europa. Resulta que las tierras europeas cada vez rendían menos. La agricultura iba mal. A mediados del siglo pasado todavía no se habían inventado los abonos químicos. Era urgente encontrar algo para aumentar las cosechas... Inglaterra descubrió entonces que el guano podía ser un gran fertilizante. El guano del Perú. Los alcatraces y las gaviotas habían ido acumulando durante miles de años, montañas de excrementos en las islas de la costa peruana. Los excrementos de estos pájaros serían la salvación para las tierras cansadas de Europa.

INGLES —¡Necesitamos el guano! ¡Hay que traer a Inglaterra ese maravilloso excremento!

Fue entonces cuando otros pájaros, los burgueses, comenzaron a cumplir su misión, a cumplir sus mandamientos...

PRIMER MANDAMIENTO: AMARAS AL DINERO SOBRE TODAS LAS COSAS.

PERUANO —¿Se enteraron? ¡Un notición, señores! ¡Inglaterra quiere comprarnos el guano de las islas!
PERUANA —¡El guano! ¡Ay, qué divertido! ¿Y para qué querrán esas heces?
PERUANO —¿Qué heces?
PERUANA —Las heces, las de los pajaritos...
PERUANO —¡Dizque heces! ¡Las cagadas! Algo habrán olido los ingleses en esas cagadas...
PERUANA —Ay, no seas tan vulgar, amorcito...
PERUANO —Lo quieren para abonar sus tierras. Parece que el guano tiene no sé qué vaina química que es lo mejor para la agricultura.
PERUANA —¡Qué cosas descubren! ¡Los ingleses son tan inteligentes!
OTRO —Pues si es así, podríamos aprovechar el guano para abonar nuestras tierras aquí en el Perú, que buena falta nos hace...
OTRA —Estás loco, querido. Lo que hay que hacer es venderlo a buen precio. Y venderlo rapidito, antes que otros se enteren del negocio. ¡Dinero, querido, dinero! El dinero es como el ceviche: hay que comerlo fresco.
PERUANO —Pues consigamos la autorización enseguida. ¡Compro acciones en la exportación del guano!
PERUANA —Así se habla, mi vida. Cuando se trata de vender, se vende hasta la mierda...

Y comenzaron a vender el guano de las islas a toda prisa. Lo que la naturaleza tardó siglos en almacenar, los burgueses peruanos lo acabaron en pocos años. La compañía inglesa Gibbs and Sons se ocupaba del traslado. Diariamente salían los barcos hacia Europa cargados del oloroso fertilizante. A los 40 años estaban arrasadas las islas del Perú. Se habían vendido a Inglaterra 12 millones de toneladas de guano.

SEGUNDO MANDAMIENTO: TOMARAS EL NOMBRE DE LA PATRIA EN VANO

Cuando el guano se fue acabando, los ingleses descubrieron otro fertilizante mejor: el salitre. Los grumos blancos de nitrato depositados en el gran desierto del Perú. Los burgueses peruanos volvieron a entusiasmarse...

PERUANO —¡Ahora no quieren guano, sino salitre! ¡Y lo pagan mejor!
OTRO —Pero las tierras donde está el salitre tienen dueño.
PERUANA —Pues hay que comprarlas inmediatamente. ¡Eso vale ahora una fortuna!
PERUANO —¿Y con qué dinero las compramos?
PERUANA —Con dinero del Estado. No vamos a poner el nuestro, querido. La patria es como una madre: siempre ayuda a sus hijos.
PERUANO —La patria no tiene un centavo.
PERUANA —Bah, eso es lo de menos. El gobierno puede emitir bonos. ¿No «gobernamos» nosotros al «gobierno»? Por repartir papelitos no se muere nadie.
OTRO —¿Y qué pasa después con esos bonos?
PERUANA —Ay, querido, se vive sólo una vez. Hoy es hoy. Y después ya veremos.
PERUANO —Me parece un consejo muy sensato. En cualquier caso, el salitre tiene que ser nuestro.

En 1875 el gobierno peruano expropió las tierras salitreras y pagó con bonos a sus antiguos dueños...

GOBERNANTE —¡Pueblo del Perú! La patria necesita estas tierras. Los contratos que vamos a firmar con Inglaterra responden a los más altos intereses de la patria. ¡El sacrificio que hacemos hoy redundará mañana en el bienestar de todos!

El gobierno firmó contratos con Inglaterra. Se levantaron pueblos en los desiertos de Tarapacá, donde antes sólo vivían las lagartijas. Surgieron como por parte de magia las casas, las oficinas, los telégrafos. La Nitrate Railways puso los ferrocarriles. Y en barcos ingleses comenzaron a trasladarse montañas de salitre hacia Europa.

TERCER MANDAMIENTO: SANTIFICARAS LAS FIESTAS

PERUANO —¿Una copita, mi amor?
PERUANA —¿Una sola?
PERUANO —Es un vinito especial. ¡Vino de Burdeos! ¡Oh, la France! Allons enfants de la patrie... ¿Sabes? Estoy aprendiendo francés.
PERUANA —Pues aprende inglés, que nos conviene más.
OTRA —Oigan, oigan, ¿supieron la última? La marquesa de Ribagüero se ha mandado a hacer un retrato con el mismísimo Goya...
PERUANO —¿Con Goya? ¡Pero si Goya es del siglo pasado!
PERUANA —¿No me digas? Bueno, yo no sé con quién será entonces... pero ¡lo que le va a costar! ¡Un dineral!
PERUANO —¡Lo que le costará al pintor disimularle las arrugas a esa bruja!
PERUANA —Ay, niña, eso no es nada. Mi marido ha mandado a comprar nuestra nueva casa en Italia. ¡Mármoles de Carrara, para que lo sepas! ¡Un sueño!

Las grandes familias de la aristocracia peruana derrochaban el dinero que les llegaba por las ventas del salitre. Mandaban a comprar en el extranjero vestidos de última moda, vinos franceses, estatuas de puro mármol de Carrara para adornar la alameda de Lima. Casas enteras llegaban desde Londres. Desde París se importaron hoteles completos, de lujo, con cocinero y todo.

PERUANO —¡Hip! Tranquilo, compadre. Si se acaba el dinero, los ingleses nos prestan más. ¡Salud!

El despilfarro de la burguesía peruana fue tan escandaloso que a los pocos años las deudas del país eran el doble que las entradas...

PERUANO —En la costa de Bolivia hay más salitre. Ya los chilenos lo están sacando y vendiendo a los ingleses. Nosotros también podemos sacarlo de ahí. Los bolivianos son «buenos amigos» nuestros...
PERUANA —Ay, no hablen ahora de negocios... Querido, invítame a otra copita del vinito ése...

CUARTO MANDAMIENTO: OBEDECERAS A TU PADRE Y... Y, BUENO, A LA MADRE NO, PORQUE LOS BURGUESES NO LA SUELEN TENER

La explotación del salitre se extendió rápidamente hacia la provincia boliviana de Antofagasta. Los burgueses chilenos y los burgueses peruanos se disputaban el negocio. Fue entonces cuando los burgueses de Bolivia comenzaron a preocuparse.

BOLIVIANO —Si no somos tontos, lo parecemos, pues. Perú está vendiendo nuestro salitre. Está haciendo negocio a costa nuestra, pues.
OTRO —El negocio lo hace Chile. Son los chilenos los que sacan la mejor tajada. Nosotros mismos les dimos el permiso.
BOLIVIANO —¡Qué Chile ni qué Chile! Los chilenos son muchachos listos pero ¿quién está detrás? ¿Quién es el papá? Inglaterra. La Melbourne Clark Company, la Nitrate Railways... Compañías inglesas. El problema no es con Chile ni con Perú.
OTRO —El problema es que nosotros no sacamos nada. Ni tajada ni tajadita. Y así no se vale. Pongamos un impuesto, al menos para ganar algo también.

Los burgueses bolivianos decidieron ponerle un impuesto al salitre: se cobrarían sólo 10 centavos por cada quintal que salía de Antofagasta hacia Inglaterra. A pesar de eso los ingleses se indignaron y lanzaron a Chile a pelear contra Bolivia y contra Perú.

INGLES —¡Impuestos! ¡Esto es el colmo, señores de Chile, el colmo!
CHILENO —¿Y... y qué podemos hacer, pues?
INGLES —No pagar un solo impuesto a esos bolivianos.
CHILENO —No, pues.
INGLES —Y si protestan, quitarles las tierras.
CHILENO —Sí, pues.
INGLES —Y si Bolivia molesta, declararle la guerra.
CHILENO —Sí, pues.
INGLES —Y si la madre de ustedes molesta...
CHILENO —Sí, pues...

Los burgueses de Chile obedecieron al pie de la letra las órdenes de su papá extranjero... Y los batallones de Chile obedecieron a los burgueses. Invadieron las provincias bolivianas y peruanas de donde se sacaba el salitre. La Guerra del Pacífico había comenzado.

QUINTO MANDAMIENTO: NO MATARAS... SI NO ES NECESARIO.

Febrero de 1879. Las fuerzas armadas de Chile ocupan las tierras del salitre. Perú y Bolivia se unen frente a los invasores. Pero como son los días de Carnaval, los burgueses prefieren terminar la fiesta antes de comenzar la guerra. Chile avanzó rápidamente por la costa, por el desierto, por el mar. Con uniformes ingleses y armas inglesas, el ejército chileno arrasa con todo hasta llegar a Lima... Los burgueses del Perú mandan indios a la guerra. Los burgueses de Bolivia mandan indios a la guerra. Miles de cadáveres quedan pudriéndose bajo el sol de los arenales.

La guerra del salitre está costando muchas vidas. Por mar y por tierra Chile pulveriza a sus enemigos. Se suman al mapa chileno los inmensos desiertos de Atacama y Tarapacá. Perú pierde el salitre y las gastadas islas del guano. Bolivia pierde la salida al mar y queda acorralada en el corazón de América del Sur. Los burgueses de Chile celebran por adelantado la victoria...

CHILENO —Nuestros derechos nacerán de la victoria, señores. ¡La victoria es la ley suprema de las naciones!
CHILENA —Y ¿cuántos soldaditos llevamos perdidos, mi amor?
CHILENO —Qué se yo... Eso es lo de menos. Lo importante es que el salitre pertenece... ¡a Chile!
INGLES —¡Oh yes, así mismo es!

SEXTO MANDAMIENTO: NO FORNICARAS.

VECINA —¿For ni qué?
COMPADRE —¡Corten, corten! Ejem... Bueno, la vida privada de los burgueses ya se la podrán imaginar. Pero sí la contamos se nos van a subir los colores... En fin, hay cosas mucho más picantes que contar en esta historia. Precisamente ahora viene el mandamiento que ellos cumplen con más devoción...

SEPTIMO MANDAMIENTO: NO ROBARAS... EN PEQUEÑAS CANTIDADES.

Aquellos bonos, aquellos «papelitos» con los que los burgueses del Perú compraron las tierras del salitre, perdieron valor durante la Guerra del Pacífico. Entonces apareció un burgués de Inglaterra en el horizonte...

NORTH —Yo querer comprar esos bonos...

John Thomas North, ladrón de cuello y corbata, llegó a Chile.

NORTH —Préstenme algo de dinero, por favor.

Como no tenía un centavo, los mismos burgueses chilenos le prestaron la plata a North para comprar los bonos. Y los compró a precio de ganga.

NORTH —Continúen, continúen matándose. Mientras ustedes se matan en el campo de batalla, yo compro el campo.

