LA GUERRA DE LA DEUDA EXTERNA

LOCUTOR —Ultima hora, última hora... Boletín de última hora en cadena especial con todas las emisoras del continente... Atención, estamos trasmitiendo en cadena con todas las estaciones radiales de América Latina... Atención, última hora, última hora, se comunica a todos los habitantes de América Latina que ha comenzado la tercera guerra mundial... Ultima hora...
VECINA —¡Ay, gran poder de Dios!
LOCUTOR —...Según las informaciones recogidas, la tercera guerra mundial se está desarrollando en estos momentos en el territorio de América Latina... Ultima hora, edición especial...
VECINA —¡Pero, Dios santo, corra, corra, vámonos de aquí, que yo tengo los muchachos solos, corra!
ABUELO —Espérese, señora, a ver que den más detalles... No entiendo, esta mañana al salir de casa, todo parecía tranquilo...
LOCUTOR —Millones de niños han muerto ya y han sido arrasadas fábricas y escuelas en todos los países, mientras por las calles de las grandes ciudades vagan centenares de miles de heridos... Ultima hora, en conexión con todas las emisoras...
VECINA —Tenía que ser, tenía que ser... ¡Tanta canallada!
ABUELO —¡Cállese, señora, y deje oir!
LOCUTOR —Ultima hora, alertamos a la ciudadanía del continente que las armas empleadas en esta guerra son más mortales que la bomba atómica y más fulminantes que los rayos láser. Todos estamos en peligro... Ultima hora, repetimos esta información...
VECINA —¡Dios santo, no entiendo! Si no se oye ni una bomba ni un tiro...
ABUELO —Tranquilícese, señora, tal vez sea una novela...
VECINA —Asómese a la ventana, a ver sí ve algo...
LOCUTOR —Hermanas y hermanos latinoamericanos: sí, nos han declarado la guerra. Pero esta es una guerra silenciosa. Es una guerra que no oímos, que a veces no vemos. Pero que ya está destruyendo a todos nuestros países. En vez de soldados, mueren niños. Y en vez de heridos, millones de desempleados van cayendo poco a poco. Nuestro continente se muere por la explosión de la bomba de la deuda externa. Día tras día nos desangramos por el pago de los intereses de esa deuda. Esta es la guerra de los banqueros contra los pobres. La guerra de los países ricos contra los países hambrientos. Alertamos a la ciudadanía a que continúe pendiente de esta cadena radial para tener una puntual información sobre estos trágicos acontecimientos...
VECINA —¿Oyó? ¿Usted oyó el noticiero? ¡La guerra!
COMPADRE —SÍ, sí, claro que oí. Todo el mundo está hablando de lo mismo. Toda América Latina está hablando de eso, de esa guerra de la deuda externa.
ABUELO —Bueno, por lo que entendí, lo de la guerra es una metáfora.
VECINA —¿Una metaqué?
ABUELO —Una metáfora, señora, una comparación.
COMPADRE —Aunque no crea, es una comparación muy bien comparada...

Anualmente, mueren en América Latina un millón de niños menores de un año, víctimas de la desnutrición y de las enfermedades. La mayoría de ellos podría haberse salvado con vacunas que apenas cuestan 20 centavos.
Hay en América Latina más de cien millones de hombres y mujeres desempleados o subempleados. La miseria y el hacinamiento de estas familias, hacen prever para dentro de pocos años un continente poblado mayoritariamente por personas con graves deficiencias cerebrales.
En 1986, América Latina entregó a los banqueros de los países ricos 50 mil millones de dólares como pago por los intereses de su deuda externa. Cada segundo de aquel año salieron de nuestro continente 1,600 dólares hacia los bancos extranjeros para pagar esos intereses. Cada segundo, 1,600 dólares!

COMPADRE —No, no crea que lo de la guerra es una comparación exagerada para meter miedo. ¿Qué es la guerra? ¿No es muerte y destrucción y huérfanos y enfermos y miseria? Pues esta guerra de la deuda externa está causando eso: mucha sangre y demasiada miseria.
VECINA —Pero, no entiendo. ¿Quién paga esos intereses? ¿Las mamás de los niños?... ¿Los desempleados? El que habló por radio dijo que la bomba de la deuda explota, pero no suena. Yo no sé si es que yo estoy alterada, o que seré muy bruta... pero no entiendo. ¿Cómo fue que empezó este problema?

Aunque América Latina estuvo endeudada desde su independencia con los países ricos, la deuda externa de la que tanto se habla ahora es un problema más reciente. Un problema que comenzó por los años 70, cuando empezaron a subir y a subir los precios del petróleo. Y cuando los países árabes y otros países petroleros empezaron a ganar más y más dólares vendiendo petróleo...

ARABE —Ja-la-maj-jatil, jamama?

Que quiere decir...

ARABE —Y ahora, ¿ahora qué hacemos nosotros con tanto dinero?
SECRETARIA —Sí, sí, vamos a darles un buen interés... ¿Hello? Claro, con mucho gusto le abrimos una cuenta... Aceptamos su dinero, cómo no...

Los países petroleros metieron su dinero a toda prisa en los bancos capitalistas. Y era un río de dólares. Unos 900 mil millones de dólares...

ARABE —¡De petrodólares, señorita! ¡Pe-tro-dó-la-res!
BANQUERO —And now, what we will do with this lot of money?

Que quiere decir...

BANQUERO —Y ahora, ¿ahora que hacemos nosotros con tanto dinero?

Los banqueros enseguida encontraron la solución...

BANQUERO —¡Dinero baratoooo! ¡Dineritoooo...! ¡Dólares frescos, acabaditos de pescar!

Los banqueros capitalistas, para no ahogarse en aquel río de dólares, de «petrodólares», salieron corriendo a ofrecer préstamos. Y especialmente, corrieron hacia América Latina...

BANQUERO —Mi general, su país necesita este dinero. Aquí estamos para ayudarlo. En estos préstamos puede estar la solución para salir de la crisis. Díganos, ¿cuánto quiere?
OTRO
BANQUERO —Señor presidente: este es el momento de dar el salto y caer de pie. Su economía enferma necesita esta transfusión de dólares. Acepte nuestros préstamos.

Era el mundo al revés. Nunca antes había pasado así. En vez de ir los gobiernos a pedir los préstamos, eran los mismos banqueros los que corrían a ofrecerlos. Fue de esta manera que nuestros países recibieron en muy poco tiempo un río de dólares...

CHILENO —Y ahora, ¿ahora qué hacemos nosotros con tanto dinero?... Compro ametralladoras, fusiles automáticos, chalecos antibalas, cascos, tanques, picanas... ¡Ahora sí acabamos con los subversivos! ¡Matamos a todos los perros y se acaba de una vez la rabia!
VENEZOLANA —¡Ay, queridito, piensa en ti! Ahora es la oportunidad de hacer ese chalet en la playa. Y la piscina aquí. Y después, nos vamos a Suiza de vacaciones, y abrimos allá una cuenta corriente... ¡Ay, tengo unas ganas de conocer la nieve!

Con aquel río de dólares, los gobiernos hubieran podido levantar hospitales y escuelas, hubieran podido crear miles de puestos de trabajo, y comprar millones de vacunas de 20 centavos. Pero no hicieron nada de esto. Los gobiernos militares compraron armas y maquinarias de tortura. Los gobiernos irresponsables derrocharon en obras inútiles, mientras los pequeños grupos privilegiados de cada país echaban la casa por la ventana...

PERUANA —¡Nos sacamos la lotería, papito!
PERUANO —¡A gozarla, mamita!... ¡Y después, que nos cobren lo prestao!

Además del derroche y de la represión, se calcula que casi la mitad del dinero prestado regresó inmediatamente a los mismos bancos de donde había salido. Se fugó en forma de cuentas corrientes que abrieron en los bancos extranjeros los militares, los políticos, los funcionarios... La verdad es que sólo una pequeña parte de aquel río de dólares se quedó en nuestros países y se invirtió en obras de desarrollo.

VECINA —¿Con que así comenzó esta historia, eh?
COMPADRE —Sí así comenzó esta deuda externa, la guerra de la deuda externa. A los banqueros lo que menos les importaba era en que iban a gastar el dinero los gobiernos. Tampoco les importaba mucho cuando iban a poder pagar todo el capital de la deuda. Es más, ellos sabían que ese capital no se iba a poder pagar nunca. Lo que de verdad les interesaba a ellos era empezar a cobrar intereses.
VECINA —¿Y los empezaron a cobrar, los muy rufianes?
COMPADRE —A cobrar, y a cobrar bien. Porque ese fue uno de sus truquitos: ofrecieron los préstamos con un interés bajo. Y después, empezaron a cobrarlos con intereses cada vez más altos. El «dinerito barato» se puso caro. Estos banqueros capitalistas se comportaron como unos perfectos usureros...

BANQUERO —Venimos a cobrar los intereses.
PERUANO —Aquí tiene. Cinco mil millones.
BANQUERO —No, amigo. Con esto no alcanza.
PERUANO —¿Cómo que no? ¿No prestaron al ocho?
BANQUERO —Pero ahora cobramos al 16.
PERUANO —¿Y por qué?
BANQUERO —Porque sí.
PERUANO —Pero así nosotros nos hundimos.
BANQUERO —Y así nosotros flotamos.

VECINA —Ya veo, ya veo que esta deuda fue un relajo entre banqueros ladrones y gobiernos ladrones. Y ahora, ¿a quién le toca pagar el relajo?
COMPADRE —Bueno, ahora y antes y desde entonces, el relajo lo están pagando nuestros pueblos. Porque mire, muchos de los presidentes y de los militares que recibieron aquel río de dólares, ¿dónde están? Muchos ya se fueron. O los fueron. Pero la deuda, no. La deuda quedó ahí. Ahí le quedó a cada país, como una losa encima. Le quedó a usted, a mí, a todos. Para que la pagáramos todos.
VECINA —Pues no, mijito, ¡no seré yo quien la pague! Porque yo no le pedí a nadie ni un centavo, ni armé un bacanal ni me fui a Suiza...
ABUELO —Pero, señora, a sus años no sea tan ingenua. Usted y yo pagamos. Ni sé yo cómo, pero estamos pagando...

LOCUTOR —En 1986, la deuda total de los países de América Latina llegaba ya a 400 mil millones de dólares. Los intereses de la deuda eran de unos 50 mil millones de dólares al año.
VECINA —¡Oiga esa millonada...!
LOCUTOR —Para pagar esos intereses, cada latinoamericano, anciano o niño, recién nacido o enfermo, hombre o mujer, entregó ese año 150 dólares a los bancos extranjeros..
VECINA —Pues yo no, ¡porque ni los tengo ni pienso darles ni un centavo, caramba!
ABUELO —Deje oír, señora...
LOCUTOR —Quiera o no quiera, lo sepa o no lo sepa, el pueblo latinoamericano es obligado por los banqueros y por su policía, el Fondo Monetario Internacional, a pagar de muchas maneras los altísimos intereses de la deuda. Cuando aumentan los precios del pan, del transporte, de la leche, estamos pagando la deuda externa. Cuando bajan los salarios, estamos pagando la deuda externa. Cuando no hay medicinas en los hospitales, o ni siquiera hay hospitales, estamos pagando la deuda externa. Lo que los gobiernos quitan de alimentos, de oportunidades de trabajo, de escuelas, lo entregan a los banqueros capitalistas para pagar los intereses. De ahí se saca cada año el dinero para pagar la deuda externa. Estamos endeudados desde la cuna hasta la tumba. Y cada niño que nace en nuestros países, nace debiendo más de 1,000 dólares. No trae ya un pan bajo el brazo, sino una pesada deuda sobre sus espaldas.

VECINA —O sea, que el banquero ricachón le presta dinero a los políticos ricachones... ¡y salgo yo endeudada! ¡Habrase visto! ¡Pagan justos por pecadores!
COMPADRE —Pagan, y pagan mucho. Porque la deuda y los intereses han ido creciendo de año en año. Claro, como no tenemos suficiente dinero, ni siquiera para pagarles los intereses, entonces nos prestan más para que se los podamos pagar. Y renegocian, y refinancian, y se inventan todo tipo de fórmulas... y ni así alcanza para pagar. Cada vez debemos más y más dinero. Y ya, ni por las buenas ni por las malas, ya no podemos pagar tantísimo dinero.

MAGO —¡Tantísimo dineroooo! Amigos, ante ustedes... ¡yo mismo! ¡El mago de los dedos rápidos! Vengo a hacerles una demostración que he querido hacer delante de los banqueros, pero ellos, claro, no me lo han permitido. Y esta es mi sencilla demostración... A ver, dígame: ¿cuánta es la deuda externa que debemos los latinoamericanos?
VECINA —Bueno, aquí dijeron que en el año 86 eran... eran 400 mil millones. ¡Oiga eso! ¡Yo ni me imagino tanto dinero amontonado!
MAGO —Pues, para que usted, señora, y usted, señor, y todos ustedes, señoras y señores, se imaginen cuánto es tanto dinero amontonado, el Mago de los Dedos Rápidos ha traído aquí, ante ustedes, un canastón con miles de billetes de 100 dólares cada uno... ¡Miren!
VECINA —¡Uy, cuánta plata, vea eso!
MAGO —Estos, naturalmente, no son los 400 mil millones de que hablamos, ¡pero sí es mucho, mucho, muchiiiiisimo dinero! Y ahora mismo empiezo yo, el Mago de los Dedos Rápidos, mi demostración. Empiezo a contar esta plata. Son billetes de cien dólares cada uno. Cada uno de cien dólares. Voy a contarles rápidamente, uno tras otro, otro tras uno. Y empiezo: 1-2-3-4-5-6-7-8-9-10-11-12-13-14-15-16-17-18-19-20-21-22-23-24-25-26-27-28-29-30 -31-32-33-34-35-36-37-38-39-40...
He contado un billete de 100 dólares cada segundo. Pues si yo, el Mago de los Dedos Rápidos, contara así, un billete de 100 dólares cada segundo, cada segundo un billete de 100 dólares, ¿saben cuánto tardaría en contar esos 400 mil millones que debemos? Pues tardaría... ¡130 años! ¡130 años! 130 años contando todos los días, noche y día, sábados y domingos, sin dormir, sin comer, sin ir al baño, sin lavarme los dientes... 130 años: la barba me llegaría al suelo y me moriría, me moriría y aún no habría acabado de contar lo que debemos... 41-42-43-44-45-46-47-48-49-50-51-52-53-54-55-56-57-58-59-60...¡130 años y no habría acabado de contar! Bien, después de esta sencilla demostración, amigos, quiero hacerles entrega de un bonito regalo. Se trata de esta lámpara... ¡esta lámpara mágica!
MAGO —¡Esta lámpara mágica que aquí les dejo mientras me alejo! ¡Se despide de ustedes, el Mago de los Dedos Rápidos!
VECINA —Y esta lámpara, ¿qué será?
ABUELO —Trae un mensaje... Mire lo que dice: «La deuda o la vida/dice el banquero/y le damos el dinero./Tres deseos ahora pida. Si ese montón de dinero/que se paga al usuario/usted pudiera tener/¿qué es lo que quisiera hacer?/Tres deseos ahora pida». Eso dice. ¿Y qué será esto?
VECINA —¿Cómo que qué será esto? Pues una lámpara maravillosa de ésas que uno las frota y concede los deseos. ¡Esto si que me gusta! Imagínese nosotros con 400 mil millones de dólares...
COMPADRE —Y si usted los tuviera, señora, ¿qué haría usted con todo ese dinero? ¿Cuál seria su primer deseo?
VECINA —¿Yo? Yo... Pues lo primero de todo que yo pediría es la salud. Salud para todo el mundo. Para los niños, para los viejitos... Todos sanos, todo el mundo con salud.
COMPADRE —Pues frote, frote la lámpara...
LAMPARA —Con 400 mil millones de dólares, se harían en cada país de América Latina, en cada país, 500 hospitales completos, preparados con los más modernos equipos médicos. Y además, en cada país se harían miles de puestos de salud para atender las enfermedades menos complicadas. Y aún, aún sobraría mucho dinero... Otro deseo pida.
VECINA —¡Otro! ¡Otro! Todo el mundo sano y aún nos queda dinero. Pida, pida ahora usted su deseo, señor.
ABUELO —No, señora, usted, usted...
VECINA —Bueno... ¿Otro deseo? Pues que todo el mundo pueda comer... Quiero que toda la tierra se siembre y que se siembre bien para que haya buena cosecha y haya mucha comida para todo el mundo... Eso pido, eso... ¡Ande, frote la lámpara!
LAMPARA —Con 400 mil millones de dólares, se podrían sembrar con las mejores técnicas 65 millones de hectáreas de tierra para alimentar a 400 millones de personas, es decir, a toda la población de América Latina, y hasta quedarían miles de toneladas de alimentos para compartir con otros países hermanos... ¡Se acabarían el hambre! Y aún, aún sobraría mucho dinero... Otro deseo pida.
VECINA —Ahora usted, el tercero, ¡usted!
ABUELO —Pues yo lo que voy a pedir es que nadie sea bruto... Que todo el mundo pueda estudiar y saber. Buenas escuelas y universidades para todos los muchachos. ¡Y hasta para los viejos como yo, que nunca es tarde para aprender!
LAMPARA —Con los 400 mil millones de dólares, se construirían 250 mil escuelas con capacidad para 180 millones de estudiantes, es decir, para todos los niños de América Latina. Se acabarían el analfabetismo y la ignorancia... Se acabaría, se acabaría...
COMPADRE —Imagínese usted, imagínese todo lo que podríamos hacer con esos millones que se están llevando los usureros...
VECINA —¿Y... y sí no pagamos?
ABUELO —Sí, pero, ¿y el otro lado del asunto? Imagínese usted lo que nos harían ellos sí no les pagamos...
VECINA —Ay, señor, ¿y qué más da? Si aunque queramos pagar, no podemos. Y aunque podamos... yo, por mi parte, no quiero, caramba, ¡no quiero! ¡Yo quiero los hospitales y las escuelas y la comida! ¿Usted, no?