Los soldados chilenos y peruanos y bolivianos estaban peleando para Inglaterra, aunque no lo sabían...

NORTH —Ahora yo soy el legítimo dueño y señor de estas tierras.

En 1881 los burgueses chilenos reconocieron los bonos comprados por North como títulos válidos de propiedad.

NORTH —Aquí, el que sabe, sabe. Y el que no, lo nombran presidente.

Sin disparar un tiro ni gastar un centavo, John Thomas North se había quedado con todo. La guerra le había dado a Chile el monopolio mundial de los fertilizantes, pero el rey del salitre era el laborioso hombre de empresa John Thomas North.

NORTH —No robarás, amigo, no robarás en pequeñas cantidades.

Con el dinero robado a Chile, John Thomas North levantó fábricas de cerveza en Francia, de cemento en Bélgica, construyó tranvías en Egipto y aserraderos en Africa, explotó minas de oro en Australia y de diamantes en Brasil. El millonario del salitre tenía mucho que agradecerle a los burgueses de Chile. Y los burgueses de Chile también le estaban muy agradecidos por dejarlos participar en los beneficios de la gran empresa del salitre.

OCTAVO MANDAMIENTO: NO DIRAS MENTIRITAS... INVENTA GRANDES CALUMNIAS.

En 1896 alcanzó la presidencia de Chile un ave rarísima, un burgués honesto: José Manuel Balmaceda.
BALMACEDA —¡Chilenos: vamos a aprender a vivir por nosotros mismos! Esta tierra, esta riqueza será nuestra. ¡Los grumos blancos del salitre se convertirán en escuelas, en caminos, en pan para el pueblo!

El presidente Balmaceda anunció que era necesario nacionalizar las salitreras, las empresas de Inglaterra.

NORTH —¿Nacionalizar? Fea palabra. Preparen mis maletas. Viajo a Chile.

John Thomas North, que andaba banqueteándose en Londres, no tardó en llegar a Santiago de Chile.

NORTH —¿Cien mil libras serán suficientes, senador?

El rey del salitre compró a buen precio las conciencias de los burgueses de Chile.

CHILENO —Chile debe volver a los buenos tiempos de antes. Ese Balmaceda es un enemigo de la libre empresa, un déspota borracho de poder!
VARIOS —¡Charlatán! ¡Carnicero!... ¡Tirano! ¡Dictador!

Los burgueses de Chile montaron una intensa campaña de calumnias contra Balmaceda. Los burgueses sublevaron al ejército. Los burgueses lanzaron gente a la calle contra el presidente. Mientras tanto, los barcos de Inglaterra bloqueaban la costa chilena... Balmaceda, asediado por la burguesía, se suicidó.

CHILENO —¿Quiere un vinito, mister North? ¡Sírvase unito, pues!
CHILENA —Ay, rubito lindo, ¿pero cómo te conservas tan bien? ¡Bailemos una cueca!

NOVENO MANDAMIENTO: NO DESEARAS LA MUJER DE TU PROJIMO... DESEA MEJOR A TU PROJIMO PARA PONERLO A TRABAJAR

En los tiempos del salitre, como en todos los tiempos, los burgueses son hombres prácticos. Ellos no trabajan. Ponen a otros a trabajar a trabajar para ellos... Cientos, miles de campesinos desempleados del valle central de Chile fueron empujados por el hambre a trabajar en las salitreras del Norte. Obreros que sobrevivían en chozas miserables en medio del desierto. Obreros de 16 horas diarias, que no conocían el descanso del domingo y cobraban sus salarios con fichas. Fichas que perdían la mitad de su valor en las pulperías de las empresas...

OBRERO —¡Compañeros, ya no! ¡Compañeros, ya basta! ¡Junta tu voz a otra voz! ¡Junta tu mano a otra mano! ¡A la huelga, hermanos del salitre! ¡A la huelga!
VARIOS —¡A la huelga! ¡A la huelga!!

En Iquique, el mayor puerto del salitre, se juntaron los huelguistas, los obreros y sus mujeres, los niños... Protestaron, reclamaron... Los soldados los ametrallaron. El 21 de diciembre de 1907, murieron en Santa María de Iquique, 3.600 trabajadores del salitre, en nombre de la libertad de empresa.

DECIMO Y ULTIMO MANDAMIENTO DE TODO BUEN BURGUES: NO DESEARAS INVERTIR TUS BIENES. GUARDALOS EN UN BANCO EXTRANJERO.

CHILENA —¿Y qué vamos a hacer ahora con tanto dinero, querido?
CHILENO —Pensaba invertir en una industria de algo, no sé. Pero, ya sabes, eso da mucho trabajo. Hay que andar llevando las cuentas. Y luego, los problemas con los obreros que no se conforman con nada...
CHILENA —¿Y entonces, mi amor?
CHILENO —Tengo una idea mejor: lo meteré en el banco.
CHILENA —¿En los de aquí?
CHILENO —No, niña, no seas loca. En el banco de Londres lo tendremos seguro. Así estoy tranquilo y sin problemas. A propósito, ¿qué pensabas para esta noche?

La prosperidad del salitre no sirvió para desarrollar a Chile. Ni a Perú. Ni a Bolivia. Las riquezas exprimidas a los obreros ni siquiera se quedaron en el país. Se fugaron a los bancos de Inglaterra, de Suiza, de Estados Unidos. Pocos años después, un químico alemán descubrió un fertilizante sintético. Y la economía en Chile se vino abajo como un castillo de arena. La de los burgueses no. Todo su dinero ya estaba fuera. En los desiertos de Atacama y Tarapacá, sólo quedaron las casuchas vacías, los caminos muertos, los telégrafos mudos, los esqueletos de las oficinas salitreras... y los esqueletos de miles de obreros sacrificados en aquellas pampas para llenar las arcas de los bancos extranjeros.

COMPADRE —Acabaron con el salitre. Pero los burgueses enseguida encontraron otro negocio. Los de Chile, comenzaron con el cobre. Y los de Bolivia, con el estaño. Y los de Perú, con los minerales de la «Cerro de Pasco Corporation». Y otra vez, a cumplir religiosamente sus diez mandamientos.
VECINA —¿Sabe una cosa? Ya encontré yo la Biblia ésa que estaban leyendo al principio.
COMPADRE —¿Y...?
VECINA —Pues dice que Jesús, después que se fue el burguesito aquel, se puso furioso y dijo: ¡Más fácil entra un camello por el ojo de una aguja, que uno de estos sinvergüenzas haga algo por su país!

COMO SE FABRICA UNA GUERRA Pasión y muerte del Paraguay

PARAGUAYO —¡Vecinos! ¡Arriba la jarra, vecinos! ¡Que la fiesta está en su mejor momento! ¡Yo brindo por la cosecha de este año, que no está buena, sino requetebuena!
PARAGUAYA —¡Pues yo brindo por la nueva fábrica de loza, que le va a dar trabajo a mi marido y a muchos remolones de este pueblo!
PARAGUAYO —Si se trata de brindar, yo brindo por mis vaquitas, que ya están a punto de parir!
OTRO —¡Y si se trata de parir, yo brindo por todos!
ESAU —Bueno, pues... ¿y qué les voy a decir? Lo que les dije el año pasado y el otro. Yo brindo... por lo que está pasando en este país. Nuestro presidente Solano López será un poco loco, eso se sabe. ¿Qué gobierno no tiene sus metidas de pata? Pero estos ojos míos vieron mucha tristeza antes. Nuestro pueblo ya sufrió demasiado con España. Ahora vivimos en paz. ¿Quién nos molesta, a ver? No nos falta nada. Aquí ya ni los perros pasan hambre. Y somos libres. Libres como el picaflor. Eso vale mucho. ¡Salud, muchachos!
PARAGUAYO —Y ahora, a bailar, a bailar todos, hasta usted, abuelo Esaú! ¡Hermanos, viva el Paraguay!
VECINA —¡Pues sí que viven felices en ese país!
ABUELO —Vivían, señora. Esa es una película vieja. ¿No oyó que mentaron a un tal Solano López? Que yo sepa, el presidente actual de Paraguay no se llama así.
COMPADRE —Sí, es una película de hace más de 100 años.
VECINA —¿Y serían verdad esas linduras que dijo ese viejo Esaú?
COMPADRE —Yo creo que se quedó corto. En el Paraguay de aquel tiempo no habían mendigos en las calles y usted podía dormir con la puerta abierta porque nadie le robaba a nadie. Todos los niños sabían leer porque había escuela para todos. Usted no veía a un hombre sin trabajo ni a un terrateniente abusando del campesino porque el gobierno había acabado con los terratenientes y con los especuladores.
VECINA —Ese país era un milagro, entonces.
COMPADRE —Y el milagro más milagroso era que todo ese progreso lo habían conseguido sin pedirle ayuda a Inglaterra, que era el mayor imperio de aquel tiempo. Sí, aunque parezca mentira, en el siglo pasado Paraguay era el país más desarrollado de América Latina.
ABUELO —¿Más que Brasil?
COMPADRE —Si, más que Brasil.
VECINA —¿ Y más que Argentina?
COMPADRE —También.
ABUELO —¿ Y qué les pasó entonces que se quedaron en la cola? Porque tengo oído que Paraguay hoy día es muy pobre.
COMPADRE —Es una historia increíble. Paraguay predicaba con su ejemplo. Y la economía paraguaya sonaba como la voz de un profeta. Y los profetas, usted sabe, siempre resultan molestos...

En los primeros años de la independencia de América, siendo Pedro II emperador de Brasil y Bartolomé Mitre presidente de Argentina, cuando el imperialismo de Inglaterra gobernaba en el mundo, la República de Paraguay experimentaba un modelo económico propio y su fama llegaba a todos los rincones de nuestro continente. ¿Cómo era posible desarrollarse sin contar con los ingleses? ¿Cómo podían los paraguayos realizar esos milagros? Su fama llegó también a oídos de los escribas y fariseos, los banqueros de Inglaterra...

BANQUERO 1 —Esto no se puede tolerar, señores. O hacemos algo pronto, o ese paisito de indios orgullosos acabará con todos nosotros. Una manzana podrida pudre al resto.
BANQUERO 2 —Pagamos negocio con ellos. Comerciemos. ¿Qué pueden necesitar los paraguayos? ¿Alimentos, comida? Pues vendamos alimentos y comida.

Pero la tierra paraguaya producía más alimentos que ninguna otra. La tierra, toda la tierra del país, era propiedad pública, del Estado. Los campesinos la trabajaban en cooperativas, fincas comunitarias. El pueblo guaraní prefería que todo fuera de todos.

BANQUERO 2 —¿Qué pueden necesitar esos paraguayos?
BANQUERO 3 —¡Vendamos ropa, telas, zapatos!
BANQUERO 2 —¿Qué pueden necesitar? ¿Platos, cuchillos, aguardiente?
BANQUERO 3 —¡Un ferrocarril! Construyamos un ferrocarril. Tenían su línea de telégrafos, sus fábricas de tejidos, de papel, de loza, de materiales de construcción... Paraguay, un país sin mar, contaba hasta con una poderosa flota mercante que llegaba a todos los mares del mundo.
BANQUERO 2 —¿Qué necesitan, entonces? ¿Armas? Pues vendamos armas. La industria militar ha sido siempre la que más dinero deja.

Pero en las fundiciones de Asunción y de Ibycuí, los paraguayos ya fabricaban cañones de bronce, morteros, balas de todos los calibres... Hacía 100 años habían aprendido a hacerlos junto a los misioneros jesuitas para defenderse de los cazadores de esclavos.

BANQUERO 3 —Aunque tengan lo que tengan, llevemos nuestros productos. Sus pequeñas fábricas no soportarán la competencia de precios. Así ha ganado siempre Inglaterra.
BANQUERO 2 —Sí, hagamos eso porque...
BANQUERO 1 —¡No podemos! Han cerrado el río. Ese gobierno de Solano López no deja pasar nuestros barcos.
BANQUERO —¡No puede permitirse esto! Inglaterra vive de la compra y de la venta, de la venta y de la compra. Nuestros bancos viven de los préstamos. Si no hay dudas, no hay intereses. Y si ni hay intereses, ¿de qué vive un banquero, díganme?

Mientras los demás países latinoamericanos se hundían con una piedra de molino atada al cuello —sus deudas con Inglaterra—, Paraguay no le debía un centavo a nadie. Nunca había pedido préstamos a los bancos extranjeros. Y sin embargo, la economía del pueblo guaraní estaba en pleno crecimiento...

PARAGUAYOS —¡Somos libres! ¡Libres de España y libres de Inglaterra! ¡Vamos a caminar con nuestras propias piernas! ¡No vamos a comprar fuera lo que sabemos fabricar dentro! ¡Queremos la paz! ¡Y queremos que nos dejen en paz!

BANQUERO 2 —Pues dejémoslos en paz. Total, con Buenos Aires y Río de Janeiro tenemos puertos suficientes para el libre comercio de nuestros productos.
BANQUERO 3 —Opino lo mismo. ¿Para qué seguir insistiendo?
BANQUERO 1 —Tontos, más que tontos. Ustedes no entienden nada. Aquí no se trata de ganar más dinero.
BANQUERO 2 —¿Y de qué se trata, si puede saberse?
BANQUERO 1 —Del mal ejemplo. Ahí está el peligro. La enfermedad puede contagiarse. No podemos permitir que un país se desarrolle sin nosotros. Los países vecinos pueden ver, comparar, imitar...
BANQUERO 3 —¿Y entonces?
BANQUERO 1 —Entonces, conviene que muera un país y no que perdamos el negocio en todos los demás.
BANQUERO 2 —Pues, ¿qué podemos hacer?
BANQUERO 1 —Hacer la guerra. Hacerles la guerra. Acabar con ese paisito de indios tercos.

Bajo el poder de Inglaterra, Paraguay fue sentenciado a muerte. La intervención militar fue preparada y financiada de principio a fin por el Banco de Londres, la casa Baring Brothers y la banca Rothschild.

BANQUERO 1 —Hacerles la guerra. O mejor: hacer que otros le hagan la guerra. Argentina, Uruguay y Brasil son los vecinos de nuestro orgulloso Paraguay. Muy bien. Si esos tres vecinos se unen, el gobierno de Solano López durará pocos días. En fin, señores, si estamos de acuerdo, avisemos a nuestro embajador en Argentina.

En aquellos tiempos, mister Edward Thornton era el embajador inglés en Argentina. Thornton tomaba parte en las reuniones del gobierno argentino. Thornton se sentaba al lado del presidente argentino. Thornton se lavaba las manos en el mismo cuenco que el presidente argentino.

EMBAJADOR —Señor presidente: la política de Paraguay pone en peligro la seguridad de los países de la región. Es mejor prevenir ahora que lamentar después. Brasil ya está de acuerdo.
ARGENTINO —Y nosotros también, señor embajador.
EMBAJADOR —Pues comience cerrándoles la salida al mar. Paraguay quedará aislado. Su economía se vendrá abajo.
ARGENTINO —Es difícil, señor embajador. El gobierno de Paraguay es amigo del gobierno de Uruguay. Y el Uruguay permite la salida de los barcos paraguayos por el río.
EMBAJADOR —En ese caso, "cambiemos" al gobierno de Uruguay.

Y sucedió que derrocaron al gobierno legítimo del Uruguay. Y pusieron a un presidente que también se lavaba las manos en el mismo cuenco de Inglaterra. Así, la alianza de dos, Brasil y Argentina, se convirtió en Triple Alianza con el nuevo gobierno de Uruguay.

EMBAJADOR —Habrá que tener de nuestro lado a la opinión pública. Sería muy útil una campaña de prensa contra el Paraguay y contra su presidente, ese tal Solano López. ¿No le parece, señor presidente?
ARGENTINO —Por supuesto, señor embajador.
EMBAJADOR —La gente debe comprender la amenaza que representa este país vecino. Paraguay tiene armas, más armas de las que necesita para su defensa. ¿Qué pasaría si los paraguayos se deciden a invadir Argentina o a invadir Brasil? No habrá paz en el área mientras exista ese foco de agitación.
ARGENTINO —Avisen a la prensa. Ellos saben lo que tienen que hacer...

PERIODISTA —¡Ultima hora, última hora! ¡Amenaza en la frontera!... ¡Paraguay a punto de invadirnos! ¡Ultima hora! El tirano Solano López, no contento con mantener al pueblo paraguayo en un régimen de terror, pretende ahora exportar la subversión a nuestro país! El gobierno totalitario de Paraguay ha violado las más elementales normas de la convivencia internacional. Si no se le pone freno a tiempo, este Atila de América, este dictador de ideas foráneas, arrasará con su pueblo y con el nuestro...

Calumniaron a Paraguay. Levantaron falsos testimonios contra su presidente Francisco Solano López. Los países de la Triple Alianza le iban a hacer la guerra en nombre de la paz. El gobierno de Brasil, que tenía dos millones de esclavos, le prometía la libertad al Paraguay que, desde hacía muchos años, no tenía ninguno.

BRASILEÑO —Todo preparado, señor embajador.
EMBAJADOR —Pues si todo está preparado, ¿a qué espera el Brasil para declarar la guerra? ¿O es que prefieren que Argentina dé el primer paso?
BRASILEÑO —Las guerras son caras, señor embajador. Nuestros países son pobres.
EMBAJADOR —Por eso no se preocupe. Inglaterra sabe tratar a sus amigos.
BRASILEÑO —¿Pero qué... qué nos tocará a nosotros?
EMBAJADOR —Ganarán el Paraguay. Divídanselo como buenos amigos.

Y echaron suertes sobre el mapa del Paraguay. Los futuros vencedores se repartían por anticipado los despojos del vencido. El primero de mayo de 1865, el presidente argentino Bartolomé Mitre, el emperador Pedro II del Brasil y el presidente impuesto al Uruguay Venancio Flores, firmaron en secreto la traición. El sanedrín inglés conoció la declaración de guerra y se felicitó por ella. Tres judas habían entregado al país inocente. La Triple Alianza estaba en marcha.

BRASILEÑO —¿Cuánto calcula que durará la guerra, general?
ARGENTINO —Poco, muy poco. En tres meses tomaremos Asunción, la capital. En tres meses habrá acabado todo.

La guerra duró cinco años. Los paraguayos no se quisieron dejar matar. Resistieron. Pero las armas enemigas eran superiores. Miles de muertos fueron quedando en los pantanos, en la selva, en las fronteras... Los hombres se acababan...

PARAGUAYA —No vayas tú, hijito, eres muy pequeño...
NIÑO —Píntame la cara, madre.

Se acababan los hombres del Paraguay. Los niños se disfrazaban de hombres para salir al frente de batalla. Se pintaban la cara, se ponían barbas de lana o de hierba para impresionar de lejos al enemigo. Peleaban hombres y mujeres, los viejos y los niños. Quien no moría de bala, moría de peste. Y cada muerto dolía. Cada muerto parecía el último, pero era el primero. Se acababa el Paraguay.

NIÑO —Se acaban los cañones, caraí... ya no...
SOLANO —Bajen las campanas de las iglesias. Fúndanlas.
PARAGUAY —La capital paraguaya había sido abandonada por la población para pelear en las fronteras. Las tropas de la Triple Alianza entraron en ella con orden de saqueo. Desvalijaron las casas, las iglesias. Nada se respetó. Ni los cementerios se salvaron de la rapiña.

SOLANO —Resistiremos hasta el último hombre. Nosotros no quisimos esta guerra. Pero menos queremos vivir sin dignidad. El pájaro picaflor nos enseña: no sabe vivir en jaula.

El presidente Solano López no se rendía nunca. Se internó en la selva con un ejército de ancianos y niños. Los últimos paraguayos emprendían esta última marcha hacia ninguna parte...

SOLANO —Hasta el último hombre... hasta el último hombre...
NIÑO —Ya vienen, caraí... Están rodeando todo...
PARAGUAYA —Señor, ¿por qué nos has abandonado?
SOLANO —No llores. Resistiremos.
PARAGUAYA —Padre, no los perdones... porque ellos sí saben lo que hacen.

En Cerro Corá, acorralaron al presidente Solano y a los últimos soldados niños del Paraguay.

SOLDADO —¡Ríndanse! Están perdidos.

Pero no se rendían nunca... El presidente Solano se abalanzó sobre ellos, espada en mano. Recibió dos lanzas en el vientre y un sablazo en la cabeza. Lo iban a rematar con un disparo al corazón...

SOLDADO —Ríndase, Solano. Va a morir.
SOLANO —Pero muero con mi patria.

Todo estaba consumado. Paraguay murió ese día con él. Los invasores habían dicho que venían a liberar al pueblo paraguayo: lo exterminaron. Era el triunfo de la civilización inglesa.

PARAGUAYA —Junto a ríos de sangre nos sentamos a llorar acordándonos de ti, Paraguay, tierra sin males. Muera yo igual que mis hermanos si algún día olvido este atropello. Tampoco lo olvides tú, Dios de mi pueblo. No olvides a los ingleses cuando decían: arrasen ese país, destrúyanlo hasta el cimiento. Capital de Inglaterra: criminal.
¡Quién pudiera devolverte todo el daño que has hecho!
¡Quién pudiera atrapar a tus banqueros
y estrellarlos contra las piedras!

Enterraron a Paraguay en un sepulcro nuevo: el de la dignidad latinoamericana. Y cerraron el país con una gran piedra de silencio.

En la guerra de la Triple Alianza perdieron la vida más de un millón de paraguayos, casi toda la población del país. Al final de los combates, sólo quedaban en todo el territorio paraguayo 2.100 hombres mayores de edad. Todas las fábricas del Paraguay quedaron arrasadas. Desaparecieron también las leyes que protegían la industria nacional. Los ríos paraguayos fueron, por fin, abiertos al libre comercio con Inglaterra. Recién terminada la guerra, Paraguay recibió el primer préstamo extranjero de su historia. Era un préstamo inglés. El ferrocarril paraguayo fue traspasado a una empresa inglesa para pagar las nuevas deudas. Brasil y Argentina cobraron su recompensa. Se apoderaron de 150 mil kilómetros cuadrados de tierra paraguaya, más de la cuarta parte del país derrotado. Pero Argentina y Brasil, también arruinados, tuvieron que gestionar nuevos préstamos millonarios con la Baring Brothers, la banca Rothschild, los bancos de Londres. Inglaterra fue la única vencedora en la guerra que ella misma fabricó.