LOCUTOR —Ultima hora, última hora... Volvemos a hacer conexión con las emisiones de toda América Latina... Ultima hora, última hora... Continúa nuestra edición especial en cadena radial con todo el continente...
VECINA —¡Oiga, más noticias, más noticias!
LOCUTOR —Informamos a todos nuestros oyentes que la tercera guerra mundial, la guerra de la deuda externa, continúa desarrollándose con toda violencia en nuestro territorio... Informamos que al término de este programa, han muerto, víctimas de esta guerra, otros 50 niños. Cada hora que pasa, morirán por hambre 120 niños más. También informamos que continúan aumentando los intereses que matarán este año a un millón de niños latinoamericanos. Ultima hora, última hora... Se informa que la tercera guerra mundial se desarrolla también en los países de Asia y Africa, que la guerra de la deuda externa declarada por los banqueros, afecta a todo el Tercer Mundo... En próximas emisiones informaremos de la tragedia de esos países hermanos...

FONDO MONETARIO INTERNACIONAL Consultorio privado

VENDEDOR —A ver, a ver, caserita, ¿qué le despachamos hoy?
CASERA —Lo de siempre. Me da una libra de pan y una libra de fideos.
VENDEDOR —Muy bien. Una librita de pan y otra de fideos... Aquí tiene. Son cien pesos.
CASERA —¿Cómo ha dicho?
VENDEDOR —Cien pesos, señora. 50 de pan y 50 de fideos.
CASERA —Pero, ¿cómo van a ser 100 pesos si ayer yo compré lo mismo por 80?
VENDEDOR —Ayer es ayer. Y hoy es hoy. La inflación, señora. In-fla-ción. Todo se infla, todo sube.
CASERA —Pies espéreme un rato entonces. Voy a buscar más dinero en casa.

Y la señora fue y la señora volvió...

CASERA —Aquí están los cien pesos...
VENDEDOR —Lo siento, señora. Ya es tarde.
SEÑORA —Pero, ¿qué pasa ahora?
VENDEDOR —Ya se lo dije: la inflación. Acaba de subir ahoritita mismo el pan y también los fideos. Ya están a 120.
CASERA —Pero, óigame, abusivo, ¿usted cree que el dinero yo lo empollo o que sale de una mata?
VENDEDOR —¡No me grite a mí, señora! A nosotros también nos suben.
CASERA —¿Y a quién le grito, entonces? A mí no me alcanza...

ESTABA EL PUEBLO CALLADO AGUANTANDO LA CRISIS.
CUANDO EL PUEBLO SE PUSO A GRITAR...

PRESIDENTE —Señores del Fondo Monetario Internacional. Estimados doctores: me dirijo a su consultorio privado ya que ustedes tienen experiencia profesional en estos asuntos. Verá, soy el presidente de un país pobre. Hay poco pan y poco fideo en las tiendas. Y por este motivo, los comerciantes suben y suben los precios. Y los compradores, como es natural, protestan y protestan. ¿Qué puedo hacer para detener la inflación? ¿Qué me aconsejarían ustedes? Firma, un presidente preocupado por el hambre de su pueblo.

...CUANDO EL PUEBLO SE PUSO A GRITAR
VINO EL FONDO Y LO HIZO CALLAR

SECRETARIA —Señor presidente: recibimos su atenta cartita y el asesor del Fondo me encarga que le responda. No se preocupe tanto. En la economía, como en la vida, todo tiene solución. Para eso está el Fondo, para ayudarlo a salir de la crisis. Como usted sabrá, el Fondo Monetario Internacional, FMI, fue creado al final de la segunda guerra mundial por inspiración de los Estados Unidos de América. El Fondo tiene sus oficinas aquí en los Estados Unidos y está al servicio de los Estados... ejem... perdón, al servicio de todos los países, especialmente, de los más pobres. En fin, vayamos a su caso. Ahora, relájese... concéntrese... serénese... y atienda bien nuestro consejo...

DOCTOR —Veo-veo... veo momentos adversos. El caso es grave, gravísimo. Hay que bajar esa fiebre de los precios... Capricornio... ¿Qué dice la influencia de Capricornio? Brrr... Dice frío, hielo, escarcha... Congelar. Congelar es la palabra.
SECRETARIA —Espero que nuestro consejo quede claro, amigo. Para bajar la inflación, congele los salarios. Teniendo menos dinero en la mano, los obreros de su país comprarán menos pan y menos fideos. Y al haber menos compradores, los precios bajarán enseguida. Atentamente, el Fondo Monetario.

OBRERO 1 —¡Lo que faltaba! ¡Estamos mal y encima nos bajan los salarios! ¿Oyeron al presidente? (FINGE) «¿Por qué suben los precios? Porque hay muchos que quieren comprar pan»... ¡Los precios suben porque no hay pan, caramba! Eso lo sabe hasta un niño de teta!
OBRERO 2 —Es que mentir no cuesta dinero. Estos quieren acabar con el hambre matando a los hambrientos. ¡Maldito gobierno! ¡Que congele a su madre si la tiene!

EL OBRERO Y EL PUEBLO
Y EL PUEBLO CALLADO AGUANTANDO LA CRISIS CUANDO EL
OBRERO SE PUSO A GRITAR...

PRESIDENTE —Doctores del Fondo Monetario: los obreros han comenzado huelgas y protestas en todas las fábricas. Esto me angustia. Pero todavía me angustia más el ver que la fiebre no retrocede. Bajé los salarios, pero los precios siguen arriba. Los dueños de las fábricas de pan y de fideos, que dicen que ellos no quieren perder. ¿Qué medida debo tomar frente a esto? No me dejen solo. Oriéntenme.

...CUANDO EL OBRERO SE PUSO A GRITAR
VINO EL FONDO Y LO HIZO CALLAR

SECRETARIA —Querido presidente: seguimos un caso con mucho interés. Usted nos dice que todavía no han bajado los precios. Calma, no se preocupe. El Fondo no duerme, vela por usted. Ahora, serénese, relájese... y escuche el consejo.
DOCTOR —Acuario... Estamos bajo el signo de Acuario. Signo de paz. La paz del campo, los campos sembrados, el regalo de la cosecha...
SECRETARIA —Ahí debe actuar ahora, señor presidente. En las cosechas de los campesinos. Ellos son hombres de paz. Regalan lo que tienen. Pagando baratos los productos del campo, podrán venderse también baratos en los mercados de la ciudad. Y así, bajará la fiebre de la inflación. Saludos cariñosos del Fondo Monetario.

CAMPESINO —Quiebra la soga por lo más delgado, hermanos. ¿Cómo vamos a aguantar así los campesinos? Si vendemos tan bajo, ¿qué nos queda para vivir después? Y si no vendemos, se pudre.

CAMPESINO Y OBRERO
EL OBRERO Y EL PUEBLO
Y EL PUEBLO CALLADO AGUANTANDO LA CRISIS
CUANDO EL CAMPESINO SE PUSO A GRITAR...

PRESIDENTE —Doctor, los campesinos están furiosos. Se les nota en la cara. Pero han tenido que vender barato. Otro remedio no les queda. Sin embargo, lo increíble es que los precios en las tiendas todavía no bajan. Los intermediarios entre el campo y la ciudad son muchos. Y ninguno quiere perder. ¿Qué solución habrá?

...CUANDO EL CAMPESINO SE PUSO A GRITAR
VINO EL FONDO Y LO HIZO CALLAR

SECRETARIA —Presidente querido, usted está empeñado en alcanzar una meta y cada día encuentra más dificultades porque no tiene la paciencia necesaria. Olvídese de los obreros y los campesinos. Su atención debe concentrarse en los hombres de empresa, en los fabricantes de pan y fideos, en todos esos que se niegan a bajar los precios. Concéntrese bien, concéntrese...
DOCTOR —Veo-veo... veo pescaditos en el mar. El signo de Piscis. Veo puertas abiertas... no, no... Son puertos abiertos... Por el mar llegan los amigos. No se cierre a las nuevas relaciones...
SECRETARIA —Esperamos que haya quedado claro. Usted debe abrir las fronteras, quitar las trabas de las aduanas. Deje entrar en su país el pan y los fideos de otros países. La libre competencia frena la inflación. Los productos de fuera obligarán a bajar los precios a los fabricantes de dentro. Por cierto, las industrias de Estados Unidos tienen muchos sobrantes de pan y de fideos. Se los damos a buen precio. Aproveche esta ocasión. Lo saluda como siempre, el Fondo Monetario.

EMPRESARIO —Colegas empresarios y fabricantes de fideos: el que está en el lodo, quiere enlodar a otro. ¿A dónde nos va a llevar este gobierno irresponsable, díganme? ¡Ha abierto de par en par las aduanas! Traen de fuera la harina, la pasta, los envases... ¡Nuestras empresas van a la ruina!

CAMPESINO Y OBRERO
EL OBRERO Y EL PUEBLO
Y EL PUEBLO CALLADO AGUANTANDO LA CRISIS
CUANDO LA EMPRESA SE PUSO A GRITAR...

PRESIDENTE —Doctor, estoy sufriendo mucho. Presiento maniobras contra mí. Ahora también los empresarios se amotinan. Las fábricas nacionales han ido a la quiebra. Sí, como ustedes decían, los precios han bajado trayendo las cosas de fuera. Pero, al cerrarse las fábricas del país, los obreros han quedado sin trabajo y sin dinero para comprar nada. Total, que aunque estén baratos, ahora sobra el pan y los fideos en las tiendas. Nadie compra, nadie vende. Y yo no veo cómo parar este derrumbe. ¿Qué me aconsejan? En la necesidad se prueban los amigos. Ayúdenme, por favor.

...CUANDO LA EMPRESA SE PUSO A GRITAR
VINO EL FONDO Y LA HIZO CALLAR

SECRETARIA —Señor presidente, comprendemos que su país atraviesa un mal momento. Pero no se atormente demasiado. Cuando el Fondo da la llaga, da el remedio que la sana. Vamos, serénese... tranquilícese... Usted no ve la salida, pero el Fondo sí la ve...
DOCTOR —¡La veo, la veo venir! ¡Oh gran poder de Aries y de Tauro! ¡Confluencia de estrellas benéficas! Desde el Norte viene... ya se acerca, ya llega... ¡La suerte! ¡¡La buena suerte!!
SECRETARIA —¡Felicitaciones, amigo! El Fondo Monetario autoriza un préstamo para reactivar su desmayada economía. Los muchachos del Banco Mundial pasarán a visitarlo próximamente. Confíe en ellos tanto como en nosotros. Todos trabajamos por la causa.

GRINGO —Señor presidente, Fondo Monetario ha autorizado este préstamo por 50 millones de dólares.
PRESIDENTE —¡50 millones! ¡Qué alegría me dan! ¡Es la primera buena noticia que recibo desde que gobierno este país!
GRINGO —¿Y en qué piensa utilizar el dinero, presidente?
PRESIDENTE —Bueno, en reactivar la economía, como le dije...
GRINGO —Si quiere reactivarla, haga inversiones seguras. Nuestras empresas tienen mucho interés en venir a su país. La Internacional Wonderful Company es una de las más interesadas. Así el dinero del préstamo quedará en nuestras... ejem... creará fuentes de trabajo, quiero decir. ¿Qué le parece?
PRESIDENTE —No es mala idea.
GRINGO —Le recuerdo que los intereses del préstamo están al 12 por ciento. Pero son flotantes.
PRESIDENTE —¿Cómo flotantes?
GRINGO —Pueden subir, pueden bajar... Depende de complejos factores económicos.
PRESIDENTE —Como estoy ahogándome, será bueno flotar de cualquier manera.
GRINGO —Amigo, nos veremos el año próximo. No olvidar los intereses, okey.

PRESIDENTE —Doctor, mi querido doctor: me siento aliviado, desahogado... Le agradezco tanto los millones que le han prestado a mi país. Ahora sí se solucionará la crisis. A propósito, me informaron los del Banco que ese préstamo deberá ser devuelto en la moneda de ustedes, en dólares. Pero, ¿de dónde puedo sacar yo los dólares? Mi país vende en el extranjero semillas de marañón. Como usted imaginará, pocos dólares conseguidos con ellas. Espero, como siempre, su atinado consejo. Un abrazo entusiasta de un presidente esperanzado.
SECRETARIA —Siempre recordado presidente: como usted comprenderá, las deudas hay que pagarlas en dólares y no en pesos. Aquí en Estados Unidos su moneda no sirve ni para jugar al monopoli. Pero usted puede conseguir dólares. Esas semillas de marañón que menciona son muy sabrosas. Las mastican a toda hora. También alegran mucho los cócteles del Fondo. Sí, aquí se venderían bien. Pensando en esas deliciosas semillitas nativas, le damos nuestro consejo. Póngase cómodo, relájese, escuche...
DOCTOR —¡Luz de Géminis con ascendente en Cáncer! Veo marañón, todo marañón, maraña de marañón... ¡Aumente, aumente!
SECRETARIA —Aumente la producción de marañón, amigo. Los dólares se consiguen vendiendo más, exportando más...
PRESIDENTE —Ya lo hice. Toda la tierra, hasta la del cementerio, está sembrada de marañón. Pero al ir a vender las semillas, ustedes mismos nos han bajado los precios en el mercado internacional. Y ahora resulta que, produciendo el doble, sacamos el mismo dinero que antes.
DOCTOR —Veo-veo... ¡la cola de Leo!... ¡Disminuya, disminuya!
PRESIDENTE —¿Que disminuya qué?
SECRETARIA —Disminuya las importaciones, amigo. Compre menos, traiga menos mercancías del extranjero. Por supuesto, no rechace las de Estados Unidos, sino las de otros países.
DOCTOR —¡La balanza de Libra!
SECRETARIA —Exporte más, importe menos... ¡Así equilibrará su balanza comercial!
COMERCIANTE —Y los comerciantes, ¿qué? ¿Ahora nos toco a nosotros cargar el muerto?

EL COMERCIO Y LA EMPRESA
CAMPESINO Y OBRERO
EL OBRERO Y EL PUEBLO
Y EL PUEBLO CALLADO AGUANTANDO LA CRISIS
CUANDO EL COMERCIO SE PUSO A GRITAR...

PRESIDENTE —Ahora también los comerciantes están en contra mía. Pero no es sólo eso lo que me agobia. Los meses corren, vuelan, y pronto deberé pagar el préstamo y no tengo los dólares suficientes. Estoy muy alterado.

...CUANDO EL COMERCIO SE PUSO A GRITAR
VINO EL FONDO Y LO HIZO CALLAR

SECRETARIA —No se altere por los comerciantes. Ladran pero no muerden. Tampoco se preocupe tanto por el capital de la deuda. Eso puede quedar ahí. Nosotros casi preferimos que usted no lo pague por ahora. Preocúpese sí, de pagar los intereses. Usted tiene un medio sencillo para conseguir los dólares que necesita...
DOCTOR —La estrella de Virgo bajando, la estrella de plata, la plata que baja...
SECRETARIA —Devalúe su moneda. Con la devaluación, le quedará más dinero para pagarnos a nosotros...
PRESIDENTE —Bajé la moneda, pero subieron los precios. La fiebre aumenta. La inflación está por las nubes.
SECRETARIA —No se impaciente. La curación toma su tiempo.
DOCTOR —¡La estrella de Virgo sigue bajando, baja, baja...!
PRESIDENTE —Otra devaluación. No sé a dónde vamos a parar. Para comprar fuera, ahora pagamos el doble. Y para vender fuera, nos pagan la mitad.
SECRETARIA —Calma, serenidad. El remedio está actuando.
PRESIDENTE —Pero, ¿está seguro que...?
DOCTOR —¡Virgo! ¡Virgo! Un poco más, un poco más bajo...
PRESIDENTE —Volví a devaluar. Cunde el pánico. Ya nadie quiere poner el ahorro en nuestros bancos. El dinero se va del país, los capitales se fugan. La banca nacional se va de cabeza.

LA BANCA, EL COMERCIO
EL COMERCIO Y LA EMPRESA
CAMPESINO Y OBRERO
EL OBRERO Y EL PUEBLO
Y EL PUEBLO CALLADO AGUANTANDO LA CRISIS
CUANDO LA BANCA SE PUSO A GRITAR...

SECRETARIA —Señor presidente, mantenga su estado de ánimo. No se intranquilice por la banca nacional. La nuestra puede comprarla y no pasará nada. El dinero de su país lo guardaremos con gusto en nuestros bancos, ¿okey?

...CUANDO LA BANCA SE PUSO A GRITAR
VINO EL FONDO Y LA HIZO CALLAR

SECRETARIA —Su única preocupación debe consistir en reunir los dólares necesarios para pagar los intereses de la deuda.
PRESIDENTE —Pero, ¿de dónde saco los dólares? ¿Qué más puedo hacer? Cada vez hay menos pan en el mercado. Los fideos ya ni se recuerdan. Ni vienen de fuera ni se producen dentro. Yo mismo, a falta de pan, estoy comiendo galletas. Aumentan los disturbios callejeros. Estoy desbordado por esta situación.
SECRETARIA —Relájese, serénese... Su país necesita escuchar ahora nuestra gran palabra...
DOCTOR —Veo-veo... Veo una palabra que empieza por
SECRETARIA —¿Qué palabra será?
DOCTOR —Austeridad.
SECRETARIA —¿Escuchó bien?
DOCTOR —Austeridad.
SECRETARIA —¿Está claro?
PRESIDENTE —Claro, claro... Claro estaba el huevo y tenía un pollo dentro.
SECRETARIA —No desconfíe. El sacrificio es necesario para triunfar. Haga un plan general de austeridad. Elimine todo lo que no produce dinero. Por ejemplo, recorte el presupuesto de salud, de educación, de obras públicas. Dele vacaciones a maestros y estudiantes, a médicos, artistas y empleados públicos.

EMPLEADO Y ARTISTA
ARTISTA Y MAESTRO
MAESTRO Y ALUMNO
EL ALUMNO Y LA BANCA
LA BANCA, EL COMERCIO
EL COMERCIO Y LA EMPRESA
CAMPESINO Y OBRERO
EL OBRERO Y EL PUEBLO
Y EL PUEBLO CALLADO AGUANTANDO LA CRISIS
CUANDO EL PUEBLO DE NUEVO SE PUSO A GRITAR...

PRESIDENTE —Doctor, seguí su consejo. Pero el descontento aumenta. Los estudiantes queman llantas en las esquinas. Los empleados públicos despedidos arman piquetes en las calles. Los campesinos han bloqueado las carreteras. Se habla de huelga general. Se habla también de varios grupos alzados en la montaña. Realmente, no sé qué hacer. Sufro de insomnio, tengo pesadillas horripilantes. Claro, con lo ahorrado en escuelas y hospitales, tendré dólares para pagar a fin de año... el problema es que... no sé si llegaré a fin de año...

...CUANDO EL PUEBLO DE NUEVO SE PUSO A GRITAR
DE NUEVO EL FONDO LO HIZO CALLAR

SECRETARIA —Presidente, sus cartas reflejan desconfianza y nerviosismo. ¿Qué teme? Bajo el signo de Escorpio son propios los vómitos, las convulsiones, los espasmos sociales. Sea firme. Pruebe su temple. Compruebe su aparato defensivo.
DOCTOR —¡Sagitario! ¡Por fin, Sagitario, el arquero del cielo, el de la buena puntería!
SECRETARIA —Es la hora de comprar armas. Modernice su ejército. Nosotros le podemos suministrar todo lo que necesita y a buen precio. También le aconsejamos una eficaz política de control de natalidad. Siempre sale más barato eliminar a los guerrilleros en las pancitas de sus mamás que después, en las montañas. Por cierto, no olvide pagar sus intereses.

...CUANDO EL PUEBLO SE PUSO A LUCHAR...

MILITAR —De cantitos nada. ¡¡Se acabó!!
PRESIDENTE —Doctor, el foco infeccioso ha sido eliminado. Claro, para evitar riesgos, hemos tenido que exterminar poblaciones enteras. Ya en el país reina la calma. Pero siempre aparece la dificultad donde menos uno la espera. Al comprar armas, me he quedado sin un dólar para pagar la deuda que tenemos con ustedes. Les consulto si no podrían hacernos un segundo préstamo para poder pagar los intereses del primero. ¿Qué me responde a esto?
SECRETARIA —Petición aceptada. Pero como usted empleará ese nuevo préstamo en pagar los intereses del anterior, no se lo haremos llegar en efectivo. Simplemente, se lo anotaremos en nuestros libros. ¿No le parece más cómodo y rápido? Naturalmente, con este seguro préstamo, el capital de su deuda aumenta. Y el próximo año, tendrá que pagar mayores intereses. Sea feliz. Y disfrute la Navidad. ¡Merry Christmas!
PRESIDENTE —Doctor, doctor, haga algo por mí. Aquí está pasando algo muy extraño. Hay signos, pero otros signos muy peligrosos... Presagio un desastre. Tengo fundadas razones para creer que el pueblo no estaba tan controlado como le dije en mi anterior carta. Por otra parte, haciendo balance del año, compruebo que no hay pan ni fideos, ni trabajo ni hospitales, ni dinero, ni siquiera semillas de marañón... Aquí no queda nada. Y a pesar de todo, a pesar de los pesares, la fiebre no baja, doctor. La inflación está más inflada que nunca. Se despide de usted, un país en agonía.
VECINA —¡Qué agonía ni qué estrellitas del cielo! Vamos a ver ahora mismo a ese país enfermo antes que lo acabe de rematar ese doctor que le recetó tanto disparate!
ABUELO —Pero, señora, ¿qué le pasa? ¿A dónde va...?
VECINA —¿Pero, usted no ve que ese matasanos, ese Fondo Ladronario, le da cada vez un remedio peor que el anterior, un remedio peor que la enfermedad? Vamos, vamos...
ABUELO —¿Y usted qué va a hacer? No se meta en lo que...
VECINA —Déjeme a mí. Yo también entiendo de leer la suerte, yo sé algo de esas cosas... ¿Sabe qué necesita ese país? Una medicina fuerte, fuerte... Aquí hace falta una cura de caballo.
ABUELO —Pero, ¿qué cura, señora?
VECINA —Ay, señor, usted está más bobo que el presidente de las cartitas. ¿Todavía usted no sabe cómo se endereza ese país enfermo?
ABUELO —¿Yo? No sé, estoy confundido...
VECINA —¿Confundido? Pues concéntrese, relájese...
ABUELO —¿Qué le pasa, señora?
VECINA —Veo-veo...
ABUELO —¿Qué ve, qué ve usted?
VECINA —Veo una palabra... y en esa palabra huelo la solución!
ABUELO — ¿Una palabra? ¿Qué palabra?
VECINA —Una palabra que empieza por «erre» y termina por «ón».

...CUANDO EL PUEBLO SE PUSO A LUCHAR
¡NI EL MISMO FONDO LO HIZO CALLAR!

UNA MAQUINA TEC-NI-CA-MEN-TE PER-FEC-TA ...con un solo fallo

Año 1886. Ciudad de Atlanta, Estados Unidos. En su laboratorio, el boticario John Pemberton trabaja en nuevos experimentos...

PEMBERTON —Shhhh...! Cállese la boca. No me interrumpa... Machaco hojas de coca... Machaco semillas de cola... Mezclo aquí, mezclo allá... Hojas de coca, semillas de cola... Cola con coca... coca con cola... ¡Eureka! ¡Ya lo tengo!
AMIGO —¿Qué es lo que tienes, John Pemberton?
PEMBERTON —Pruébalo. Creo que es excelente.
AMIGO —¿Y qué cura este brebaje? ¿Otro remedio para los calvos?
PEMBERTON —Que lo pruebes te digo. Es para el dolor de cabeza y las náuseas.
AMIGO —Muy fuerte el olor... Pero no sabe mal... ¿Con qué lo hiciste, John Pemberton?
PEMBERTON —¿Me lo compras o no me lo compras? Después te diré la fórmula.
AMIGO —Está bien, está bien. ¿Qué te parecen 2 mil dólares?
PEMBERTON —2.500.
AMIGO —Ni para ti ni para mí: dejémoslo en 2.300. Anda, dime con qué hiciste este «veneno», John Pemberton.
PEMBERTON —Con coca... y con cola.
AMIGO —¡Pues se llamará «coca-cola»!
NARRADORA —No sabía entonces John Pemberton, el boticario, que al vender la fórmula de su «coca-cola», comenzaba una nueva era en la historia de la humanidad.

COMPADRE —Lo que no sabía ese John Pemberton era la millonada de dólares que iban a ganar los que le compraron la fórmula de su «coca con cola». Con mucho dinero y mucha publicidad, en poco tiempo el invento de este boticario le dio la vuelta al mundo.
ABUELO —¡Ah, la Coca Cola! Eso sí que es un refresco único... Yo siempre digo que es... que es... cómo diría yo... que es la chispa de la vida.
VECINA —¡Oigalo! Repitiendo como un loro lo que dicen los anuncios de la radio. ¡Como un lorito!
ABUELO —Está bien, está bien, señora. Pero »chispa» tiene. Eso usted no se lo puede negar. Uno lo toma y lo toma, y nunca le descubre el saborcito a ese refresco.
VECINA —Es que nadie se lo puede descubrir. A mí me han dicho que la receta de la Coca Cola es como el secreto de Fátima, que sólo dos o tres personas en el mundo lo conocen.
COMPADRE —Señora, eso del secreto es publicidad para vender más. ¿No ve que tanto misterio es también parte del negocio?
VECINA —Pero... ¿usted sabe o no sabe el secreto?
COMPADRE —Si cualquiera lo sabe, señora. En cualquier laboratorio le analizan el saborcito y le dicen «el secreto». Yo se lo digo ahora mismo, si usted quiere. Escuche:
Mezcle azúcar, mucha azúcar, con agua, mucha agua. Añádale un poco de ácido fosfórico, otro poco de cocaína o cafeína —según las prohibiciones— otro poco de glicerina, jugo de lima, aceites esenciales y extractos vegetales: todo bien batido, embotellado y con una buena campaña de publicidad para que el mejunje se venda.
VECINA —¡Así que tanto misterio para eso!
COMPADRE —Tanto dinero para eso. Porque lo más interesante de este asunto no es la fórmula, sino el dineral que hay que pagar por esa fórmula.
VECINA —¿Qué dineral?
COMPADRE —¿Pero usted no sabía que nuestro país tiene que pagar licencias industriales a los dueños de la Coca Cola por embotellar el re fresquito? Tiene que pagar lo que se llama una patente, un permiso, dólares contantes y sonantes.
ABUELO —Claro, señora, la marca hay que pagaría. El que inventa, también tiene sus derechos. Usted paga porque embotella un invento ajeno.
VECINA —Pagará otro. Yo no pago ni un centavo por esa agua sucia. Porque a mi nunca me ha gustado ni su chispa ni su nada. Yo prefiero batir piña o guayaba o tamarindo, que me sabe más sabroso...
COMPADRE —Pero otros, no. Otros prefieren la Coca Cola sólo porque viene de fuera. Piensan que todo lo extranjero es lo mejor. Aunque sea más caro y no alimente. Pagamos la patente de la fórmula «secreta», la patente de la botella, la patente de la máquina de embotellar... ¡y la verdad es que con tanta patente nos tienen agarrados por la pata!
ABUELO —Bueno, bueno, no se puede generalizar. A usted siempre le gusta hacer caricaturas. La Coca Cola es una cosa y otros inventos son otra cosa. Hay inventos muy útiles, máquinas nuevas, que es justo que queramos tener y que paguemos por ellas. No hay que ser enemigo del progreso y de la técnica...

ALEMAN —¡Progreso y técnica, amigo! Vea, vea cómo funciona esta máquina maravillosa... Esta gran maquinaria de alta tecnología traerá progreso y técnica a su industria. Hemos aceptado venderles la patente para que ustedes puedan usar nuestro invento. Firme aquí, por favor, es el compromiso por el pago de la patente.
LATINO —Aquí... ¿algo más?
ALEMAN —Sí, otra firma aquí, por favor...
LATINO —¿Y ésta?
ALEMAN —Este es el compromiso de ustedes de darnos parte en las ganancias de todo lo que fabriquen con nuestro invento.
LATINO —Bueno... ¿algo más?
ALEMAN —Sí, firme también aquí...
LATINO —¿Y ésta?
ALEMAN —Este es el compromiso de ustedes de comprarnos todos los repuestos que necesite esta máquina... Ah, y aquí también una firmita más, por favor... Este es el compromiso de ustedes de vender los productos que fabriquen con nuestro invento sólo en los países que nosotros les indiquemos.
LATINO —Oiga, ¿y no quiere que le firme también una tarjetica de cumpleaños...?