ABUELO —Yo digo que por eso estamos como estamos. Porque nuestros pueblos, en vez de unirse, se pelean.
COMPADRE —Nos echan a pelear. Y no son los pueblos, sino los gobiernos. Los gobiernos de Brasil y Argentina que se metían en la cama con Inglaterra. Y que apoyaron una guerra que sus pueblos no entendían ni querían. Cuentan que a muchos soldados de los países de esa "Triple Alianza" los llevaban a pelear con las manos atadas.
VECINA —Pues vea que yo de esta guerra no sabía nada.
COMPADRE —Es que de Paraguay se sabe tan poco... Después de la guerra, comenzaron los gobiernos militares, la corrupción. La industria nacional no se levantó nunca más. Desde hace cien años, Paraguay es uno de los países más empobrecidos de América Latina.
VECINA —Cien años... Pero no hay mal que dure cien años... ¿No habrá resurrección algún día?

EL CARNAVAL DEL CAUCHO ...y después, con la música a otra parte

SAMBERO —¡Meus amigos, vengo a invitarlos al carnaval! ¡Alegre carnaval do Brasil! ¡Vengan conmigo! ¡Hay samba, fiesta, alegría! ¡Este es un alegre carnaval que nunca va a acabar! ¡Alegre carnaval do Brasil! ¡No quieren venir conmigo, meus amigos?
VECINA ¡Ay, qué bonito, vamos, vamos!
ABUELO —Señora, no me hale así de la camisa... ¿Se ha vuelto loca?
VECINA —Pero, ¿usted es sordo? ¿No oye a ese hombre que nos está invitando a ir al carnaval en Brasil? No podemos perder la ocasión. Dese prisa, que ya se va...
ABUELO —Óigame, joven, óigame... ¿y a dónde nos lleva? ¿En qué parte del Brasil es ese carnaval?
SAMBERO —¡Manaus! El carnaval es en Manaus, pequenina ciudad en el mismo corazón de la selva brasileña!
ABUELO —En mitad de la selva un carnaval? Pero, ¿dónde se ha visto semejante locura?
VECINA —Anímese, hombre, vamos, que ya me entró curiosidad por ver cómo será ese carnaval.
SAMBERO —Vengan, vengan conmigo al carnaval de Manaus...!
VECINA —Ya estamos en Manaus, "en el corazón de la selva"...
ABUELO —Pues este pueblo me parece muy callado para estar en ningún carnaval.
SAMBERO —Amigos meus, para que comience el carnaval, hay que decir antes una palabriña mágica.
VECINA —¿ Y qué "palabriña" es esa?
SAMBERO —Adivina, adivinanza: no es un niño, pero llora; no es madre, pero da leche; no es conejo, pero salta... ¿Qué palabrita hace falta? A la una, a las dos, ¡a las tres! ¿No saben? ¡No, no saben! ¡El caucho! ¡El árbol del caucho, que llora leche y esa leche se convierte en una pelota de goma que salta! ¡El caucho! ¡El árbol más rico, más riquísimo, el que más riquezas ha dado al Brasil! ¡Carnaval de Manaus es carnaval do caucho!

En las húmedas selvas de América, crece un árbol muy alto, de hojas anchas. Los indios le llaman caucho. Cuando le abren tajos en su tronco, el árbol llora una leche espesa. En cuencos hechos con hojas de plátano, la leche se recoge y se endurece al calor del sol o del humo. Después, cuando se ha hecho goma, se le da la forma que uno quiere. Desde tiempos muy antiguos, los indios han hecho con la goma del caucho antorchas de largo fuego, vasijas que no se rompen, techos que se burlan de la lluvia y pelotas que rebotan y vuelan...

SAMBERO —Oh, no, no se confunda de historia menina mía, que este alegre carnaval sí comienza con el caucho. Pero no comienza con hombres indios, sino con hombres blancos. Agora, guárdese a los hombres indios y preséntenos a hombres ingleses y norteamericanos ¡para que pueda empezar la samba, para que comience el carnaval!

A comienzos del siglo pasado, en una ciudad de los Estados Unidos, el joven Charles Goodyear piensa...

AMIGO —¿En qué piensas, Charles?
GOODYEAR —En el caucho, en esa maravillosa goma americana, que nace de esos maravillosos árboles del Brasil... ¿No sabes? Los ingleses ya no usarán más paraguas. En Inglaterra han inventado vestidos de caucho para cubrirse de la lluvia.
AMIGO —Bah, ya he visto esos trajes. La lluvia se cuela por las costuras. Y uno termina empapado. ¿Maravillosa goma? ¡Maravillosa basura!
GOODYEAR —¡Qué ciego eres! Con el caucho del Brasil se podrá hacer de todo. ¡Grandes inventos!
AMIGO —¡Grandes fracasos! Mira las chancletas de caucho que inventaste tú. Cuando hay mucho calor, se pegan a los pies. Y cuando hay mucho frío, se rompen a los cuatro pasos. ¡Dios nos libre de tus inventos!

Sólo unos años más tarde, Charles Goodyear descubrió, por fin, la técnica para que el caucho no se hiciera pegajoso y para que no se quebrara.

AMIGO —¡Ahora sí, Charles, ahora sí!

Por aquellos mismos años, en varios países de Europa y en los Estados Unidos se experimentaban los primeros automóviles de la historia...

GOODYEAR —¡Ahora sí! ¡Haremos las ruedas de los autos... con caucho! ¡Con el caucho del Brasil!

Hasta entonces, las ruedas de los autos se hacían de madera o de metal. El descubrimiento de Charles Goodyear puso al mundo en movimiento.

SAMBERO —¡Movimiento hacia Brasil, meus amigos! ¡Hacia Brasil! ¡Todo mundo se mueve hacia Brasil! ¡Alegre carnaval do mundo que llega a Brasil...!

En la enorme selva del Brasil, atravesada por el enorme río Amazonas, vivían los pájaros, los monos y los árboles del caucho. Con el descubrimiento de Goodyear, todo cambió en pocos años. La selva se llenó de gente, de barcos que atravesaban el río, de caminos... Manaus, una pequeñísima ciudad a orillas del río, se convirtió en la capital del caucho.

VECINA —¿Ve usted cómo esto se va llenando de gente...? ¡Ahora si que empezó el Carnaval!
ABUELO —Esto se va a poner bien movido, cómo no...
SAMBERO —¡Al carnaval vienen todos a bailar! ¡Y no se cansan de bailar alegre samba! ¡Primeros en llegar son los amigos de Goodyear, compañías inglesas y compañías norteamericanas! ¡Ricas compañías que compran caucho y fabrican llantas de automóviles! ¡Familias de dueños de ricas compañías, oh, alegres vienen al carnaval de Manaus!
VECINA —¿Óiga, señor, y esos que vienen allá atrás, al fondo...?
SAMBERO —¿Quiénes? ¡Ah, sí, al fondo! Esos son brasileños que producen caucho, campesinos de nordeste, do Ceará, do Recife, do Fortaleza, do Paraíba... Mucho debe gustarles Manaus, que han venido tantos... Mas déjelos agora, sigue la samba, sigue la samba... ¡Sigue el carnaval que mas nunca va a acabar!

El nordeste del Brasil había tenido grandes plantaciones de azúcar. Pero cuando empezó el auge del caucho, ya no tenía más que un gran desierto y miles de campesinos sin empleo. Las terribles sequías que caían sobre el nordeste, ponían en movimiento a los campesinos. En aquellos tiempos, cientos de miles atravesaron de una punta a otra el país, y se fueron a las selvas del Amazonas, a Manaus, a buscar trabajo en las plantaciones de caucho.

SAMBERO —¡Milagros del caucho! ¡Una ciudad pequenina y vacía, conviértase en ciudad grande y llena, ciudad dormida despiértese, con buena vida y con trabajo para cualquier que llega! ¡Ciudad pobriña sin nada, conviértase en ciudad riquiña con todo! ¡O carnaval do caucho ten de todo, ten de todo!

De todo tuvo Manaus. Hasta un lujoso teatro de ópera. Cuando se inauguró, a fines del siglo pasado, Enrico Caruso, el cantante más caro de Europa, el más famoso, atravesó el océano y atravesó la selva, para ir a cantar a Manaus. En aquel descomunal teatro, los mosaicos eran portugueses, las escaleras y las puertas eran italianas, los asientos eran franceses... y el público que aplaudía a Caruso también era extranjero...

ANIMADOR —¡Señoras, señores! El caucho ha hecho tres grandes milagros. Primer milagro: ¡esta selva inhóspita ha sido transformada en un bello y acogedor paraje! Segundo milagro: ¡miles de automóviles ruedan hoy por las calles del mundo equipados con neumáticos de caucho! Sus bocinas son un canto al indetenible progreso de la humanidad. Y tercer gran milagro: ¡el maravilloso cantante Enrico Caruso ha estado esta noche con nosotros! Unas palabras, estimado Caruso...
CARUSO —Desde la lejana Italia, ¡un saluti per tutti! ¡Y que viva la ópera, y que viva el progreso, y que viva el caucho!

Caruso y los mármoles para los palacios venían de Italia. Del Lejano Oriente llegaban prostitutas para los señores del caucho. De Inglaterra, venía el whisky. Y de Francia, los modistos. En las oficinas de los empresarios del caucho, los pisapapeles eran gruesos lingotes de oro.

SAMBERO —¡Esta es alegría que nunca va a acabar!... ¡Esta es gloria! ¡Este es amoroso Manaus en su gran carnaval do caucho!! Pero, pero, pero... ¡Oh, no, meu Deus! ¡Oh, no! ¡Alguien se prepara a abandonar rica ciudad de Manaus! Alguien se lleva lo mejor do carnaval do caucho y se va... ¡Se escapa! ¡Huye! ¡Mírenlo! Se va... Oh, no, me dice el corazón que este carnaval va a terminar mal...

En el año 1873, el inglés Henry Wickham, que era dueño de bosques de caucho en el Amazonas, recibió un aviso de Inglaterra.

INGLES —Henry: todo preparado. Es asunto de vida o muerte. Ven con ellas. Cueste lo que cueste. Te esperamos.

Henry fue a buscarlas. Consiguió un buque de la Inman Line para embarcarlas en él. Se adentró dos mil kilómetros, navegando por las aguas del Amazonas, buscando las más jóvenes, las más bonitas, las que parecieran más fecundas... Las embarcó no sin dificultades. Y volvió a salir a la costa. En el puerto de Belem do Pará, las autoridades de aduana del Brasil detuvieron el barco, según ordenaban las leyes del país...

AGENTE —¡¿Hacia dónde se dirige, mister Henry?!
HENRY —Voy a mi patria, Inglaterra. ¡Voy a tomarme unas alegres vacaciones!
AGENTE —¿Podemos subir a bordo a revisar lo que lleva en su barco, mister Henry?
HENRY —Oh, sí, no problem!
AGENTE —Por lo que veo, viaja a Inglaterra en un barco vacío...
HENRY —Manías de viejo, amigos...
AGENTE —¿Y en ese cuarto tan cerrado? ¿Qué hay dentro? Tendremos que entrar para inspeccionarlo...
HENRY —¡Oh, no, eso no, por favor!
AGENTE —¿Qué es lo que lleva ahí?
HENRY —Ahí las llevo a... ellas.
AGENTE —¿Y quiénes son... ellas?
HENRY —Oh! Ellas son las orquídeas más hermosas del Amazonas. He elegido las más jóvenes y frescas para llevárselas al Rey de Inglaterra. Tiene el capricho de tenerlas en el jardín de Kew, en Londres, cerca de él. Las he instalado en un cuarto con la misma temperatura húmeda y caliente con que vivían en la selva. Si abro la puerta estas hermosas flores podrían enfermarse. Se dañarían, llegarían mal.
AGENTE —Ay, mister Henry, usted siempre tan original...
HENRY —Señores, a cambio de esta irregularidad que causo en sus reglamentos, les ruego acepten un banquete que he preparado a bordo. Comeremos a gusto ¡y brindaremos por ellas! ¿Qué les parece?
AGENTE —Encantados, mister Henry... ¡Ah, este inglés es un chiflado!

Unas semanas después, mister Henry Wickham llegó a Inglaterra...

INGLES —¿Qué tal, Henry? ¿Las traes? ¿Cómo llegaron?
HENRY —Sanas y salvas. Hermosas. Las mejores. Las más fértiles. Vienen intactas. Nadie les ha puesto un dedo encima.
AMIGO —Me muero de ganas de verlas.
HENRY —Aquí están.

Mister Henry abrió el cerradísimo cuarto del buque. Cuidadosamente envueltas en hojas de plátano y colgadas del techo para que las ratas no se las comieran, habían llegado a Inglaterra... las semillas del árbol del caucho del Brasil...

INGLES —¡Maravillosas! ¡Espléndidas!

Los ingleses habían decidido sembrar caucho en gran escala en una de sus colonias asiáticas, la lejana península de Malasia.

AMIGO —¡Bravo, Henry! ¡Les has tomado el pelo a los brasileños! Cada día el mundo necesita más y más caucho. Y nosotros vamos a venderlo más y más barato. ¡Estamos a las puertas de un grandísimo negocio!

El caucho que los ingleses sembraron a fines del siglo pasado en la península de Malasia terminó con la prosperidad brasileña y con el esplendor de Manaus. El caucho amazónico, que crecía silvestre en las selvas del Brasil, no resistió la competencia del caucho malayo. Los ingleses producían en mayor cantidad, más organizadamente, y a precios mucho más bajos.

HENRY —¡Queridos amigos, dear friends! ¡Están todos invitados ahora al alegre carnaval de Malasia!

DAMA —Y a Caruso... ¿también lo llevarán a cantar a Malasia?

Desde mediados del siglo pasado, hasta los comienzos de la primera guerra mundial: 70 años. Eso duró el esplendor de Manaus. Después, se apagaron las luces de la fiesta. La prosperidad se hizo humo y la selva volvió a cerrarse sobre sí misma. Los cazadores de fortunas emigraron hacia otras comarcas.

SAMBERO —Oh, cuántas saudade de Manaus... Oh, cuánta tristeza me da Belem do Pará... Se cerraron los palacios, volviéronse los monos, Caruso se fue al carazo... Todo acabó... Carnaval do caucho terminó. ¡Oh triste mañana de carnaval...

ABUELO —Así pasa, señora. En la vida es como en el carnaval. Todo se termina. Bonito tiempo aquel. Pero se acabó...
COMPADRE —Aunque lo peor de todo no es que se haya acabado, sino lo caro que costó. Porque, la locura del caucho costó carísima. Y la pagaron los seringueiros...
VECINA —¿Qué seringueiros?
COMPADRE —Los trabajadores del caucho, aquellos pobres campesinos del nordeste del Brasil que llegaron cuando empezaba este trágico carnaval... Aquellos que venían al fondo... Los últimos, ¿se acuerda? Esos, esos son los que pagaron la cuenta...

CAMPESINO —Mujer, aquí no hay trabajo, no hay comida. El caucho está dando trabajo. El caucho nos dará algo que comer. Vámonos a Manaus...

Los campesinos del seco nordeste, hambrientos, se embarcaban por miles hacia la selva húmeda. Al llegar, los esperaban los capataces de los señores del caucho...

CAPATAZ —Oigan bien: ¡el viaje que han hecho de allá para acá, lo pagarán trabajando de gratis este primer mes!
CAMPESINO —Y después... ¿ya empezaremos a cobrar algún dinerito? ¿Cuánto nos darán?
CAPATAZ —Aquí no hay dinero, ¿entendido? Aquí se paga con comida. Con harina. El que trabaja come. El que no trabaja no come. ¿Quieren comer más? Trabajan más. Si no, se les anota la deuda. ¿Está claro?

Los seringales pantanosos donde crecía el caucho enfermaban a los nordestinos hambrientos, que llegaban de un clima muy seco. En las madrugadas salían de sus chozas con varios cubos amarrados a la espalda, a treparse como monos por los árboles del caucho, herir su tronco para que manara la leche engomada, y después recogerla, transportarla...

CAPATAZ —Hay todo el aguardiante que quieran. Ayuda a soportar los mosquitos y el calor. ¿Quieren beber? Lo pagan trabajando. ¿Quieren más? Están en deuda. Y al que tenga deudas en una plantación, no se le da trabajo en ninguna otra finca. Y al que trate de escapar teniendo deudas, ¡pum, pum!, lo hacemos goma. De aquí no sale nadie, ¿me oyen? Hay policías en toda la orilla del río. Y tienen orden de disparar.

En la noche, los seringueiros cocinaban la goma en medio del humo ácido y repelente del caucho. El hambre, las deudas, las enfermedades los mataban por miles. Más de medio millón de nordestinos murieron, en el fondo de la selva, durante el esplendor del caucho, enfermos de paludismo, de tuberculosis.

VECINA —Eso sí que no lo contaban en el carnaval...
COMPADRE —Eso nunca lo cuentan... Mire, mire esta guía turística del Brasil... "La fabulosa ciudad de Manaus, en el corazón de la selva amazónica"... Mire estas fotografías: el teatro donde Caruso cantó. Y esta otra: el palacio del señor de qué sé yo quién. Eso es lo que enseñan. Pero, ¿dónde están los seringueiros muertos? ¿Dónde están los que se partieron el lomo trabajando allá como animales para sacar más y más caucho, para que los países ricos tuvieran más lindos automóviles? ¿Y no pasó lo mismo con el caucho de Iquitos, allá en la selva del Perú? ¿Y con el cacao en la ciudad de Bahia? ¿Y con el algodón, y con el café, y con todo...? Siempre hacen lo mismo: levantan hasta lo más alto cuando les convienen. Y dejan caer hasta lo más bajo cuando ya no les conviene. Así son estas gentes: saquearon el caucho, se dieron la gran vida, y cuando encontraron un lugar donde el negocio les salía mejor, se fueron, como el mister, con la música y las semillas a otra parte. Y todavía después, cuando "otro Goodyear" inventa el caucho sintético, se acaba con todo, con el Brasil, con Malasia, y con su madre sí hace falta... Levantan y dejan caer, levantan y dejan caer. Y ellos siempre arriba, gozando su carnaval.

TIERRA SIN HOMBRES ...y hombres sin tierra

HIDALGO —¡Mírenla, hermanos! ¡Mírenla, que ella nos mira! ¡Esta será nuestra bandera!!

El sacerdote alzó el estandarte ante el gentío. El lienzo fulguraba. Desde él, Nuestra Señora de Guadalupe, la Virgen Morena, sonreía a los indios. Los bendecía. Parecía querer empuñar ella misma los machetes y las picas que sus hijos levantaban en las manos.

HIDALGO —¡Viva la Virgen de Guadalupe y mueran los Guachipines!
MEXICANO —¡¡Viva la Gudalupana!!
HIDALGO —¡La Virgen irá con nosotros! ¡Irá delante de nosotros! Ella sabe, como nadie, de los sufrimientos de ustedes y de los abusos de los españoles. ¡Ella llegó a México hace 300 años y lo ha visto todo con sus ojos!

El padre Miguel Hidalgo tenía casi 60 años cuando puso al frente de los indios de su parroquia la bandera de la Virgen de Guadalupe y comenzó las luchas por la independencia de México. Era el año 1810.

HIDALGO —¿Y qué es lo que ha visto la Virgen? ¡Ella vio llegar a los españoles! ¡Los vio robarse las tierras de los indios! ¿De quiénes eran estas tierras de Atotonilco hacia el norte y hacia el sur? ¿Y de quiénes eran las tierras que dan la vuelta a la parroquia? ¿De los españoles o de ustedes? ¡Eran nuestras, sí, eran las tierras de nuestros abuelos! ¡Eran las milpas de maíz de nuestros abuelos! ¡Y hoy son las haciendas de esos codiciosos terratenientes! ¡Hermanos, ¿queremos recuperar esas tierras? ¿Queremos volver a ser los dueños de esas tierras que los odiados guachupines nos robaron?

El padre Miguel Hidalgo sabía muchas cosas. Hablaba la antigua lengua indígena de los otomíes, que habían sido exterminados por los conquistadores. Había enseñado a los indios a cultivar la uva y a criar el gusano de seda, a fabricar la loza y las tejas. El cura Hidalgo les estaba enseñando ahora a empuñar las armas para recuperar sus tierras...

HIDALGO —¡La tierra! ¡Por la tierra vamos a pelear! ¡Y la Virgen de Guadalupe peleará con nosotros!!

En menos de seis semanas, 80 mil hombres seguían al padre Miguel Hidalgo...

MEXICANO —¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Mueran los españoles!

El cura revolucionario, al frente de la avalancha insurgente de indios sin tierra, suprimió los impuestos, decretó la libertad de los esclavos, repartió tierras de Guadalajara y se abalanzó sobre México...

OBISPO —¡Agitador, apóstata de la religión, manipulador de la Santísima Virgen María, materialista!

Los obispos de México, que eran españoles y eran también grandes terratenientes, lo calumniaron, lo persiguieron. El obispo de Michoacán lo excomulgó y lo mandó a fusilar...

COMPADRE —Fusilaron al cura Hidalgo y a todos los jefes rebeldes. Y las tierras volvieron a estar seguras en manos de los señores hacendados.
VECINA —¡Qué lástima! Me gustaba ese cura rezador y peleador. Así debían ser todos los reverendos.
COMPADRE —Pero Hidalgo no fue el único. Otro cura recogió su bandera ese mismo año y siguió peleando: el padre José María Morelos. Este siguió repartiendo tierras, suprimió la esclavitud, puso en pie a medio México. Pero, junto a estos curas revolucionarios, había obispos terratenientes. Y a Morelos también lo mandaron a fusilar.
ABUELO —Entonces, ¿en qué quedó la independencia de México?
COMPADRE —Bueno, la independencia se consiguió unos años después. Pero, qué va, aquella independencia no tenia ya ninguna de las banderas que habían levantado estos dos curas. La independencia no tocó a los terratenientes. Fue como un acuerdo entre los ricos de España y los ricos criollos de México para poner unos cuantos parches. Pero el que no cambia el latifundio, no cambia nada.

JUEZ —¡Silencio! ¡Silencio!
FISCAL —Se acusa a los latifundistas de América Latina. A todos. Se les acusa de bienes mal habidos. Heredaron de sus padres y de sus abuelos enormes extensiones de tierra. Pero son tierras robadas. En la historia constan los hechos. Los españoles y los portugueses llegaron aquí, pusieron a los indios a hacer trabajo forzado en las minas y en las plantaciones. Y se quedaron con sus tierras. Así arrebataron las tierras de comunidades enteras. Así se hicieron propietarios de la noche a la mañana. Millones de hectáreas robadas. El que hereda a un ladrón y no devuelve lo robado, es también ladrón!
JUEZ —¡Silencio, silencio!
FISCAL —Se acusa a los latifundistas de América Latina. Se les acusa de traición a la patria. Porque en la hora de la independencia ellos también levantaron la bandera. Pero lo hicieron con intención torcida. La patria no es una bandera. La patria es la tierra. Y ellos alzaron las banderas, y cantaron los himnos, pero no entregaron la tierra robada. Así traicionaron a los pobres, a los que derramaron su sangre por la independencia! Presentan esta acusación Juan, María, el Chepe, Felipe, Juliana... La lista es muy larga. Todos ellos, campesinos sin tierra de América Latina.
JUEZ —Acusación aceptada. Continúa la sesión.