COMPADRE —No, no es que uno sea enemigo del progreso ni de la técnica... Pero, la verdad, con tanto compromiso y tanta firma, nuestras fábricas se hacen cada vez más dependientes del extranjero. ¿Qué técnica? ¿La que nosotros necesitamos comprar, o la que ellos nos quieren vender? ¿La que soluciona nuestros problemas o la que los complica más? Porque la máquina se hizo para el hombre y no el hombre para la máquina.
VECINA —Ay, eso es lo que dice Jesucristo en el evangelio.
ABUELO —Señora, no ande confundiendo siempre las cosas.
COMPADRE —Bueno, no lo dirá así mismo, pero dice algo parecido. Y eso, eso es lo que debía haber dicho el dueño de la Textilera Pérez y Pérez...

JAPONES —¿Usted es el dueño de la Textilela Pélez y Pélez, glan fáblica de camisas?
LATINO —Sí, ese mismo soy yo... Y usted, ¿quién es?
JAPONES —Soy el representante en este país de la firma Yogano Muchito.
LATINO —¿Yogano Muchito? Y yo, ¿qué gano?
JAPONES —¿Cómo dice, señol?
LATINO —No, digo que qué se le ofrece... Digo que qué desea, señor.
JAPONES —Deseo ayudalo, señol, ayudal a su fáblica, que es una fáblica plimitiva, atlasada, obsoleta...
LATINO —¿Obsoqué? ¿Qué diablos dice este chino?
JAPONES —Japonés, señol, japonés... Mile usted, señol, en el Japón estamos acelcándonos ya al ideal industlial, al ideal de la fáblica sin tlabajadoles. Glan ploducción sin tenel que pagal un solo centavo de salalios y sin tenel un solo ploblema de huelgas, plotestas y cosas palecidas...
LATINO —Esto se pone interesante. ¿Y cómo se logra ese ideal de la fábrica sin trabajadores, señor Yogano Muchito?
JAPONES —Pues bien, quelido señol, pala loglal ese ideal y ese plogleso, vengo a vendel a Textilela Pélez y Pélez esta máquina que ve en el catálogo... Esta, mile, ésta...
LATINO —¡Anjá, qué adelanto! Muchas palancas, muchos botones...
JAPONES —Es una máquina lobot.
LATINO —Ah, un robot...
JAPONES —Sí, en cada botón tiene una ploglamación de miclocomputadola electlónica. Y dígame, señol, ¿cuántas tlabajadolas tiene la Textilela Pélez y Pélez?
LATINO —Cien, cien mujeres trabajan aquí.
JAPONES —¿Y qué hacen esas cien mujeles?
LATINO —Bueno, ellas hacen de todo. Hacen la camisa entera.
JAPONES —Pues, máquina electlónica, glan invento de Yogano Muchito, hace la camisa entela. Y la hace mejol y más lápido, sin equivocalse nunca. Colta tela, cosa tela, pone cuello, quita cuello, pega botón, plancha camisa. Y lobot no anda habla y habla como mujeles peldiendo tiempo de ploducción.
LATINO —No puedo creerlo. Sí, aquí lo veo... Esta palanca y esta otra... ¡Es una maravilla!
JAPONES —Una maravilla que le aholalá el salalio de cien tlabajadolas y le halá mil camisas pol día. ¿Qué le palece?
LATINO —¡Me palece mentila!
JAPONES —¡Pelo es veldad!
LATINO —Entonces, ¡compro la patente!

VECINA —Eso sí, ¿ve? Eso sí que son grandes inventos, esas máquinas... Y no como la receta vieja de la Coca Cola. Pero, ¿de verdad habrá robots como ése que vende el japonés?
ABUELO —Ay, señora, como usted no sale de su casa, no sabe nada de la vida. Pero ahora hay cada invento que te eriza los pelos. ¿Usted sabía que ya le pueden hacer un análisis de sangre a uno sin la inyección, sin sacarle una gota?
VECINA —¿Y cómo lo hacen?
ABUELO —Por computadora, señora. Por com-pu-ta-dora. ¿Y sabía que están haciendo ya robots de ésos, japoneses o americanos o de donde sea, que trabajan como sirvientas en las casas? Le hacen a usted la sopa, le barren, le abren la puerta, hasta le limpian los zapatos...
VECINA —Pero, ¡qué maravilla, Dios bendito!
COMPADRE —Una maravilla, sí. Pero, ¿quién gana con todas esas maravillas? El dueño de la fábrica de camisas. Que ahora va a producir más y a ganar más que antes. Pero, ¿qué pasa con las 100 mujeres que cosían las camisas? América Latina está llena de desempleados. Y muchas de estas nuevas tecnologías lo que vienen a fabricar es todavía más desempleados.

CHILENA —No, viejo, no valió huelga, ni valió reclamo ni valió nada, pues. Que las mujeres somos muy lentas, que atrasamos la producción. Nos van a dejar cesantes y van a traer unas máquinas nuevas. Dicen que son tan poderosas como Dios... ¡Yo digo que serán como el diablo! Ay, viejo, ¿y qué vamos a hacer ahora sin ese dinero? ¡Nos van a echar de la casa!...

PATRON —No, señor mío, aquí no hay trabajo para usted. No insista. Ya tenemos el personal completo hace mucho tiempo.
ECUATORIANO —Pero es que yo tengo alguna experiencia en estoy...
PATRON —Esa experiencia que tiene usted no sirve ya. Usted es un artesano, amigo. Usted es de otros tiempos. Aquí sólo contratamos ya obreros especializados. A ver, ¿qué especialización tiene usted?
ECUATORIANO —Bueno, yo sé algo de motores.
PATRON —¿De qué motores, señor mío? La tecnología ha simplificado todos los procesos. Y con sus motores ya no se fabrica ni un clavo.
ECUATORIANO —Bueno, entonces podría hacer la limpieza del taller...
PATRON —Lo siento, amigo. La limpieza del taller también la tenemos mecanizada.

SALVADOREÑO —Ahora sí que nos fregaron. Dicen que la empresa nuestra va a hacer no sé qué fusión con no sé qué empresa gringa... Reducción de personal. Van a meter nuevos equipos y no sé qué vergas... ¡y a la calle! Que no necesitan tanta gente, que ahora la onda moderna es gastar el pisto en máquinas y no en sueldos, ¿y el obrero que se joda! ¡A comer aire, cipotes, que para otra cosa no va a alcanzar con esta onda moderna!

COMPADRE —Sí, entran las máquinas por una puerta y por la otra puerta salen más y más desempleados. Estas nuevas tecnologías son una maravilla, si. Son «téc-ni-ca-men-te-per-fec-tas». Pero tienen un fallo, sólo un fallito: eliminan gente. Y en América Latina hay mucha gente. Para un continente como el nuestro sólo sirven las máquinas y los inventos que den trabajo, y no los que quiten trabajo. Antes que los millones de camisas, hay que crear millones de puestos de trabajo para que todos puedan comprarse su camisa.
ABUELO —Bueno, ahí sí que le doy la razón enterita. Tengo yo el caso de Agapito, mi sobrino, un muchacho preparado... Pues lo botaron hace un mes de la fábrica por no sé qué reconversión industrial que iban a hacer con maquinaría nueva. Y ahora, no encuentra empleo en ningún lugar.
VECINA —Igualito está medio mundo en el barrio mío, sin hacer nada la gente... Y no es por vagancia, no es falta de voluntad, ¡es que no hay!

En América Latina hay 52 millones de hombres y mujeres a los que se les reconoce en los papeles su derecho a trabajar. Pero que no encuentran trabajo. 52 millones de personas que quieren trabajar y que no tienen trabajo en el campo por culpa del latifundio. Ni tampoco en las escasas industrias de las grandes ciudades, que se modernizan cada día reduciendo su personal. 52 millones de familias que viven en la miseria, que sobreviven en tugurios, sin que se vea solución a este gravísimo problema. Y el número de los sin trabajo aumenta día tras día. Se calcula que para el año 2.000 la mitad de la población latinoamericana vivirá desempleada o subempleada en los cinturones de miseria de las grandes ciudades.

COMPADRE —52 millones de desempleados... Es decir, 52 millones de desesperados. Como esos tres que hablaron antes... ¡Y sí le diéramos un minuto, sólo un minuto, a cada uno de esos 52 millones para que hablaran, para que nos explicaran su caso...! ¿Cuántas horas tendríamos que escucharlos? ¿Cuánto duraría entonces este programa? Si cada uno de ellos hablara sólo un minuto, ¡este programa duraría 86.000 horas! ¡Estaríamos oyendo sus reclamos, su rabia, su tristeza!... ¡86 mil horas!
VECINA —¡El infinito! ¿Y cuánto tiempo tan grande es ése?
COMPADRE —Pues 86 mil horas, que son 99 años... Estaríamos 99 años oyendo hablar a los desempleados de América Latina...
VECINA —Ya para entonces yo me morí.
COMPADRE —Y el señor también. Y yo. Nos morimos los tres. Y ellos seguirían hablando todavía. Y si a esos 52 millones les sumamos los otros tantos millones que sobreviven vendiendo chicles, pintando paredes... Si les sumamos los cuidadores de carros, los mendigos, ¡entonces, nos llega el día del Juicio Final y aún no hemos acabado! No, la gran tecnología de los países desarrollados será maravillosa para ellos. Pero para nosotros puede ser una trampa. Si la seguimos copiando y repitiendo como loros, nos vamos a hundir cada vez más.
VECINA —Pero, ¿quién le para el carro a esos extranjeros que nos vienen a vender lo que no necesitamos? ¡Porque el gobierno es el que debería meter mano en este asunto, digo yo!
COMPADRE —Ay, señora, llevamos siglos aguantando a gobiernos copiones, que prefieren pagar patentes a los de fuera, y no crear puestos de trabajo para los de dentro. Años y años aguantando a empresarios copiones que se hincan de rodillas ante la diosa tecnología, una diosa extranjera, que les da muchos reales. No, esto no es de ahora. Esto es un problema antiguo. Esto lo vio venir hace ya muchísimos años un viejo maestro de escuela, don Simón Rodríguez...

SIMON —¡Muchachos, buenos días a todos!
NIÑOS —¡Buenos días, maestro!
NIÑO —¡Máistro, ¿y qué invento nos tre hoy?
SIMON —Hoy les traigo esto: un lorito.
LORO —¡Lorito, lorito!
SIMON —Es un lorito muy educado. ¡Buenos días!
LORO —¡Buenos días!
SIMON —Aunque, a veces, se pone bravo y se vuelve maleducado... ¡loro viejo!
LORO —¡Pendejo!
NIÑO —¡Lorito copión! ¡Copiones! ¡Copiones!
SIMON —Bueno, muchachos, ya ven que el lorito copia todo lo que oye, todo lo repite. Y a ustedes, ¿les gustaría a ustedes ser como los loritos, como las loras y los papagayos, que sólo usan su cabeza para repetir? ¿Les gustaría?
NIÑOS —¡¡No!!
SIMON —Pues a los que nos gobiernan, parece que sí les gusta. Porque son unos copiones. Unos copiones que piensan igualito a como se piensa en Europa y en Estados Unidos. Y que compran como ciegos todo lo que se fabrica allá... ¡Y eso no sirve, muchachos! Por eso, cada uno de ustedes tiene que pensar con su cabeza. Y tiene que saber hacer las cosas con sus manos. ¡Sobran los monos de imitación y los loritos!
LORO —¡Lorito, torito!

COMPADRE —Esa, ésa era la matraquilla de aquel hombre, don Simón Rodríguez: que la gente pensara con su cabeza. Ya en su tiempo, cuando todavía no había robots japoneses ni las tecnologías de ahora, cuando ni siquiera se había inventado la Coca Cola, ya este gran maestro se enfurecía cuando veía llegar los barcos cargados con productos americanos, con cosas que se hubieran podido hacer en nuestros países. «Copiones», decía él. Don Simón quería la técnica, pero una técnica apropiada a lo que necesitamos aquí. Por eso, ponía a todos sus alumnos a aprender, por lo menos, carpintería y herrería y albañilería, para que supieran hacer las cosas que nos convienen.
SIMON —El problema de América Latina es escoger entre estos dos caminos: O somos nosotros mismos, o copiamos a los extranjeros. O inventamos nosotros, o estamos perdidos.
ABUELO —¿Y no estaremos perdidos ya? No sé... oyendo estas cosas, ni ganas de tomarme una Coca Cola me han quedado...
VECINA —No, hombre, anímese, nos tomamos un jugo de piña. O un vino de plátano. ¿Qué sale agrio? Está bien. Pero es nuestro vino.
COMPADRE —Claro que sí, hay que ser optimista. ¿A qué no sabe usted de quién fue maestro Simón Rodríguez? Pues de otro Simón, de Simón Bolívar, el Libertador. Y si un maestro así, sacó a un libertador así, ¿no va a haber cien, mil maestros como don Simón formando ya hombres y mujeres que piensen con su propia cabeza, sientan con su propio corazón y caminen con sus propias piernas?
VECINA —¡Claro que si! Hay que confiar en los jóvenes para enderezar todos estos problemas. ¡Para ver sí inventamos algo nuestro y dejamos ya de una vez de ser copiones!

BANCOS Y BANQUEROS ...y el desastre financiero de Chencho García

Cuando Inocencio García, alias Chencho, fue sentado en la silla eléctrica, aún no lograba entender cuál había sido su error. Se le oyó decir un juramento extraño antes de que la corriente de 5 mil voltios achicharrara su triste vida.

Y sin embargo, aquel día, cuando le dieron la noticia, Inocencio se consideró el hombre más feliz del mundo...

CHENCHO —Al que madruga... Dios lo ayuda...

Inocencio García, gordo, calvo y bigotón, se levantó como todas las mañanas. Para gran sorpresa suya, su mujer le tenía preparado el desayuno...

CHENCHO —¿Qué te pasa, estás enferma?... ¿Hoy es mi cumpleaños?
MUJER —¿Por qué dices eso, Chencho?
CHENCHO —Desde que nos casamos, es la primera vez que tengo el café a tiempo.
MUJER —Ay, no sé, Chencho, hoy me siento tan... tan contenta, como si algo muy bueno fuera a sucedernos. El corazón me dice que...
CHENCHO —Tú y tus fantasías.

Pero no era fantasía la camisa que se puso Chencho...

CHENCHO —Caramba, tiene todos los botones... ¡esto es un milagro!

Tampoco era fantasía la mariposa blanca que vio posada en el carrito de los helados... La buena suerte venía corriendo hacia Inocencio García, el heladero...

MUCHACHO —¡Inocencio García! ¡Inocencio García!
CHENCHO —¿Qué pasa?
MUCHACHO —¿Usted es Inocencio García?
CHENCHO —Hasta ahora, sí.
MUCHACHO —¿El vendedor de helados?
CHENCHO —¿De qué lo quieres, de vainilla?
MUCHACHO —¡Felicidades, señor! ¡Felicidades! Y recuerde que yo fui el que le di la noticia, ¿eh? No se vaya a olvidar de mí, ¿eh?
CHENCHO —Pero, ¿qué noticia, muchacho? Toma resuello y habla.
MUCHACHO —¡Se sacó la lotería! ¡Inocencio García se sacó la lotería!
CHENCHO —¿Qué dices?
MUCHACHO —¡La lotería, señor Inocencio, el premio gordo enterito!
CHENCHO —¿Será posible? ¡Mujer, oye esto! ¡Mujer!
MUJER —¡Te lo dije, Chenchito, te lo dije! ¡El corazón no habla, pero adivina! ¡Ay, dios bendito, virgen de los desamparados, al fin te acordaste de nosotros!

Sí, no era un sueño ni fantasía. Inocencio García, un pobre vendedor de helados, se había ganado un millón de dólares contantes y sonantes. En el barrio de Chencho se armó el alboroto. Todos vinieron a felicitarlo y a recordarle que eran sus amigos...

VECINO —Compadre Chencho, ya sabe, estuve con usted a las duras y ahora debo estar a las maduras...
OTRO —Oiga, Chencho, ¿no se acuerda de mí? Soy el nieto de la prima de su tía...
MUJER —Ay, no molesten más y dejen quieto a mi marido...
VECINO —Bueno, Chencho, y ahora hablando en confianza... ¿qué piensas hacer con ese dineral?
CHENCHO —Pues no sé todavía, vecino. Ha sido tan grande el susto... que hasta hipo me ha dado.
VECINO —Tienes que comenzar una nueva vida, Inocencio. Yo te aconsejo que compres un terrenito, una casita, y a vivir tranquilo.
CHENCHO —Demasiado tranquilo he vivido toda la vida, vecino. No he hecho otra cosa que empujar ese carrito. Ahora quieto, no sé, hacer algo... correr aventuras.
VECINO —¡Qué aventuras! Pon un negocio. Una heladería.
CHENCHO —De vender helados ya me cansé.
BORRACHO —Pues guarda el dinero... Mételo en el colchón y así tenemos para ir a la cantina todas las noches... ¡Salud!
VECINO —En el colchón, no. Pero meta ese dinero en un banco, hombre. Ese es el mejor negocio de todos.
CHENCHO —¿Cómo en un banco? ¿Para qué?
VECINO —Para que le dé intereses.
CHENCHO —¿Qué intereses?
VECINO —Caramba, Chencho, no me diga que usted no conoce cómo funciona un banco.
CHENCHO —El único banco que yo conozco es el del parque. Que mi mujer y yo lo tenemos gastado de tanto sentarnos ahí los domingos.
VECINO —Mire, Chencho, en un banco usted mete su dinero, ¿verdad? Mete 100 pesos, digamos. Los ahorra ahí. Y al cabo de un año, va y los busca y ya tiene 110. Es decir, 10 por cada 100, el 10 por ciento. Esos son los intereses.
CHENCHO —Ajalá, pues yo no sabía que el dinero tenía hijos.
VECINO —La vaca cría el ternero. Y el dinero cría dinero.
CHENCHO —No entiendo, vecino. Si yo meto 100 y después me dan 110... entonces, el dueño del banco sale perdiendo esa plata que me da de más...
VECINO —Ah, compadre, usted vive en la luna. Con razón es Inocencio. Los dueños de los bancos, los banqueros, no pierden. Ganan. Y muchísimo. Esos son los tipos que más dinero manejan y más dinero se embolsillan.
CHENCHO —Pero, ¿de dónde saca esa gente los 10 pesos que después me dan a mí?
VECINO —Pues de darle antes los 100 que usted metió en el banco a otra gente.
CHENCHO —¿A qué gente?
VECINO —A los que necesitan pedir prestado. El dinero que usted ahorra en el banco, ellos lo prestan con un interés más alto.
CHENCHO —Disculpe, vecino, yo soy un vendedor de helados...
VECINO —Escuche: usted les da cien pesos. Ahorra cien pesos. El banquero le ofrece 110. Pero antes de dárselos, el banquero le presta los 100 suyos a otro. Y a ese otro le cobra por prestárselos, vamos a decir, 120. El otro paga después los 120 pesos. A usted le pagan los 110. Y el banquero se queda con 10 pesos de diferencia. Dinero mansito, sin trabajar mucho.
CHENCHO —Ahora lo agarré. Esa gente tiene la mollera bien puesta, ¿eh, vecino?
VECINO —Un banco vive de los ahorros y de los créditos. Recoge con una mano y presta con la otra. Y eso, sin hablar de las inversiones.
CHENCHO —¿Qué inversiones?
VECINO —¿Pero en qué mundo vive usted, Chencho? Si el banquero tiene mucho dinero en el banco, pongamos por caso que tiene un millón de dólares de la gente que ha ido ahorrando ahí, pues el tipo opera.
CHENCHO —¿Cómo que opera?
VECINO —Opera, invierte, compra un terreno a cuatro, lo vende a ocho, compra una casa de apartamentos, la alquila, trasiega con el dinero ajeno para sacarle buena tajada. Los banqueros hacen lo que les da la gana en el mundo. Tienen dinero, mucho... y por la plata baila el perro, usted sabe.
CHENCHO —Vecino, ¿y... y todo ese cambalache está permitido?
VECINO —¡Cómo no, compadre! Hay licencias, hay permisos... Todo eso está autorizado. Eso es lo que se llama la «libertad financiera».
CHENCHO —Interesante, interesante...
VECINO —¿Entonces, qué, Chencho? ¿Se decide a meter su dinero en el banco?
CHENCHO —No, vecino querido. ¡Me decido a... a poner yo mismo un banco! Y no precisamente en el parque.

Y así fue como Inocencio García se decidió a pasar de heladero a banquero. Chencho iba a entrar en el gran mundo de las finanzas.

MUJER —Pero, Chencho, ¿tú crees que esto salga bien?
CHENCHO —Ya salió lo más difícil, que era ganarnos la lotería. Ahora todo vendrá sobre ruedas. Tenemos el dinero para arrancar. «El capital inicial», como dicen ellos.
MUJER —Pero, Chencho...
CHENCHO —Confía en mí, mujer. Confía en Chencho. Ahí está: «En Chencho García, todo el mundo confía». Acuérdate para la propaganda.
MUJER —Es muy arriesgado, Chencho.
CHENCHO —Quien no cae no se levanta. Así decía mi abuelo.
MUJER —Tu abuelo se cayó en una alcantarilla y todavía lo están buscando.
CHENCHO —Anímate, mujer. ¿No dicen que es el mejor negocio? Pues ¡para adelante! Tú serás la cajera del banco. Ya estás «en nómina»... Jajay, esto va a salir bien. Tengo la corazonada.
MUJER —¿Y dónde vamos a poner el banco, Chencho?
CHENCHO —Eso es lo que me preocupa. Aquí en el barrio todos son unos muertos de hambre. Aquí todos van a «sacar» y nadie va a «meter». Aquí no ahorra ni el alcalde. Y entonces, ¿yo con qué «opero»?
MUJER —¿Y dónde, en la capital?
CHENCHO —Podría ser. Pero este país es un patio. Todo el mundo me conoce. Yo le he vendido helados hasta a la hija del presidente.
MUJER —¿Y entonces...?
CHENCHO —«Después de estudiar la situación financiera»... se me ha iluminado el coco. ¿Sabes qué vamos a hacer? Irnos al extranjero. Ponemos el banco fuera.
MUJER —Pero, Chencho, ¿estás loco?
CHENCHO —Ninguna locura. Afuera nadie me conoce. Confiarán más en mí. Vendrán a mi banco con sus ahorros. Y yo agarro por aquí, y presto por allá, invierto aquí, convierto allá... ¡opero!
MUJER —Estás chiflado, Chencho García. Si nos vamos fuera, ¿quién mantiene a mi mamá, y a mi abuela, y a la tuya, y a la sobrina que?...
CHENCHO —Tranquila, mujer, tranquila. Ya les enviaremos dinero. Y no serán tres pesitos de helados, sino mucho, muchísimo dinero. Les mandaremos «los beneficios del capital invertido» desde allá.
MUJER —¿Y dónde es «allá»...?
CHENCHO —En Nueva York, claro. ¿Dónde está el gran dinero del mundo? En «Niu Yor». ¡Pues le metemos nuestro banco en el mismo mondongo de los Estados Unidos!
MUJER —¡Pero, Chencho...!
CHENCHO —Deja los peros para después. Prepara la maleta. Ah, y cómprate un diccionario de ésos para ver si aprendo inglés en 10 días... «moni, moni, guan cigarret»...!

Inocencio García no tuvo problemas en conseguir la visa para viajar a los Estados Unidos. La embajada norteamericana, cuando supo el respaldo económico que tenía, se la dio inmediatamente...

GRINGO —¿Y a dónde piensa ir con tanta plata, míster García? ¿A Disneylandia?
CHENCHO —¿Ves, mujer? ¡Me llama míster!... Pues no, pensamos ir a «Niu Yom»... ¡Manjatan, Manjatan!
GRINGO —Nos alegramos. Que lo pase muy bien, mister García. Me saluda a la Estatua de la Libertad.

Inocencio García y su mujer llegaron a Nueva York. Con el dinero de la lotería alquilaron un local, compraron mesas, máquinas, talonarios, una caja fuerte...

MUJER —¿Y cómo se va a llamar el banco, Chencho?
CHENCHO —¿Qué nombre mejor que el mío? «Banco de Chencho García, abierto de noche y abierto de día»... ¿Te parece bien?
MUJER —Suena bonito.
CHENCHO —Sí, me gusta. ¿Por qué no? Aquí está un latinoamericano honrado que viene a correr la misma suerte que sus socios los banqueros de Estados Unidos. Tienes que comprarme una corbata, mujer.
MUJER —¿Una corbata?
CHENCHO —¿Cuándo has visto tú a un banquero sin combata?
MUJER —¿Y qué más necesitamos, Chencho?
CHENCHO —Nada más. Todo está listo. Ahora sólo faltan los clientes.

Tal vez por el nuevo nombre, tal vez por la buena estrella que acompañaba a Inocencio García, los clientes comenzaron a llegar desde el primer día...

CHENCHO —Ya van llegando, mujer... ¿No oyes? Funcionó la propaganda en la esquina...
VIEJA —Good morning, boy...
CHENCHO —Claro que voy. «Gud mornín», señora. Adelante, adelante...
VIEJA —Gracias, gracias, mijito.
CHENCHO —¿Usted es americana, señora?
VIEJA —Claro que sí, mijito. Pero estuve casada con un portorriqueño. Y algo se me pagó de la manera de hablar de ustedes.
CHENCHO —¡Ve qué bien! ¿Y en qué podemos ayudarla, señora?
VIEJA —Pues, mijito, yo tengo unos ahorritos guardados bajo el colchón desde hace unos años. Y ahora quiero meterlos en el banco.
CHENCHO —Buena decisión, abuela. No confíe en los colchones.
VIEJA —¿Y cuánto me dan por mis ahorros?
CHENCHO —Bueno, si usted abre una cuenta podemos darle... el 10 por ciento. Un buen interés, ¿no le parece?
VIEJA —Yo no entiendo mucho de números, hijo. Pero usted me da confianza. Sus bigotes me recuerdan a los de mi difunto marido. Me parece estar viéndolo a él. Tenía una corbata igual que la suya... el día que murió.
CHENCHO —Deje eso, señora, y acompáñeme... Pase por acá... La señorita la va a atender... ¡Mujer, ahí va el primer cliente...!

Y siguieron llegando nuevos clientes...

GRINGO —Good morning, sir...
CHENCHO —«Gud mornín», señor. Si quiere, hablamos en inglés.
GRINGO —Oh, es lo mismo. El dinero no tiene idioma.
CHENCHO —¿En qué podemos servirle, señor?

Y al cabo de todo un día de intenso trabajo...

CHENCHO —¡Chencho García, abierto de noche y abierto de día!... ¿Ves, mujer incrédula? En la vida, todo es cuestión de decidirse. De lanzarse al agua.
MUJER —Para ser el primer día, hemos tenido mucho movimiento: 7 cuentas de ahorros abiertas, 5 créditos... El negocio funciona, Chenchito.
CHENCHO —Creo que vamos a cerrar ya. Son casi las doce de la noche. Y mañana hay que abrir temprano...
MUJER —¡Llaman a la puerta...! ¿Y quién será a estas horas...?
CHENCHO —Bueno, tenemos que ser fieles a la propaganda. Chencho García, abierto de noche y abierto...
POLICIA —¡Policía!
CHENCHO —¿Cómo dice?
POLICIA —Policía. Policía del Estado de New York. Documentación, please.
CHENCHO —¿Mi pasaporte? Ah, sí, mujer, trae los papeles... ¿Pasa algo, señor policía?
POLICIA —¡Jum! Latino, ¿verdad?
CHENCHO —Sí, señor, latinoamericano. Ustedes en el norte. Nosotros en el sur. Pero una misma América para todos.
POLICIA —Este banco es ilegal.
MUJER —¿Cómo que ilegal? Todos los papeles están en regla, señor. Residencia, licencia... Vea, vea, compruebe...
POLICIA —¿Qué hace usted en este banco, señor García?
CHENCHO —Lo que hacen todos los bancos: presto dinero, guardo los ahorros.
POLICIA —Los ahorros del pueblo norteamericano...
CHENCHO —¿Y de quién van a ser, si estamos en Norteamérica?
POLICIA —¡Qué simpático! ¿Y qué piensa hacer después con el dinero guardado?
CHENCHO —Lo que hacen todos los bancos: invertir, comprar, vender, operar...
POLICIA —...y repatriar capital.
CHENCHO —¿Repaqué?
POLICIA —Repatriar. Mandar el dinero a su país.
CHENCHO —Por supuesto. Tenemos allá la familia y...
POLICIA —Acompáñeme.
CHENCHO —¿A dónde lo...?
POLICIA —Usted está preso, señor García. Y usted también, señora. Es cómplice del crimen.
CHENCHO —¿Pero, de qué crimen me está hablando usted, caramba?
POLICIA —Un crimen contra la soberanía de los Estados Unidos de Norteamérica.
MUJER —¡Ay, Dios bendito, Virgen de los desamparados...!
POLICIA —Eso mismo. Encomiéndese a todos los santos, porque su caso es grave, gravísimo.

PERIODISTA —¡Escándalo en Nueva York! Un ciudadano latinoamericano de 40 años, conocido como Inocencio García, pretendió instalar un banco en la calle 38 de la ciudad de los rascacielos. Su propósito era canalizar capitales norteamericanos hacia su país de origen, delito éste penado por las leyes federales. El fiscal ha pedido diez años de cárcel para el detenido, mientras los miembros del jurado están aún deliberando la sentencia.