COMPADRE —De una punta a la otra punta del continente, el problema era el mismo. Por los años en que el cura Hidalgo y el cura Morelos luchaban y morían en México, José Artigas levantaba la misma bandera de la tierra en las pampas del sur de América, en los territorios que hoy ocupan el Uruguay y las provincias del Nordeste argentino.

ARTIGAS —¿Qué independencia va a ser esta? ¿Qué nación vamos a construir? ¿Una nación sólo para los ricos comerciantes del puerto de Buenos Aires y para los terratenientes de las provincias? ¡No, no habrá independencia hasta que no haya tierra para los gauchos y para los indios y para los negros! ¡Tierra para todos, una patria grande para todos!

Siguiendo la bandera de Artigas, un pueblo sin tierra y disperso se puso en movimientos hacia la pampa inmensa. Y en la pampa, entre mil fogones de criollos pobres, el general Artigas dictaba los decretos de su gobierno revolucionario...

ARTIGAS —Se quitarán todas las tierras que sobren a cualquier propietario. ¡Y sin pagarles un peso! Anoten ahí: que cada alcalde revise los terrenos de su jurisdicción. Y que reparta las tierras teniendo en cuenta esto: que los más infelices sean los más privilegiados. Escriban que todos, los negros, los zambos, los indios, los criollos pobres, serán propietarios.

Así nació en 1815, la primera Reforma Agraria de América Latina.

ARGENTINO —¡Repartiendo tierras! Pero, ¿qué pavada es ésa? ¿Qué se ha creído ese Artigas?
ARGENTINA —¡Si sus abuelos levantaran la cabeza! ¡Le ha expropiado las tierras a los Belgrano, a los Mitre, a los Rivadivia!
ARGENTINO —Ese loco no respeta la patria, no respeta su sangre ni su clase. ¡Es un resentido!
ARGENTINA —Va con poncho... Y dicen que ya apesta a gaucho de tanto juntarse con esa mala raza... Y no sólo gauchos... Va con un racimo de negros y de indios...
ARGENTINO —¡Les ha calentado la cabeza a esos pestíferos! Invaden las estancias y disparan y dicen que la tierra es suya, por ley... Pero, ¿qué ley? ¿La ley de Artigas? ¡Qué chiste! ¿Y la ley de la herencia? ¿Y la ley de la propiedad privada? ¿Dónde quedan los derechos adquiridos?

La orgullosa oligarquía criolla de Buenos Aires puso el grito en el cielo. Pidió ayuda a los ingleses y portugueses, y desde el vecino Brasil ordenó la invasión de los territorios en donde Artigas hacía cumplir su ley de reforma agraria.

ARTIGAS —¡Por la tierra, hermanos! ¡Por nuestra tierra! La resistencia de los campesinos duró cuatro largos años. Los pobres sabían bien que en aquella guerra se jugaba su verdadera independencia. Y pelearon con lanza y cuchillo, en montonera, contra el bien armado y numeroso ejército del Brasil. Pero vencieron los terratenientes. Y los gauchos no conservaron otras tierras que las de sus tumbas. Artigas, solo, se fue para siempre a morirse en el exilio.
URUGUAYO —Usted se va vencido. Y su tierra se queda sin aliento. Su tierra. Nuestra tierra del sur. Usted le será muy necesario, don José. Usted le hará falta. Porque usted, don José Artigas, con su poncho rotoso, usted, general de los sencillos, es la mejor palabra que el Uruguay ha dicho.

COMPADRE —Así fue. En el sur, como en el norte, en Uruguay como en México, la independencia cambió muy poco las cosas para los campesinos....
VECINA —Pero algo ganarían... ¿o tampoco?
COMPADRE —Pues realmente, no mucho. Porque se fueron los españoles, pero vinieron otros: los franceses, los ingleses, los americanos... Pero todos eran igual: todos latifundistas. En México, cien años después de que el cura Hidalgo levantara la bandera de la Virgen de Guadalupe, las cosas estaban color de hormiga, peor que nunca...

La situación de los campesinos mexicanos en 1910 era insostenible. 840 latifundistas, muchos de ellos norteamericanos, eran dueños de prácticamente toda la tierra que se cultivaba en el país. Las haciendas de los terratenientes de México estaban consideradas como los latifundios más extensos, no sólo de América, sino de todo el mundo. Una sola compañía norteamericana, la Hartford Company, era dueña de más de 11 millones de hectáreas de tierra mexicana. De los 15 millones de mexicanos, 12 dependían de los salarios rurales, pero los salarios rurales no habían aumentado ni un sólo centavo en más de 100 años... Por eso, en 1910, estalló la Revolución. Y en la región de los latifundios azucareros, Emiliano Zapata levantó la bandera de la tierra al frente de los campesinos mexicanos.

ZAPATA —¡Tierra, hermanos! ¡Tierra! Mientras acá nos morimos de hambre, sin un elote para echarnos a la panza, los caballos de carrera de los señoritos hacendados viven en establos de puritito mármol, allá en la capital! ¡Yo lo he visto con mis propios ojos! ¡Así no puede ser, hermanos! ¡Hombres del sur: vale más morir de pie que vivir de rodillas!
HACENDADO —¿Qué dice ese orgulloso de Zapata? ¿Qué los campesinos quieren tierra para sembrar? ¡Andele, pues, que siembren en maceta!
ZAPATA —¿Qué dice el señorito hacendado? ¿Qué no entrega las tierras? ¡Pues dígale que la tierra se reparte con un rifle!
MEXICANOS —¡¡Viva Zapata!! ¡Tierra y libertad!

Y las banderas rojas y negras de la primera revolución de América Latina ondearon en el sur de México...

ZAPATA —¡Vamos a hacer una ley agraria! ¡Y vamos a hacer un ejército de campesinos para defender esa ley agraria! ¡Y se acabarán los jacales y los vales para las tiendas de raya! ¡Se acabarán las deudas y el hambre! ¡Y habrá crédito para todos, maíz para todos, tierra para todos!
MEXICANOS —¡¡Viva Zapata!! ¡La tierra es de quien la trabaja!

En el norte, otro guerrillero campesino, Pancho Villa, repartía también las tierras. Durante casi diez años, el pobrerío mexicano despertó. Había esperado 4 siglos a que llegara su hora...
Pero después de intervenciones norteamericanas, guerra de exterminio, y del asesinato de Zapata y de Villa, los hacendados volvieron a controlar la situación. Recuperaron sus latifundios. Y el espíritu de la Revolución quedó enterrado...

VECINA —Y tanto que se oye a veces de la Revolución Mexicana. ¡Y hasta un partido revolucionario tienen! Pero, por lo visto, eso es sólo una revolución de boquilla.
COMPADRE —Es cierto, de boquilla y de papeles. Pero aquellas banderas no se perdieron. Las banderas campesinas son... son como las semillas. Cuando parece que las entierran, repuntan con más fuerza. Mire, sólo unos años después de Zapata, levantó la bandera el general Sandino, el general de los hombres libres... Y ahí está su bandera roja y negra, alzada en Nicaragua. Y los campesinos empiezan a comer y a ser dueños de la tierra. La Revolución Cubana también alzó la bandera roja y negra, y empezó precisamente con una ley de Reforma Agraria, repartiendo la tierra a los campesinos...

JUEZ ¡Silencio! ¡Silencio!
ABOGADO —¡Protesto, señor juez, protesto! Este programa que estamos oyendo es tendencioso. El problema de la tierra en América Latina es un problema mucho más complejo. Y ya está resolviéndose. Y aquí sólo se habla del pasado con odio, para fomentar la lucha de clases. ¡Y cuando se habla del presente es con la más intolerable demagogia! ¡Cuba y Nicaragua! Y el resto de los países, ¿qué? ¿Por qué no se dice que en toda América Latina ya hay leyes agrarias y se están repartiendo las tierras? ¿Por qué no se habla de eso? ¡Basta ya de ideologías!
FISCAL —Claro, claro que hay reformas agrarias por todo el continente. Las hay en la palabrería de todos los políticos, y en las gavetas de todos los ministerios. Sí, todos, hasta los latifundistas, ya aprendieron que la mejor manera de no hacer la reforma agraria es cacarearla mucho!
ABOGADO ¡Protesto, señor juez! Eso no es cierto. Todo el mundo sabe cuántas leyes agrarias hay, cuántas experiencias positivas...
FISCAL —Sí, aflojemos un poco la cuerda para que no se reviente! ¡Cambiemos algo, para que todo siga igual! Solicito del señor Juez que pasen algunos testigos de los países en donde ya se hizo la Reforma Agraria!
JUEZ —¡Que pase el testigo del Brasil!
BRASILEÑO —Bern, en el Brasil somos 10 millones de familias sin tierra, sin nada —¡10 millones! ¡Muchas familias!— Voy a poner un ejemplo: en el nordeste hubo Reforma Agraria hecha por los militares. Decían ellos: "Ustedes, los que no tienen tierra, pueden abrir la carretera en la selva". Trabajando, claro, trabajando duro, cansado. "Abran carretera y daremos tierras de por allí". Hicimos trabajo, abrirnos carretera. Nos dieron esas tierras. Mas, sin dinero, sin mais nada... ¿Cómo vivir con familia en medio de la selva, perdidos entre los monos, a tres mil kilómetros de las ciudades? Fracaso grande fue aquella Reforma Agraria. Grande mentira...
JUEZ —¡Que pase la testigo de Ecuador!
ECUATORIANA —Gobierno ecuatoriano repartió tierras. Púchicas, dieron las tierras altas, las peores tierras. Sembramos. Nada mismo se sacó. No había plata para abonos. Después de Reforma Agraria, patrón de hacienda quedó mejorcito que antes, con mejores tierras, con más tierras, pues. Reforma Agraria sólo sirve a los patrones. Comerciantes, barateros, siguen arruinando. Nosotros seguimos con hambre. Se mueren los guaguas.
JUEZ —¡Que pase el testigo de República Dominicana!
DOMINICANO —¿La Reforma Agraria de la República Dominicana? ¡Un papel guindao en la pared del bohío! ¡Eso fue lo que me tocó a mí! ¿La tierra? ¡Ni de lejos la vi! Pero me dieron el título y me apuntaron el nombre como "beneficiado por la ley". Bueno, y a mi compadre le dieron la tierra, pero el crédito no. Y a otra comunidad le dieron el crédito, y después la deuda era tan grande que el Banco Agrícola les quitó las tierras... A un paquete de gente la metieron a trabajar en una cooperativa del gobierno. ¡Salieron de un patrón malo para otro peor! Por eso, en Dominicana, a esa desgracia, ¿sabe cómo la llamamos los campesinos? "Reforma Agria", (porque le amargó la vida a tó el mundazo esa maldita vaina!
JUEZ —¡Que pase el testigo de El Salvador!
SALVADOREÑO —Yo soy salvadoreño. Guuuanaco, pues, ustedes saben que mi país, El Salvador, es el más chiquitito del continente. El Pulgarcito lo llaman. Pues en ese "pulgarcito" somos más de cinco millones de cristianos. Con hambre y sin tierra. ¿Reforma Agraria? ¡Cómo no! Antes, eran 14 las familias dueñas de todas las tierras. Después de la Reforma, son unas 200 las familias dueñas de todas las tierras... ¡Qué galana esa Reforma Agraria, ah! ¡Y tanto alboroto para eso! ¡Si es para encachimbarse, con el perdón! De la falta de tierra, de ahí vienen las matancingas, la violencia, verdad. En el 32, peleando por la tierra, mataron a 30 mil campesinos... ¡a 30 mil! Eran los tiempos de Farabundo Martí...
JUEZ —¡Silencio, silencio!
FISCAL —¿Y qué dirían los campesinos de otros países, qué dirían los argentinos, los venezolanos, los bolivianos? ...No, el problema está ahí, sigue ahí. Es el problema mayor de América Latina. Porque la Reforma Agraria es la primera bandera. La primera bandera es la tierra. Pero la Reforma Agraria no es sólo la tierra. Es el crédito, es la semilla, son los transportes, son los mercados. Es todo, es toda la estructura económica y social de un país. Vean estos datos, señores: la producción del campo latinoamericano es hoy menor que antes de la Segunda Guerra Mundial. Vamos para atrás. Hoy se producen en América Latina menos alimentos que nunca. Y hoy la población es mayor que nunca. Nuestras tierras están sembradas con café, con algodón, con azúcar... Pero no se siembran alimentos. Hay que comprar fuera lo que comemos. Y hay millones dentro muriéndose de hambre. Tenemos tierras riquísimas, pero no se cultivan. Sólo el 5% de las tierras latinoamericanas está cultivado. ¡Sólo el 5%! ¿Qué es esto? ¡El desperdicio de tierra más grande de todo el planeta! ¡Desperdicio de tierras y desperdicio de hombres! Porque no hay trabajo en el campo. ¡Tierras sin hombres y hombres sin tierra! La poca tierra que se siembra, acaparada por unos cuantos. Esto es un crimen. El latifundio es el pecado original de la colonia. Y es el pecado mortal de nuestro continente. ¡Está matando a millones! ¡Y así no puede ser!
ABOGADO —¡Protesto, señor juez! ¡Protesto! Esa información está manipulada! ¡Pido la palabra, señor juez!
FISCAL —¡Yo también pido la palabra, señor juez! ¡No he terminado todavía!
ABOGADO ¡He dicho que la palabra la pido yo!
JUEZ ¡Silencio! ¡Silencio!... Palabra denegada a usted y también a usted. La palabra la tienen ahora... Juan, María, el Chepe... Que hablen ellos. Que ahora hablen los campesinos sin tierra de toda América Latina. Ellos tienen la última palabra.

EL FIN DEL COLONIALISMO ...y el principio de lo mismo

VENEZOLANA —¡Viva la República! ¡Abajo los españoles!
Por toda América soplaban vientos de rebelión contra la colonia española. Comenzaba el siglo 19. En Venezuela, los revolucionarios criollos habían proclamado la independencia. Fue por entonces que un violento terremoto sacudió la ciudad de Caracas. En medio de los escombros y el terror, un fraile español se encaramó en el altar de una iglesia en ruinas...
FRAILE —¡Castigo de Dios, hermanos! ¡Castigo de Dios! ¿Veis lo que les pasa a los que se rebelan contra España? La naturaleza sabe hacer las cosas. ¡La naturaleza pelea a favor de España y en contra de los rebeldes republicanos!

Un joven oficial republicano, que estaba escuchando el sermón, se abrió paso entre los vecinos asustados. Desenvainó la espada, y a planazos derribó al cura.

BOLIVAR —La naturaleza, ¿verdad? ¡Pues si la naturaleza se vuelve contra nosotros, lucharemos también contra ella y haremos que nos obedezca!

El oficial se llamaba Simón Bolívar.

COMPADRE —Lo dijo y lo cumplió. Porque a Bolívar le obedecieron hasta las cordilleras y los volcanes de América. ¿Quién le ganaba al Libertador, eh? ¿Quién le frenaba el caballo?
VECINA —A Bolívar y a todos nuestros libertadores: a Sucre, a San Martín...
ABUELO —... Y al cura Hidalgo, y al cura Morelos. Porque ese curita del terremoto era un españolista. Pero hubo muchos curas y muchos párrocos que todo lo contrario: se metieron en esto de la independencia...
COMPADRE —Bueno, la verdad es que en la independencia de nuestros países, todo el mundo metió la mano. Todos estaban ya aburridos de España. Mire usted a los mismos ingleses. ¿Qué hubiera hecho Bolívar si no lo ayudan los ingleses?
VECINA —¿Ah, pero los ingleses ayudaron a Bolívar?
ABUELO —Cómo no, señora. Según tengo entendido los ingleses le dieron dinero y armas para las guerras de nuestra independencia.
VECINA —Ah, pues hay que estarles agradecidos, entonces. No sabía yo que los ingleses... Ve, eso sí me gusta: cuando hay unión las cosas se resuelven.
COMPADRE —Y fue tanta la unión que, por ejemplo, el día de la independencia de Argentina, se aparecieron en el puerto los barcos ingleses para celebrar la fiesta...

MERCADER —Tenemos que seguir ayudando a nuestros hermanos de Argentina y de toda América Latina. Ellos se han liberado de España y Portugal. Y ahora necesitan de nosotros más que nunca.

El 25 de mayo de 1810 se constituyó la Primera Junta de Gobierno en Buenos Aires. Se iniciaba el camino hacia la Independencia.

ARGENTINO —¡Ya somos libres, ya somos libres!!

Inglaterra se unió al júbilo de los argentinos libres. Desde los barcos ingleses llegados al puerto de Buenos Aires, una salva de cañonazos saludó a la nueva nación latinoamericana.

PRESIDENTE —Pueblo argentino: ya somos libres del yugo español. Nuestra nación ya es independiente y soberana. La política, la educación, la religión, el comercio, deben ser libres también. Se acabaron las barreras y los impuestos. A partir de hoy, que cada uno compre y venda lo que quiera. A partir de hoy, tienen paso libre por nuestros ríos y entrada libre a nuestros puertos los barcos de cualquier bandera que quieran venir a comerciar con nosotros.

Y comenzaron a llegar los barcos ingleses repletos de toda clase de mercancías para ayudar a la economía argentina...

ARGENTINO —¡Mirá todo lo que podemos comprar ahora! Esto de ser independientes es una cosa grande! ¡Viva Argentina! ¡Ya somos libres!

VECINA —Caray, pues se portaron bien esos ingleses, ¿eh? Porque un país así, recién nacido como quien dice, necesita muchas cosas, mucha solidaridad.
ABUELO —No sabía yo tampoco que Inglaterra hubiera ayudado tantísimo...
COMPADRE —Tampoco lo sabia el gaucho Martín.
VECINA —¿Quién dijo usted?
COMPADRE —El gaucho Martín. Uno de tantos y tantos argentinos de aquel tiempo...

El gaucho Martín, botas de cuero y espuelas de plata, vivía tranquilo en su rancho. Cada mañana su mujer se levantaba bien temprano a calentar el agua del mate.

GAUCHO —Apurate, vieja, que tengo que ir a ver el ganao...
MUJER —Ya va, hombre de Dios, ya va... ¡Aquí tenés el mate!
GAUCHO —Ah, vieja linda, qué haría yo sin vos, sin mi mate y...
MUJER -... y sin tus vacas.

El gaucho Martín tenía muchas vacas en su tierra. De las vacas sacaba el cuero. Y el cuero lo vendía a un compadre suyo que fabricaba botas en Tucumán.

GAUCHO —¡Arre! ¡Vamos, negrita, vamos...!

Un día llegó al rancho de Martín un hombre alto y rubio, un inglés de bombín negro y paraguas...

MERCADER —Oh, señor, querido señor, ¿cómo estar usted?
GAUCHO —Yo siempre estoy bien, amigo. Y ahora mejor. Ya somos libres en Argentina. Bueno, mister, ¿y qué se le ofrece? ¿Quiere un mate?
MERCADER —No. Quiero cueros.
GAUCHO —¿Cómo que quiere cueros?
MERCADER —Queriéndolos. Comprándolos. Estoy visitando a los ganaderos de esta zona para comprar cueros. Ya los vecinos suyos me vendieron.
GAUCHO —Pues yo no puedo venderle, oiga. Yo tengo un cuñado en Tucumán que me compra siempre. Tiene una talabartería, ¿vio? Fabrica las mejores botas del país. Y se lo digo, no porque sea mi cuñado, sino porque...
MERCADER —¿A cuánto vendes los cueros a ese cuñado tuyo?
GAUCHO —Bueno, a 50 pesos.
MERCADER —Véndeme a mí. Yo te los pago mejor.
GAUCHO —No, puedo, ¿vio? Ya tengo ese compromiso con mi cuñado de... ¿A cuánto dijo que me los pagaría usted?
MERCADER —A 100 pesos, amigo.
GAUCHO —¿A 100?... En ese caso, ¿cuántos me dijo que quería?

El inglés le compró dos carretas de cueros al gaucho Martín. Las llevó al puerto de Buenos Aires. Y embarcó los cueros hacia Inglaterra. Y al poco tiempo...

MERCADER —Oh, amigo mío, lo ando buscando por todas partes.
GAUCHO —Pues ya me encontró, che. ¿Qué se le ofrece ahora?
MERCADER —En realidad, nada. Tomando el sol.
GAUCHO —Falta le hace. Que ustedes los de por allá son como muy desteñíos, ¿vio?
MERCADER —Lindas botas tiene usted.
GAUCHO —Ah, sí... Estas son las que fabrica mi cuñado en Tucumán. Flor de bota, vea... Con éstas baila usted una chacarera y no se enteran los callos.
MERCADER —¿Y a cuánto las compró?
GAUCHO —A 100 pesos. Buen precio, oiga.
MERCADER —¿Y las espuelas, amigo?
GAUCHO —¿Las espuelas? Ah, estas me las trajeron de Córdoba... No hay espuela como la cordobesa, ¿vio?
MERCADER —Lindo el poncho que lleva puesto, amigo. ¿Me lo deja ver?
GAUCHO —Cómo no... Es tejido del norte. Aquí en Argentina, como usted ve, sabemos hacer de todo. No hay que ir afuera a comprar nada.
MERCADER —Ya veo, ya veo... Con su permiso, amigo, ¿me dejaría ver mejor las botas?
GAUCHO —¡Jajay! Veo que le gustaron, ¿eh? Venga, pruébeselas para que puede comprarse unas iguales en el boliche...
MERCADER —Gracias, gracias, thank you, thank you...

El inglés de bombín negro regresó a Inglaterra con el modelo del poncho, con el diseño de las espuelas y de las botas.
Las máquinas inglesas comenzaron a fabricarlas igualitas. Y al poco tiempo, cuando el gaucho Martín y su mujer fueron al boliche del pueblo...