JUEZ —Señores míos, nunca en la historia de los Estados Unidos se vio nada semejante. Aquí han emigrado drogadictos, borrachos y violadores. Pero este crimen es todavía mayor. Porque un asesino mata a dos o tres. Pero elementos como el señor García acabarían matando la nación entera.
OTRO JUEZ —Estoy muy de acuerdo con usted. ¿Qué ocurriría si nuestros ciudadanos empezaran a poner sus ahorros en manos extranjeras? ¡Es intolerable!
JUEZ —Toda la ciudad comenta el caso. Apliquemos un castigo ejemplar. El fiscal ha pedido diez años de prisión.
OTRO JUEZ —¿Diez años solamente? Y al salir de la cárcel, ¿qué se le ocurrirá hacer a ese García? ¿Ponerse de candidato a la Casa Blanca? ¡No, señores, la mala hierba se arranca de raíz!
JUEZ —Señor García, ¿jura usted decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?
CHENCHO —Yo no he hecho nada malo, señor juez. Por mi parte que aquí hay una equivocación. Mire, yo tengo un dinero que me gané en la lotería de mi país. Vine aquí legalmente, trabajé legalmente, puse un banco legalmente...
JUEZ —...Y legalmente repatrió el dinero de nuestros ciudadanos hacia América Latina.
CHENCHO —En realidad, yo no he enviado nada todavía a mi familia, pero...
JUEZ —Pero ya tiene en su mano el cuerpo del delito.
CHENCHO —¿Qué cuerpo?
JUEZ —El dinero ahorrado con tanto sudor por los trabajadores norteamericanos. ¿Usted no sabe que hacer eso está terminantemente prohibido por las leyes de Estados Unidos?
CHENCHO —Señor juez, la libertad financiera dice que...
JUEZ —Libertad financiera habrá en sus países. Pero aquí no.
CHENCHO —Pero, según la libertad financiera...
JUEZ —Señor García, los banqueros somos nosotros, ¿entiende? Esas son las reglas del juego.
CHENCHO —¿Y qué puedo hacer yo con mi millón de dólares?
JUEZ —Métalo en nuestros bancos. Le daremos un buen interés. O si prefiere, ponga una heladería. Personalmente, me gusta la vainilla.
CHENCHO —No entiendo, señor juez, en mi banco yo...
JUEZ —Señor mío, usted va a sentarse ahora en otro banco. Esta Corte de Justicia condena al acusado Inocencio García a la silla eléctrica. ¡Y con 5 mil voltios!

Llevaron a Inocencio García, alias Chencho, a la silla eléctrica. Le amarraron cables a las muñecas y a los tobillos. Antes de acabar su triste vida, se le oyó decir un juramento que los policías norteamericanos no pudieron comprender:

CHENCHO —¡Hijos de puta!
VECINA —¡Pobre Chencho!... ¡Qué calamidad tan grande le vino encima! Ya le había tomado yo cariño al gordito ése...
COMPADRE —No llore sólo por Chencho, señora. ¡Llore por todos nosotros, los latinoamericanos, que si no somos bobos, lo parecemos! Porque ellos sí vienen aquí a poner sus bancos, y a llevarse nuestro dinero hacia los Estados Unidos, y hacia Canadá, y hacia Inglaterra y Suiza, y hacia España y hacia Francia. Se llaman «Chase Manhattan Bank» y «National City Bank» y «Bank of America»... Tanto y en tantos idiomas... Y nadie los mete presos ni los lleva a la silla eléctrica. Al contrario, van de banquete en banquete y tienen alfileres de oro en sus corbatas.
VECINA —La ley del embudo: lo ancho para ellos, lo estrecho para uno.
ABUELO —Muy bien. Pues, ¿sabe qué voy a hacer yo? Sacar mi dinero de esos bancos.
VECINA —¿Anjá? ¿Con que también usted tiene sus ahorritos y no me lo había dicho?
ABUELO —¡Ay, señora, con mis ahorros no compra usted ni una licuadora...! Pero esos cuatro pesos viejos que tengo, los voy a sacar del banco gringo y los meto en uno nacional.
COMPADRE —¿Y está seguro que será nacional? No se fíe. Los bancos extranjeros «operan» con nuestra plata. Y una de las «operaciones» que hacen es comprar los mismos bancos nacionales. Le dejan el nombrecito que tenían antes «Banco de Comercio», «Banco Continental», «Banco del Pacífico y del Atlántico»... pero son también extranjeros.
ABUELO —Por lo que veo, esos señores lo tienen todo: las industrias, las compañías, los bancos, el dinero de ellos y el dinero de nosotros... Nos tienen agarrado por los... ¡por las narices!
COMPADRE —Sí, el dinero de América se va, se fuga a través de los bancos. La fuga de capitales es tan grande que en 1985 llegaba ya a 160 mil millones de dólares. ¡160 mil millones, óiga eso! Una montaña de dinero. Y en esa montaña se va el ahorro, las ganancias, el sudor de nuestros millones de trabajadores.
VECINA —Ni modo. Estamos fritos.
COMPADRE —Y eso es lo que se sabe. El dinero que se fuga con trampas y trapisondas y nadie se entera... esa es otra montaña mayor aún.
ABUELO —Pues yo digo que sí todos los ahorrantes nos unimos y retiramos nuestro dinero de esos bancos abusivos...
VECINA —Señor, eso lo hace usted que tiene moral. Y lo hace su vecino. Pero, ¿usted cree que los peces gordos, los empresarios, los politicones, van a hacerlo? ¡Qué va! Esos sacadólares ponen su dinero en manos extranjeras! Y si después, el país no tiene dinero para escuelas ni para nada, ¡que se hunda!
ABUELO —Pero sí todos nos uniéramos...
CHENCHO —No sea inocente, señor. Yo lo fui demasiado.
ABUELO —¿Eh, quién habla ahí?
CHENCHO —Inocencio García, desde el más allá.
VECINA —¡Chenchói
CHENCHO —Inocencio García, desde el más allá.
VECINA —¡Chencho!
CHENCHO —Desde acá arriba las cosas se ven claras, clarísimas.
VECINA —¿Y cuál le parece a usted, don Chencho, que sea la solución a todos estos problemas?
CHENCHO —Eso se arregla con otro banco.
VECINA —¿Con qué banco, Chencho?
CHENCHO —¡Con que van-co-mandantes para allá para operar de otra manera!

HAN LLEGADO LAS TRANSNACIONALES ¡Bienvenida Mari Company!

ANUNCIO 1 —Amigo ganadero: sus vacas distinguen lo mejor. Y lo mejor es pienso Mari. La calidad se paga. Para su ganado, Mari. De la Mari Company.
ANUNCIO 2 —Ahhh... Sienta en cada rincón de su cuerpo el excintante frescor de la loción Mari. El dirá: Ahhh... Y ella también dirá: Ahhh... Loción Mari Company.
ANUNCIO 3 —¡Libérate! ¡Rebélate! ¡Vive al nuevo ritmo de la moda joven! ¡Blue jeans Mari, camiseta Mari, shorts Mari! ¡Libeeerate! Viste tu juventud con Mari. De la Mari Company.

La "International Mari Company Brothers Asociation" era una gran empresa, una poderosa empresa, con industrias en todos los países. Desde la Patagonia hasta la Cochinchina, desde Alaska hasta Bombay, y desde Bombay a Hawai, por todo el mundo se vendían y se compraban sus productos. Y sucedió que un día, la gran empresa llegó al Brasil... o a México... ¿o fue en Colombia?... Da igual. El caso es que llegó.

MISTER —¡El caso es que somos la International Mari Company Brothers Asociation, conocida mundialmente como la "Mari Company"!
MINISTRO —Y eso, ¿qué significa exactamente, Mister Sam?
MISTER —Significa muchas cosas. Hablemos con franqueza, señor Ministro. ¿Qué han hecho hasta ahora las empresas extranjeras aquí en su país?
MINISTERIO —¿Qué han hecho? Ganar mucho dinero a costa nuestra. Comerse la carne y dejarnos los huesos.
MISTER —Así es, señor Ministro. Hemos sacado de estos pobres países algodón, caucho, minerales... todo. Nos hemos llevado las materias primas de ustedes para nuestras fábricas en el extranjero. Pero eso se acabó. Eso ya no va a ser así.
MINISTRO —¿Y cómo va a ser ahora, mister Sam?
MISTER —Ahora va a ser al revés, completamente al revés. Ya no vamos a sacar, sino a meter. Ya no vamos a venderles lo que hacemos fuera. Ahora vamos a producir aquí dentro. Gran cambio. Como de la noche al día. Antes les comprábamos el hierro y les vendíamos el automóvil. Ahora vamos a poner aquí la fábrica de automóviles. Señor ministro, rectificar es de sabios. Hemos comprendido que tenemos el deber de ayudarlos, de industrializarlos a ustedes. Las más grandes industrias del mundo estarán aquí adentro, en su país.
MINISTRO —Me sorprende ese cambio, mister Sam.
MISTER —Y a mí me sorprenden esos niños desnutridos que veo por las calles de este país. Se habrá fijado usted, señor Ministro, que Mari Company lleva el nombre de "Mari", el nombre de la Virgen María, la Virgen tan querido por su piadoso pueblo. Pues bien: María alimentó con su leche al niño Jesús. Y Mari Company quiere alimentar con su leche a los niños de todo el mundo, ¿okey? Entonces, sin sacar fuera nada, ni una vaquita ni una gotita de leche, queremos hacer aquí una gran industria de leche en polvo de la mejor calidad.
MINISTRO —Mister Sam, en mi país hay ya tres fábricas nacionales de leche en polvo.
MISTER —Lo sabemos y nos alegramos. No importa que haya tres o que haya seis. El sol sale para todos. Y Mari Company viene a colaborar al desarrollo en el espíritu de la sana competencia.
MINISTRO —Por cierto, mister Sam, ¿de qué país es la Mari Company? El acento suyo...
MISTER —Sí, soy americano. United States. Pero, ¿Mari Company es norteamericana? Sí, pero no. No, pero sí. Quiero decir, que no es sólo norteamericana. Hay capitales europeos, hay patentes internacionales, están los japoneses... Señor Ministro: la International Mari Company Brothers Asociation es una empresa transnacional. Es decir, una empresa con una casa madre en los Estados Unidos. Pero con hijas por todo el mundo, que quiere servir con productos de la más alta calidad a todos: lo mismo a los negritos del Congo, que a los americanos de Michigan... Con la llegada de estas nuevas empresas transnacionales estamos a las puertas del milagro económico en los países pobres.

Y para que tan gran milagro fuera posible, el gobierno de aquel país pobre abrió de par en par las puertas a la Mari Company: le vendió a precio especial el terreno para la nueva industria, le aplicó tarifas eléctricas privilegiadas, le libró de impuestos, le otorgó créditos... Y muchas, muchísimas facilidades más...

HOMBRE —¡Clase de edificio, compadre!
VIEJITA —¿Y qué será lo que están haciendo? ¿Una iglesia
MUCHACHO —¡Qué iglesia! ¡Eso va a ser tremenda fábrica, señora...!
HOMBRE —Son extranjeros... "Maricompany" pone ahí, ¿no ve?
MUJER —¿Y qué "maricompanis" son esos?
HOMBRE —¡Y qué sé yo! ¡Yo sólo sé que van a meter ahí dentro a 10 mil obreros!... Mi primo ya tiene trabajo, está apuntado. Dicen que los sueldos son ¡por las nubes!
MUJER —La vida que esto le va a dar a la ciudad. La verdad es que esta vez sí se han portado bien con nosotros los americanos. Nos han traído el desarrollo a casa.
VIEJITA —Gracias a la Virgen que les ha tocado la conciencia. ¡Qué buenos estos señores, y qué buena leche tienen! ¡Ya la están anunciando por la televisión!

LOCUTORA —Señora: con la salud de sus hijos no se juega. La leche Mari es poquísimo más cara que las otras... pero la leche Mari es muchísimo más pura que las otras. La calidad se paga.
LOCUTOR —Ya llegó, ya llegó la leche Mari. De la Mari Company.
NIÑO —¡Mami, dame Mari!

Y con cohetes y música de fiesta, la nueva compañía inauguró su fábrica de leche...

MISTER —"¡Mami, dame Mari!", es lo que ya repiten los niños de todo el país. Pues bien, queridos ciudadanos, para que todas las madres puedan dar Mari a sus hijos, inaugurarnos hoy esta colosal fábrica de leche en polvo, de la prestigiosa firma "International Mari Company Brothers Asociation". Cortamos la cinta azul, color del manto de la Virgen María, y abrimos para todos las puertas de esta nueva industria...

VIEJITA —¡Qué leche, mija, qué leche! Es que lo que viene de fuera es otra cosa. La calidad se ve hasta en la etiqueta. ¿Has visto qué lindos los envases, qué limpios?
NIÑO ¡Mami, dame Mari! ¡Mami, dame Mari!
MUJER —¿Ve, abuela? Mi muchachito ya aprendió de la televisión.

Y sucedió que en muy poco tiempo la leche en polvo Mari le sacó ventaja a la leche en polvo nacional. Aunque era nueva y más cara, era la que más se vendía...

EMPRESARIO
NACIONAL —Señor ministro: San José, San Joaquín y Santa Ana están en peligro. Por culpa de la Mari, la industria nacional está en peligro.
MINISTRO —No sean alarmistas, señores. Están en libre competencia, que no es lo mismo.
OTRO
EMPRESARIO —Pero, señor ministro, esa Mari Company tiene muchos medios, fábricas por todo el mundo, sacan en un lado, meten en el otro, suben salarios aquí, bajan salarios allá... Es difícil competir cuando hay tantas desventajas.
MINISTRO —Admito que es una gran prueba para ustedes. Pero así es la libertad de empresa, la libertad de comercio...
EMPRESARIO —Mire sólo el dinero que se gastan en campañas de publicidad.
MINISTRO —Hagan lo mismo ustedes. En este caso, como en todos, el país ofrece igualdad de oportunidades.
EMPRESARIO —¡Igualdad de oportunidades! ¡Las gallinas le han dado al zorro igualdad de oportunidades!
MINISTRO —Señor mío...
EMPRESARIO —El zorro terminará comiéndose a las gallinas. Y ustedes serán responsables. Ustedes le abrieron las puertas del gallinero. Queremos saber por qué el gobierno le ha dado tantas facilidades a esa empresa extranjera.
MINISTRO —Porque esa empresa extranjera ha creado miles de puestos de trabajo, porque han hecho un polo de desarrollo en la ciudad, porque han invertido un fuerte capital en el país... Hay muchas razones, señor mío.
EMPRESARIO —No hay nada que hacer, socios. El señor ministro debe tener también "sus" razones... Ya es un "maricompani"...

Un día, después de varios meses de igualdad de oportunidades, Mister Sam fue a visitar a los tres dueños de las tres industrias nacionales...

MISTER —Amigos, no discutamos sobre leches... Ustedes están a punto de quiebra. Y nosotros, a punto de caramelo. Mari Company tiene dinero suficiente para comprarles sus tres fábricas de leche. ¡Con vacas, con obreros y con todo! Tiene dinero para modernizarlas. Y lo que es más interesante para ustedes: está dispuesta a conservar sus tres nombres, sus tres marcas. Tenemos dinero para hacerle publicidad a la leche San José, a la Santa Ana y a la... ¡Bah, del tercer santito no me acuerdo! Todo quedará arreglado... Este negocio quedará entre nosotros, ¿okey?
EMPRESARIO —Sí, pero nosotros... ¿qué va a ser de nosotros?
MISTER —¿Ustedes? Pasarán a tener acciones en la Mari Company. Ganarán más siendo accionistas de nuestra leche que produciendo ustedes la leche... ¿Qué les parece?

Dos empresarios nacionales vendieron enseguida sus fábricas. El tercero se resistió...

EMPRESARIO —¡A otra puerta que esta no se abre! No, alcapone, la San Joaquín no se vende. Esto es una cuestión de dignidad nacional. ¡Que la patria también tiene su leche, caramba!

Entonces, la Mari bajó sus precios. Y bajando precios, y subiendo anuncios, acorraló a la leche nacional san Joaquín. Poco tiempo duró la guerra. La san Joaquín tuvo que sacar la bandera blanca y rendirse. Y todo el mercado de leche en polvo cayó en manos de la poderosa Mari Company.

NIÑO —¡Abuelita, dame san Joaquín!
LOCUTORA —Señora, usted debe darle san Joaquín a su nieto. Señora, usted puede darle san Joaquín a su nieta. ¡Más calidad y menos precios en cada lata!
VARIOS —¡Qué barata! ¡Qué barata!
LOCUTOR —Leche san Joaquín: la leche que tomaron nuestros abuelos.
MUJER —Pues yo me quedo con la santa Ana, que es la que está saliendo ahora más económica.
OTRA —Ay, no, vecina, a mis gemelos no hay quien les quite la Mari. Es más cremosa.
OTRA —¡Pues los míos, si no es la san José, es un llanto!
VIEJITA —Yo ya estoy acostumbrada a mi san Joaquín. Uno le agarra cariño a su leche, la costumbre...
MUJER —Pues, yo no sé a ustedes, pero a mí esas leches todas me saben ya a lo mismo.

Y aunque todo el mercado de leche en polvo estaba en manos de la poderosa Mari Company, casi nadie lo sabía.

MISTER —Señor ministro, el niño toma primero la leche y después ensucia el pañal, ¿verdad que sí? Ya les trajimos la leche Mari. Ahora queremos traerlas los pañales Mari. ¿No podríamos montar una nueva fábrica?
MINISTRO —Correcto.
MISTER —Por bueno que sea un pañal, puede dañar la delicada piel del niño... ¿Conoce usted el talco Mari? ¿Y el champú Mari? ¿Nos autoriza?
MISTER —Correcto.
MISTER —Los niños crecen, juegan, ríen, corren... Mari fabrica juguetes educativos. Podríamos montar también un parque de diversiones, ¿qué le parece?
MINISTRO —Correcto.
MISTER —Película infantiles, libros, caramelos, cereales, camisetas, jarabes, compotas, pelotas... ¡todo para el desarrollo de la producción nacional! Pero la producción nacional, lo que se dice nacional... ya sólo quedaban los niños.

Y fue por aquellos mismos tiempos, que llegaron también al país otras "companis". Compraron la industria del calzado y la del tabaco. Pusieron fábricas de fideos y de pinturas. De automóviles y de radios. Compraron cadenas de cines y de restaurantes. Era el "milagro" económico de las transnacionales que, colorín colorao... ¡apenas ha comenzado!

VECINA —¡Vaya con esa maricompani!... ¡Se metió como los piojos por todas las costuras...!
ABUELO —Es verdad. Pero el caso es que esa gente puso la fábrica. Y que la fábrica dio trabajo a muchos obreros. Y eso es desarrollo, digo yo.
COMPADRE —Pero, óigame, ¿por qué cree usted que la Mari Company quería poner una fábrica en ese país? ¿Para ayudarlo? ¿Para desarrollarlo?... No, en todo este asunto hay un truco... Mire, las maricompani, las transnacionales, tienen industrias igualitas por todo el mundo. Ponen fábricas por todo el mundo. Con los mismos dueños, los mismos dineros, las mismas marcas... Todo es igual. Sólo una cosa cambia... y ahí es donde está el truco.

JOHNNY —Yo me llamo Johnny.
JUANITO —Pues yo Juanito, para servirle.
JOHNNY —Yo trabajar en fábrica Coca-Cola en Estados Unidos.
JUANITO —¡Oí, vos! Pues yo también trabajo en la fábrica de Coca-Cola, pero en Guatemala.
JOHNNY —Yo trabajar ocho horas cada día.
JUANITO —Igualitos, pues. Yo también trabajo ocho horas.
JOHNNY —En ocho horas, yo embotellar ocho mil refrescos.
JUANITO —Mirá vos, igualititos: yo también embotello ocho mil refrescos.
JOHNNY —Por mi trabajo, yo ganar 20 dólares al día.
JUANITO —¡Híjole! ¡20 dólares! Y a mí nomás me dan 2 pesos!
JOHNNY —¡20 dólares, my friend!
JUANITO —¡2 pesitos, 2 pinches pesitos, mi hermano!

COMPADRE —Esa, esa es la diferencia. Que una "maricompani" paga a los obreros de nuestros países sueldos diez veces más bajos que los que paga a los obreros de los países ricos. Los dos trabajan para el mismo dueño y fabrican la misma cosa.
Pero los obreros de los países ricos cobran diez veces más que los de aquí. ¿Para qué vienen los "maricompanis", entonces? ¿Para ayudarnos? No, para ayudarse ellos. Porque aquí tienen mano de obra barata. Y con eso, sacan más beneficios. Ya los negreros no tienen que ir a buscar los esclavos a Africa y montarlos en un barco. Ahora vienen a buscarlos aquí y montan una fábrica.
ABUELO —Pero, ¿y la inversión de dinero que hacen? ¿O tampoco eso nos ayuda?
COMPADRE —Pero, ¿qué inversión hacen? Si es el mismo cuento. Traen aquí máquinas viejas, las que ya no les sirven en sus países. Y después, hacen todo tipo de trampas. Impuestos que no pagan, informes que no presentan, capitales que sacan fuera, ganancias que no declaran... Son zorros. ¿Sabe cuánto gana una "maricompani" por cada dólar que mete aquí? ¡Cuatro dólares, siete dólares ¡hasta diez dólares! Esa inversión les sale un negocio redondo. ¡Cómo no van a querer "desarrollarnos"!
VECINA —¡Qué clase de mafia esa gente! Bueno, con ese cuento que nos contaron ya estamos alertados para cuando ellas lleguen. Y, ¿sabe lo que le digo? Que yo en lo que me quede de vida le voy a comprar ni un litro de leche a esos metiches.
ABUELO —Y con eso, ¿qué gana usted, señora?
VECINA —Yo no sé lo que yo gano. Pero algo perderán ellos. Donde yo vea la leche Mari no la compro. Por la Virgen que no la compro. Y le diré a mi comadre que no la compre por más anuncios que vea en la televisión. Las gallinas no vamos a estar engordando al zorro, ¿no? Así que, hoy mismo rompí yo con la Mari y con cualquier otra de esas companis que se me presente...
COMPADRE —Ya se le han presentado muchas, señora, aunque usted no se haya dado cuenta. Si están por todas partes, acabando con la leche y con la soberanía de nuestros países... Si hace más de 20 años que nuestros gobiernos le abren la puerta a esa manada de zorros mañosos. Y con 20 años más, terminarán sentados en el palacio presidencial. Si, ya se han colado por todos los rincones de nuestra vida...

LOCUTOR —La vida de Pepe empieza cada día a las 6 de la mañana...
LOCUTORA —...con un reloj OMEGA.
LOCUTOR —Pepe va al baño y se lava la cara...
LOCUTORA —...con jabón PALMOLIVE.
LOCUTOR —Se cepilla los dientes...
LOCUTORA —...con pasta COLGATE.
LOCUTOR —Mientras se afeita...
LOCUTOR —...con una cuchilla GILLETTE...
LOCUTOR —...escucha su radio transistor...
LOCUTORA —... ¡SONY!
LOCUTOR —Pepe se viste rápido. Con una camiseta...
LOCUTORA —LACOSTE
LOCUTOR —...con unos pantalones...
LOCUTORA —LEVIS
LOCUTOR —...y con unos deportivos zapatos...
LOCUTORA —HUSH PUPPIES
LOCUTOR —Pepe desayuna rápido. Con leche...
LOCUTORA —NESTLE.
LOCUTOR —...con una cucharadita de...
LOCUTORA —NESCAFE.
LOCUTOR —...con pan...
LOCUTORA —BIMBO.
LOCUTOR —...untado con mantequilla...
LOCUTORA —KRAFT
LOCUTOR —...y siempre antes de apagar la radio, Pepe enciende...
LOCUTORA —...un cigarrillo MARLBORO.
LOCUTOR —Pepe trabaja en la fábrica de automóviles... WOLKSWAGEN. Cuando apenas amanece, una camioneta TOYOTA le lleva a su destino. Y su destino es la fábrica.
LOCUTORA —Pepe empieza su jornada de trabajo.
LOCUTOR —A mitad de la mañana, Pepe bebe...
LOCUTORA —... una FANTA
LOCUTOR —y mordisquea...
LOCUTORA —... unas galletas NABISCO.
LOCUTOR —Hoy es día de pago. Pepe sube a cobrar un salario en un ascensor OTIS. Su recibo sale de una máquina IBM. Pepe firma...
LOCUTORA —... con un bolígrafo BIC-bic-bic...
LOCUTOR —Es un día de mucho trabajo. A la hora de almuerzo, Pepe come de prisa...
LOCUTORA —... una hamburguesa MCDONALD
LOCUTOR —La hamburguesa le cae mal. Entonces...
LOCUTORA —... toma un ALKA SELTZER.
LOCUTOR —Pepe llega cansado al final de la jornada. Al autobús en el que regresa se le pincha una goma. Pero hay repuestos GOODYEAR.
LOCUTOR —Pepe llega a su casa. Enciende la cocina...
LOCUTORA —WESTINGHOUSE.
LOCUTOR —Calienta una sopa de tomate...
LOCUTORA —CAMPBELL.
LOCUTOR —Pone un disco.
LOCUTORA —RCA VICTOR.
LOCUTOR —... en su tocadiscos...
LOCUTORA —... GENERAL ELECTRIC...
LOCUTOR —La cabeza le estalla. Apaga el tocadiscos.
LOCUTOR —Enciende el televisor.
LOCUTORA —¡Es un televisor TELEFUNKEN!
LOCUTOR —La cabeza le estalla. Hojea una revista...
LOCUTORA —¡Es una revista PLAYBOY!
LOCUTOR —Apaga el televisor. Suspira y mira el retrato de su novia.
LOCUTORA —¡Es una foto KODAK!
LOCUTOR —La cabeza le estalla. Suspira y mira al techo.
LOCUTORA —¡Es un techo pintado con SHERWIN WILLIAMS!
LOCUTOR —La cabeza le estalla. Toma una pastilla.
LOCUTORA —¡Es una aspirina BAYER!
LOCUTOR —Entonces, decide acostarse. Apaga la luz.
LOCUTORA —¡Es una bombilla PHILLIPS!
LOCUTOR —Deja caer su cuerpo sobre la cama.
LOCUTORA —¡Es un colchón FLEX!
LOCUTOR —Pepe se queda profundamente dormido... Sueña... Es feliz... Corre, corre ágilmente por un prado verde... Respira a pleno pulmón... Por fin se siente libre... Ríe, corre, juega, como cuando era niño... Corre, ríe, juega con una pelota...
LOCUTORA —¡Es una pelota ADIDAS!

EL DIOS PETROLEO ...y la gran ciudad creada a su imagen y semejanza

En el principio existía el petróleo, pero el petróleo estaba escondido bajo la tierra y bajo las aguas. Desde el principio existía el petróleo, pero los capitalistas no lo habían descubierto aún... En los primeros años de la era capitalista, en 1859, fue perforado el primer pozo de petróleo cerca de Pensylvania, en Estados Unidos. Entonces, llegó el neoyorkino John Rockefeller y dijo:

ROCKEFELLER —¡Hágase la luz!

Y los faroles brillaron con el nuevo queroseno. Y después dijo Rockefeller:

ROCKEFELLER —¡Háganse los oleoductos!

Y las grandes tuberías transportaron el petróleo crudo hasta los tanques industriales.

ROCKEFELLER —¡Háganse refinerías que separen los aceites pesados y los aceites ligeros, los lubricantes y los carburantes, la nafta y los residuos!

Y vio Rockefeller que todo estaba saliendo muy bien. Entonces, dijo:

ROCKEFELLER —¡Hágase la gasolina que alimenta a los automóviles que corren por la tierra, y a los barcos que surcan los mares, a los aviones del cielo y a los submarinos que están debajo de las aguas!

Y el petróleo refinado se transformó en gasolina, y en gasoil, y en fueloil, y en...

ROCKEFELLER —... ¡y en Standard Oil! ¡Hágase la Standard Oil Company que domine sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra!

Y en 1870, John Rockefeller fundó la empresa más poderosa del mundo capitalista. A imagen suya la creó. Y su presidencia, naturalmente, la ocupó él mismo.

ROCKEFELLER —¡Hágase al hombre, al hombre más rico del mundo... es decir, yo mismo!

Y John Rockefeller y la empresa por él creada, creció y se multiplicó y llenó la tierra, y compró bancos, y aplastó competidores, y exprimió obreros, y estafó gobiernos, arruinó y levantó, desfalcó y acumuló, y amasó una fortuna de miles de millones de dólares, una fortuna gigantesca como no se había visto hasta entonces ni se verá jamás.

ROCKEFELLER —Y ahora... ¡ahora hágase lo que a mí me da la gana!

John Rockefeller comprobó que el primer monopolio capitalista funcionaba muy bien. Y el séptimo día, después de dar 25 centavos de limosna, descansó profundamente.

ROCKEFELLER —¡Nada de dormir! Un buen capitalista no descansa nunca. ¿Cómo voy a dormir si ahora comienza lo mejor del negocio? Ya tengo el control de casi todo el petróleo norteamericano. No está mal. No está mal para empezar. Veamos cómo anda el mundo... ¡Quiero un mapa! ¡Un mapa con todos los países! A ver, a ver... Africa, Asia... Arabia, hermosas arenas... Egipto, Libia, Irán... Hay que abrir pozos de petróleo en todas partes... Veamos por acá más cerca... América Latina... Aquí debe haber también petróleo... Mi olfato no me engaña... Venezuela... ¡Venezuela! ¡Je, mis narices capitalistas me dicen que allí habrá pronto un gran negocio, un grandísimo negocio!

COMPADRE —Y no se equivocó la nariz de Rockefeller. De Venezuela iba a sacar pronto una millonada de petróleo. Y de dinero.
ABUELO —Por lo que oigo, los que comercian con el petróleo se hacen dueños de medio mundo.
COMPADRE —Del mundo entero. Es que la industria moderna no puede vivir sin petróleo. Todo se mueve con petróleo. Todo se hace con petróleo. Desde la luz de las bombillas, hasta la bolsita de plástico en la que usted se come las papas fritas. Y a lo mejor, las papas también son plásticas, porque hasta comida están sacando ya del petróleo.
VECINA —Eso es verdad. Mi vecina le compró unos calzoncillos a sus muchachos y le dijeron que están hechos con no sé qué mejunje de petróleo.
COMPADRE —Todo, todo el mundo moderno depende del petróleo. Es como la sangre para el cuerpo. Por eso, las empresas petroleras tienen tanto poder, dominan el mundo. Y por eso, dominaron a Venezuela. Los venezolanos no sospechaban cuánto, cuantísimo petróleo tenían bajo sus pies...

En el principio, los capitalistas no se fijaron demasiado en Venezuela. Sólo podían sacar de allí el cacao y el café. En el principio, Caracas, la capital del país, era una ciudad pequeña y familiar. Los vecinos conversaban en los frescos patios y podían dormir con la puerta abierta. Caracas era una ciudad tranquila donde los compadres caminaban sin prisa y se saludaban en la plaza mayor, junto a la silenciosa catedral...

VENEZONALO —Buenos días, don José...
OTRO —Buenos días, don Ricardo...
VENEZOLANO —Ahhh, linda mañana, vecino. Y cuénteme, ¿cómo van las cosas?
OTRO —Ya usted lo oyó. Dicen que en Maracaibo está apareciendo esa grasa negra, el petróleo ése. Y que está llegando mucha gente de fuera pa investigar.
VENEZOLANO —Bah, no haga caso. Alborotos de los maracuchos. Ya sabe cómo son. ¿No oye las campanas? Es mediodía. Le invito a comerse unas arepas bien calientes... Y así hablamos de sus muchachos, que ya están creciditos.