VENDEDOR —¡Botas, botas! Vea, don, ¡mire estas botas! Mire éstas, último modelo...
GAUCHO —¿Qué último modelo? Estas son de las que hace mi cuñado en Tucumán.
VENDEDOR —Nada de Tucumán. Mire la marca: «Lancachire».
GAUCHO —¿Lanca qué?
VENDEDOR —¡Lancachire! ¡Inglaterra! Botas inglesas de la mejor calidad.
GAUCHO —Ahijuna, igualitas a las de mi compadre, ¿vio?
VENDEDOR Igualita, pero más baratas. Se las dejo en 50 pesos.
GAUCHO —¿50? ¡Que la parió! Baratas, che... las de Tucumán se venden a 100.
VENDEDOR —Las de Tucumán ya no se venden... ¿Quién va a comprarlas? Además, fíjese en el terminado, buen cuero...
GAUCHO —Pero, ¿cómo pueden esos ingleses ponerlas tan baratas?
VENDEDOR —Las máquinas de Inglaterra. Esas máquinas son como el mismo Dios: todo lo pueden. Cada día llega un barco a Buenos Aires con botas, con espuelas, con camisas... Mire estas espuelitas...
GAUCHO —Esas son de Córdoba.
VENDEDOR —¿De Córdoba? Mire la marca: «Yorchire»». Inglesas. Y más baratas también. Vea estos ponchos... de «Estaforchire»...

Al poco tiempo, el cuñado de Tucumán, el que fabricaba botas, fue a visitar a Martín en su rancho...

GAUCHO —¡Ey, cuñado, al tiempo que se lo ve! ¿Quiere un mate?... ¡Anímese que hay que celebrar la independencia de Argentina!
CUÑADO —No, mejor que no me hables de eso.
GAUCHO —¿Qué te pasa, chamigo? Andás con cara de difunto.
CUÑADO —Me estoy hundiendo, Martín. Y vos tenés buena culpa de ello.
GAUCHO —No digás eso, chamigo. Es la ley de la vida. El inglés me da buen precio por los cueros, el doble que vos. Si vos me dieras unos patacones más...
CUÑADO —Pero, ;cómo te voy a pagar más, Martín? Vos sabés que no puedo. Y menos ahora, que las botas no se venden.
GAUCHO —El inglés las saca iguales y más baratas, a mitad de precio que las tuyas... Tenés que avivarte, chamigo. Vos comprás el cuero muy barato y vendes la bota muy cara. Así no puede ser.
CUÑADO —No digás pavadas, che. Vos sabés que yo tengo una talabartería más chica que esta calabaza de mate. ¿Qué puedo hacer? Trabajo de la mañana a la noche. Pero en lo que tardo yo en fabricar cuatro botas, el inglés pone 400 en el puerto... ¡Maldito puerto de Buenos Aires! ¡Y malditos señores de Buenos Aires que le abren el puerto a los mercachifles de fuera! ¿Cómo pelea una hormiga contra un elefante, decime?
GAUCHO —Subite al elefante. Asociate. Trabajá con el inglés.
CUÑADO —Trabajá pál inglés, querrás decir. Yo me estoy hundiendo, chamigo. Pero escuchá lo que te digo: atrás de mí, vas vos, vos también te vas a hundir.

Por fin, la talabartería del cuñado tuvo que cerrar. Quebraron también otros talleres de Tucumán. Quebraron los telares de Catamarca y de Córdoba, las destilerías de Mendoza, las fábricas de Salta y de Corrientes... Los productos extranjeros llegaban en grandes cantidades y eran mucho más baratos...

ABUELO —Bueno, así es la vida. Unos van para arriba y otros para abajo...
VECINA —Claro, si el inglés vendía más baratas las botas.
ABUELO —Yo siempre digo que los ingleses nacieron para el comercio...
COMPADRE —Pero un comercio desigual. Ellos jugaban con ventaja. Tenían máquinas poderosas. Producían más rápido, podían bajar los precios...
ABUELO —Bueno, señor, pero así es la libertad de comercio. A los ingleses les podía haber pasado lo mismo. Se arriesgaron. Y ganaron.
COMPADRE —Qué va. Ellos no se arriesgaron. Antes de todo esto, cuando la industria inglesa estaba empezando, el gobierno inglés no dejaba entrar ni un alfiler de fuera. ¿Saben ustedes cómo eran las leyes en Inglaterra para proteger su industria nacional?

POLICIA —¡Atención, ordenanza oficial! Todo ciudadano inglés que sea sorprendido vendiendo a otros países lana o cueros, será considerado traidor a la patria y se le cortará la mano derecha. Si con esto no escarmienta, será condenado a morir en la horca. ¡Atención! Se avisa a todos los ciudadanos de Inglaterra que antes de enterrar a un familiar, deben presentar la firma del párroco certificando que la mortaja del difunto es de fabricación nacional!

COMPADRE —Ahí está el truquito, ¿ven? Inglaterra protegió sus telares y sus fábricas con las leyes más duras de Europa en aquel tiempo. Todo tenía que hacerse y comprarse en el mercado nacional. Después, cuando ya habían desarrollado sus industrias, abrieron la puerta. Entonces, comenzaron a cacarear lo de la libertad de comercio. Y que los otros gobiernos no pusieran barreras de protección, que dejaran entrar los productos ingleses.
VECINA —No eran tontos los inglesitos, ¿eh?
COMPADRE —Hablaban de liberalismo aquí, en nuestros países. Pero en Inglaterra hacían otra cosa. En su país aplicaban el más cuidadoso proteccionismo...
COMPADRE —El desarrollo de un país es como el desarrollo de un niño. Cuando un niño está chiquito no puede salir a pelear con muchachos mayores. Un país tampoco. Eso fue lo que pasó. Nosotros teníamos fábricas pequeñas, recién nacidas. ¿Quién iba a competir con las industrias inglesas que ya tenían maquinarias poderosas? Los españoles y los portugueses no nos habían dejado crecer. Nos pusieron la pata encima durante 300 años de colonia. Y claro, cuando entró la avalancha de mercaderías inglesas, nuestras fábricas se vieron aplastadas. Tuvieron que ir cerrando.
ABUELO —Bueno, otro que salió ganando fue el gaucho Martín. Por lo menos, a él le fue bien vendiendo sus cueros.
COMPADRE —¿Está seguro?

MUJER —¿No querés un mate, viejo?
GAUCHO —¡Qué mate ni mate! ¡25! ¿Pero este inglés me vio cara de boludo? ¿Oís, mujer? ¡25! ¡Ahora no quiere pagarme por los cueros más que 25 pesos!
MUJER —Pues vendéselos a tu cuñado.
GAUCHO —¿A qué cuñado? El cuñado ya cerró. Todo el mundo cerró en Tucumán. Sólo compra cueros el inglés. Y ahora él pone el precio que se le antoja.
MUJER —A los cueros y a las botas también. ¿Sabés a cuanto están ahora las botas? Ya subieron a 200.
GAUCHO —¿Inglés del diablo! Oime, vieja: no quiero que comprés nada que tenga la marca de esos bandidos.
MUJER —¿Y qué compro entonces, viejo?
GAUCHO —Mirá estos platos: «Lacachire». Mirá el cuchillo: «Yorchire». Mirá el ruedo de tus polleras: «Estaforchire». ¡Ya me tiene podrido! ¡Ahora mismo te las quitás y las quemás, ¿me oís? ¡No quiero nada inglés en esta casa, ¿me oís?!
MUJER —¿Y qué ropa me pongo entonces, viejo?
GAUCHO —Lancachire, Yorchire, Mierdachire... Se acabó. Mejor me mato y así no vuelvo a saber de ellos.
MUJER —Con eso no conseguís nada, viejo.
GAUCHO —Al menos muerto descanso de los ingleses.
MUJER —Eso es lo que vos te crees... Los ataúdes que están trayendo ahora también... son ingleses.

VECINA —¿Con que el cuñado de Tucumán tenía razón, eh? Perdió él y atrás perdió Martín.
COMPADRE —Y perdió Argentina y perdieron todos nuestros países. Es que cuando acaban con la industria nacional, a la corta o a la larga todos los de ese país salen perdiendo. En aquellos primeros años de la independencia, nos hicieron perder. Nos mataron el pollo en el huevo, como quien dice. Mataron los telares de Bolivia, los talleres de México, los de Perú, de Brasil, la industria de Chile... nos condenaron a ser simples vendedores de materia prima para que ellos pudieran industrializarse más y más.
VECINA —Nosotros poníamos el cuero y ellos ponían la bota. ¡Vaya broma!
COMPADRE —Ellos tenían telares mecánicos, máquinas de tejer y rápidas Y para alimentar esas máquinas necesitan algodón, cueros. No tenían bastante en su país. Entonces, venían aquí a sacar en cantidades. Fabricaban botas y camisas. Y volvían otra vez porque necesitaban gente a quien venderle todo eso. Un inglés no podía ponerse 20 camisas encima. Necesitaban nuevos compradores para sus productos. Llegaron a vendernos de todo. Argentina, por ejemplo, llegó a comprarles a los ingleses hasta las piedras para adoquinar las calles.
MERCADER —¡Shut up! Basta ya de hablar mal de nosotros. ¡Sheet! Inglaterra hizo mucho por el desarrollo de los pobres países de ustedes. Construimos ferrocarriles para ayudar a ustedes.
COMPADRE —De ayudar, nada. Que nos acabaron con los bosques de quebracho y de la mejor madera, y encima hubo que pagarles hasta el último clavo de los dichosos ferrocarriles con préstamos y con intereses de usurero.
ABUELO —Pero, por lo menos, los trenes nos sirvieron para tener buenas comunicaciones.
MERCADER —Así fue, señor, así fue. Bueno, me voy. Ya me llaman de Londres. Good Bye! London Bridge is foiling down, foiling down, foiling down...!

COMPADRE —¡Inglés cuentista! Fíjense en las líneas de los trenes, miren cómo las construyeron. Se parecen a los dedos de una mano abierta. Todas salen del puerto, todas vuelven al puerto. ¿Para qué lo hicieron así? Para sacar más rápido el cuero. Y colocar más rápido las botas en el mercado. Los ferrocarriles sirvieron para desangrarnos más pronto.
VECINA —Pero, ¿y nuestros gobiernos «independientes» qué hacían mientras tanto? ¿Se rascaban el ombligo?
COMPADRE —Se rascaban el bolsillo, señora. Fueron gobiernos vendidos a Inglaterra. Ellos también vivían en el puerto y usaban chalecos ingleses y se ponían pelucas francesas y derrochaban sin importarles que se hundieran las industrias nacionales. Hubo un gobernante en Argentina que quiso hacer algo. Se llamaba Juan Manuel Rosas. Hacia 1835 cerró el puerto de Buenos Aires. Dio leyes para proteger la industria nacional. Ahí fue que los ingleses se enfurecieron. Dijeron que ese proteccionismo era una violación a la libertad de comercio.
VECINA —Pero ellos tenían leyes iguales en Inglaterra, ¿no? La ley del embudo, entonces...
COMPADRE —Del embudo y de los cañones. ¿Sabe qué hicieron? A los pocos años de esas leyes, los barcos de guerra ingleses, los mismos que antes felicitaban la independencia de Argentina, rompieron a cañonazos las cadenas que cerraban el paso a los productos extranjeros. Cañonearon las cadenas y tumbaron al gobierno.
VECINA —¡Qué hijos de la gran... Bretaña!
ABUELO —Por lo que oigo, cuando se acabaron los españoles, comenzaron los ingleses.
VECINA —¿Y para qué sirvió, entonces, la lucha de Bolívar, de San Martin, de nuestros patriotas? ¿Para qué valió la independencia?
COMPADRE —Bolívar, que acabó con 300 años de colonia española, que venció hasta' la misma naturaleza como él decía, no pudo con los comerciantes ingleses. Cuentan de él que, a la hora de morir, cansado, traicionado, un soldado le cambió la camisa y le puso la suya para que el Libertador de América no fuera enterrado en harapos. Me pregunto qué pensaría Bolívar en ese momento...
VECINA —Pues yo me pregunto qué marca tendría esa camisa...

1951

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