Caracas era una ciudad tranquila, hasta que en 1917 el país se convirtió de repente en un manantial de petróleo. En el lago de Maracaibo reventó el pozo más grande del mundo, el pozo de La Rosa, que chorreaba cien mil barriles de petróleo por día...

MUCHACHO —¡Qué molleja, esto no se lo cree ni La Chinita! ¡Vaya saperoco que se va a armar en este país!

El dios petróleo se adueñó de Venezuela. Y las empresas petroleras crecieron y se multiplicaron y lo llenaron todo. Mene Grande, Lagunillas, Bachaquero, nuevos pozos. Más petróleo. Se perfora junto al lago y bajo el lago. Se perfora hasta en las esquinas de las calles. Todo se tiñe de negro. Los balancines cabecean, suben y bajan, chupando más y más petróleo. Taladros, tuberías, voces en inglés que dan órdenes en el lago de Maracaibo. Voces también en inglés en el despacho del presidente venezolano Juan Vicente Gómez...

GRINGO —Presidente Gómez, la Esso Standard Oil del grupo Rockefeller necesita la firma suya para poder organizar bien la producción del petróleo en Maracaibo.
GOMEZ —Miren, por mí llévense hasta el agua del lago, si quieren. Pero algunos reales me deben quedar a mí también, ¿no le parece?
GRINGO —A usted y a todos los suyos, señor presidente. Todos tendrán acciones en la Esso Standard Oil.

Rockefeller siempre dice que amor con amor se paga. Pero ahora, échenos unas firmitas aquí...
GOMEZ —Bueno, pues.

Y como el dios petróleo era tan tentador, el presidente venezolano mordió con gusto la manzana. La ley petrolera de 1922 fue redactada por las compañías extranjeras. Los campos petroleros quedaron cercados y con policía propia. Los guardianes del nuevo paraíso prohibían el paso por las carreteras que sacaban el petróleo derechito al puerto. En sólo 7 años, Venezuela llegó a ocupar el segundo lugar entre los países que más petróleo producían en el mundo. Pero las empresas aún no estaban satisfechas.

GRINGO —Unas firmitas más, señor presidente...
GOMEZ —Está bien, está bien. Yo les firmo hasta en las nalgas, si quieren. Pero a mí ustedes tienen que mantenerme en esta silla, ¿me oyen?

Juan Vicente Gómez, dictador por obra y gracia de la Shell y de la Esso Standard Oil, mal gobernó a Venezuela durante 27 interminables años. Le dio tiempo de sobra para regalarle a los extranjeros una fortuna de petróleo. Murió Gómez y las compañías petroleras continuaron saqueando el país. A los pocos años, impusieron la sangrienta dictadura de Pérez Jiménez.
Continuó la hemorragia de petróleo. Venezuela llegó a producir casi cuatro millones de barriles diarios para alimentar la maquinaria industrial del mundo capitalista.

VECINA —¡Qué vendepatrías! ¡Si Simón Bolívar levantara la cabeza, se vuelve a morir de la rabia!
COMPADRE —Imagínese, señora, esos Rockefeller son los ricos más ricos del mundo. La Standard Oil es la empresa capitalista más grande del mundo entero. En un año, esa gente puede sacar 6 mil, 8 mil millones de dólares de ganancias. Pues resulta que más de la mitad de esa millonada la sacan los Rockefeller de Venezuela, sólo de Venezuela. la Shell, la Gulf y las otras "hermanitas" petroleras le chupan otros miles de millones. Imagínese, entonces, la sangría. Ningún país ha producido tanto en tan poco tiempo al capitalismo mundial. A ningún país de nuestra América Latina le han robado tanto como a Venezuela.
ABUELO —Bueno, pero el que tanto reparte, se quedará con alguna parte. Me dicen que en Venezuela corre el dinero...
COMPADRE —Si, corre a los bolsillos de un grupito de venezolanos, los socios de la Creole, de la Esso Standard Oil, los pequeños rockefellers criollos que también se creyeron dioses y fabricaron un país y una ciudad a imagen y semejanza de su padrino del Norte. Así es el mundo que ellos crean: riqueza en Estados Unidos y miseria en América Latina. Y dentro de cada país de América Latina, se repite ese mismo mundo, igualito: riqueza para unos y miseria para otros. Pocos con mucho y muchos con poco.
VENEZOLANO —¡Epa, vale! ¿y ahora qué hacemos con tanto billete? ¡Vamos a ver si nos modernizamos un poco!

Y Caracas, la ciudad dormida, despertó. Y de su costilla, fabricaron una capital "moderna". Los nuevos ricos venezolanos aprendieron enseguida la "encantadora" manera de vivir de los norteamericanos...

VENEZOLANO —¿Por dónde comenzamos? Ah, sí... ¡Háganse las grandes carreteras y circulen por ellas los Mercedes y los Cadillacs, los Chryslers y los Mustang, y todas las especies de automóviles y de ruidosas motocicletas! ¡Y todo lo que se mueve, que se mueva sobre ruedas!

Y con el dinero fácil del petróleo comenzaron a relampaguear los automóviles último modelo por las autopistas ultramodernas. Avenidas colgantes se entrecruzaron formando un pulpo de mil brazos de asfalto...

CHOFER —¡Ven acá, chico¡ ¿Tú no ves por dónde caminas? ¡Qué arrechera!
MUCHACHO —¡Oye al catire éste! ¿Y las calles no se hicieron para caminar?
CHOFER —¡Ya se formó la tranca otra vez!
MUCHACHO —¡Tú ves, chamo, por eso yo voy a pie y llego más rápido!

Caracas, supersónica y estrepitosa, convertida en un inmenso garaje donde los carros se taponan unos a otros en todas direcciones. Los empresarios del petróleo tienen una docena de automóviles a la puerta. Y una docena de choferes a la orden. Pero allá, en el interior, los campesinos siguen amarrando sus burros a los palenques. En Cabimas, la ciudad petrolera, ni siquiera hay cloacas. Todo se queda en la Capital.

VENEZOLANO —¡Háganse las modernas urbanizaciones y los edificios enormes que suban y suban y rasquen el cielo! ¡Hay que ponerse "a la altura" de las circunstancias, chico!

Y las torres del petróleo levantaron las torres de Babel de 50, de 60 pisos en el centro de la gran ciudad. Y las lujosas mansiones de la alta, de la "altísima" sociedad de Caracas...

BURGUESA —¿Oye, supiste lo de Mirtita, la del Country? ¡Se casó el domingo!
OTRA —¿No me digas? ¿Tan rápido?
BURGUESA —Se levantó por fin al gringuito ése ¡que está más bueno!
OTRA —¿Con que amor a primera vista...?
BURGUESA —No, mija. A segunda. La primera vez que ella lo vio no sabía que era millonario.

Pero los campesinos siguen viviendo en ranchos, piso de tierra, sin agua ni luz ni médico. Los campesinos emigran a la gran ciudad buscando trabajo. En 30 años, Caracas multiplicó su población por siete. Pero los que llegan, van a parar a los cerros que rodean la capital. Allí viven en un amasijo de casas y de basura. El transporte no llega. El agua y el médico tampoco. Lo que más pronto llega es el desalojo.

VENEZOLANO —¡Háganse los grandes banquetes y lleguen al puerto de La Guaira barcos repletos de manjares extranjeros!

En Caracas, se venden salmones frescos del Báltico, mermeladas irlandesas, dátiles de California, quesos de Holanda, paté de Estrasburgo, aceite de Portugal, castañas de Francia, mantequilla de Australia...

BURGUESA —¿Quieres "bins", mi amor?
BURGUES —¿Qué "bins"?
BURGUESA —Frijoles, cariño, caraotas. Es lo mismo, pero suena más bonito.

La lechuga y el maíz vienen de fuera. Hasta los frijoles negros, plato nacional, vienen del extranjero. Y sin embargo, los inmensos llanos de Venezuela podrían alimentar a una población diez veces mayor que la actual. La Reforma Agraria quedó a medio camino y los jornales del campo no alcanzan para vivir. Sin tierras y sin trabajo, los campesinos van a la gran ciudad esperando recoger las migajas del banquete...

VENEZOLANO —Hágase ahora... ¡hágase ahora el bochinche, chico! ¡Háganse fiestas y parrandas de 7 días, que corra el whisky y el champán!, ¡que se forme vacilón! ¡Uepa, vale, a gozar la vida!

En proporción a la cantidad de habitantes, ninguna otra nación del mundo consume tanto champán francés. El ron nacional es excelente. Pero se bebe whisky de Escocia, con agua de Escocia que Venezuela trae en bolsitas de plástico a través del océano.

BURGUESA —Oye, Carolina, no te olvides. El viernes a las ocho nos encontramos en El Cafetal... ¡Muérete! Será una fiesta inolvidable. Carne asada y salmón. ¿Te parece bien el menú?
OTRA —Ay, sí, querida, está cheverísimo. A mi perrita Fifí le encanta el salmón de latita. ¿Verdad que sí, lindura?

Restaurantes especiales para perros, fiestas para perros, escuelas para que los perros de los venezolanos ricos aprendan buenos modales. Pero los hijos de los campesinos no tienen escuelas ni profesores. Los hijos de los campesinos tienen hambre. El gobernador del Yaracuy informó que una niña se comió, por hambre, la mitad del dedo meñique. Salió en los diarios, en la misma prensa que anuncia, en crónicas de sociedad, las fiestas de los perros.

VENEZOLANO —Háganse... bueno, ¡háganse buenas cerraduras y cerrojos y candados y mirillas para las puertas y alarmas contra robo... porque si no, vale, nos bajan de la mula y nos quitan lo que tenemos!

Caracas, una ciudad violenta. Las casas tienen rejas, las ventanas tienen rejas. No hay que bajar el cristal del automóvil ni andar por calles solitarias ni...

VENEZOLANA —¡Ay, ay, auxilio, ay!
VENEZOLANO —¿Qué le ha pasado, señora?
VENEZOLANA —Ese, ese malandro que me ha robado la cartera... Esta chusma que no respeta. Por ahí va, mírelo...
VENEZOLANO —¡Qué sinvergüenza! Esta ciudad está llena de ladrones. Hasta de día te asaltan...
VENEZOLANA —¿Cómo dice...?
VENEZOLANA —Que por suerte... Pero, ¿qué le pasa a usted? ¡Ay, coño, mis orejas! ¡Desgraciado! ¡Ahí va el otro!... ¡Policía!

En la bulla de la gran ciudad, nadie encuentra a nadie...

VENEZOLANO —¡Hágase al hombre, al hombre moderno, al joven del futuro, creado a imagen y semejanza de... John Rockefeller!

Los jóvenes plásticos mascan chicle, bailan rock duro y break dance y llenan las discotecas enfundados en ropas sicodélicas...

MUCHACHO —¿Qué te pasa, brother? ¿No te gusta mi caída? Sí, tú, tú mismo que estás leyendo esta basura de libro... ¿Qué dices? ¿Que no te va el swing moderno? Alegra esa bemba, men... Shsst. ¿No te quieres dar? Un puyazo, pana, un pinchacito, meu...
¿O la prefieres más cura? ¿De qué te ríes? ¿Que de qué te ríes te digo? Cierra ese libro, vale, y ven conmigo, okey? ¡Qué nota! ¡Agárrenme que voy de viaje!

VECINA —Ay, Virgen santa, ¿y qué ciudad es esa? ¿Y qué locura se traen?
COMPADRE —La misma locura que en todas las grandes ciudades de nuestra América Latina que ya se han "civilizado'; que han imitado la "superior cultura" de los americanos, el buen gusto de los americanos...
ABUELO —Pero cuatro locos no hacen un manicomio. No todos vivirán así en Caracas, digo yo...
COMPADRE —Claro que no. Y menos ahora, que ya no se puede traer de fuera el agua en bolsitas como en los años 70 ni se puede comer "bins"... Cayeron los precios del petróleo, cayó la moneda venezolana...
VECINA —¿Y cayeron también los ricachones...?
COMPADRE —Qué va, esos siempre flotan. La lujosa Caracas sigue rodeada de miseria. Y ellos, los pequeños rockefeller, los dioses del petróleo, tan tranquilos, creando siempre el mismo mundo.
Repiten y repiten el modelo: países ricos y países pobres. Y al interior de cada país, la capital rica y el campo pobre. Y al interior de la capital, un puñado de ricos y una gran mayoría de pobres. Unos, millonarios de petróleo. Y otros, millonarios de lombrices. Este es el único mundo que saben crear los capitalistas. Sí, Caracas está rodeada de barrios fangosos. Un millón de personas amontonadas en los cerros, mirando desde arriba tanto despilfarro...

MUCHACHO —¿Que cómo llegamos a este cerro?... Cónchale, vale, mi papá un día se levantó con la fiebre: "Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebra. Allí hay trabajo, hay billete". Y con la misma, arrancamos pá la capital, con la abuela, los carajitos y tó los macundales... El viejo también pensó que podía crear el mundo. También sabía decir sus palabritas: ¡"Háganse una casa!" Pero, qué va. Llevamos siete años y aquí seguimos en este rancho de cartón. "Hagan la comida"... Y ya usted ve, si almorzamos, no cenamos. El viejo me dijo un día: "¡Háganse un hombre trabajando!". Me puse a limpiar vidrios, a limpiar calles, a limpiar zapatos... Después, limpié bolsillos. Aquí no hay chance pá nadie. El viejo le dijo a mi hermana: "¡Hágase una mujer de provecho!"... Y mi hermana pá arriba y pá bajo... Tampoco. Ahora anda encuerándose por ahí, pá sacar algunos reales... ¿Y qué va a hacer? "El hambre justifica los medios", como decía Jesucristo. Pero el viejo, siempre con la esperanza: "Mujer, hágase unos numeritos de lotería a ver si así salimos adelante". Tampoco. Si la vieja jugaba el 34, salía el 43. "Abuela, hágale una promesa a la virgen de Coromoto, a ver si así..." Tampoco. La Virgen está sorda con la bulla de ciudad. O anda buscando trabajo ella también. "Hagan una comisión, una denuncia, una carta al Papa, lo que sea..." Tampoco. "Pues entonces, hagan últimamente, ¡hagan la mierda que les dé la gana! Total, esto sólo se arregla con bala". El viejo se calentó. Se cansó. Está bien. Nos jodimos. Y hay muchos jodidos encaramaos en estos cerros. Pero ellos, los riquitos, a ellos también les va a llegar lo suyo. ¿Usted no ha ido por Maracaibo? Vaya y vea los balancines, esos aparatos que sacan el petróleo. Parecen zamuros, pájaros negros, hunden el pico, suben y bajan, chupan petróleo, ni de noche se paran... ¿Y cuando se oiga "chrussst"? Como cuando se acaba un refresco... "Chrussst"... Yo oí decir que al petróleo le quedan pocos años. Se está acabando. ¿Qué van a hacer entonces "ellos"?
Se les acabó el relajo y la mamadera de gallos. No va a haber Rockefeller ni dios que los salve. Ahí los quiero ver cuando se acabe... O a lo mejor los veo antes. Porque ellos están allá abajo. Y nosotros, acá arriba en estos cerros... Abajo está la gasolina... y arriba, la mecha y la candela. Cualquier día bajamos, vale, cualquier día...

1951

Do the Evolution

Los jovenes de hoy en dia

Cinco Siglos Igual